La muerte del escritor viajero

Por Iván Quezada

Hace ya unas semanas que falleció el escritor Claudio Giaconi, autor del libro de cuentos La difícil juventud. Con él desaparece más de medio siglo de literatura chilena, pero dejó como legado el mito de una novela interminable: F.

Claudio Giaconi (1927-2007) disfrutó y padeció de una eterna soledad. La aprovechó para componer su libro de cuentos La difícil juventud, de 1954, con el cual inscribió su nombre en la historia de la literatura chilena. Pero a la vez lo convirtió en un ser aislado, perplejo, ni siquiera sus numerosos amigos y admiradores consiguieron sustraerlo del laberinto de sus obsesiones. El viernes 22 de junio, Giaconi falleció en el Hospital del Salvador de Santiago, debido a un infarto tras una compleja operación. Sufría de una trombosis que amenazaba con amputarle sus piernas, y por eso los médicos le recomendaron intervenir la aorta, aunque le advirtieron del riesgo de muerte.

Para el escritor no constituía ninguna novedad su grave estado de salud. Años antes, en su edad media, se sometió a una difícil intervención a su fémur, por la que después pasó meses de convalecencia al cuidado de una gentil dama, con la cual finalmente se casó por agradecimiento. La unión duró poco y pronto decidió irse de Chile. En esta nueva ocasión, contaba con el apoyo de “Rosita”, su enfermera, en cuya casa había vivido desde el 2004, luego de recuperarse milagrosamente de una tuberculosis. La vivienda se ubicaba en el populoso Cerro 18 de Lo Barnechea, y en ella Giaconi habría encontrado, textualmente, “un palacio y una familia”.

Una semana antes de su deceso, Giaconi se preparaba para una de sus periódicas visitas al abogado Carlos Cantuarias –uno de sus más fieles amigos–, cuando sintió un fuerte dolor en un pie, quedando inmovilizado. De inmediato fue internado en el Hospital del Salvador y recibió la noticia de su mal diagnóstico. Pero reaccionó con optimismo, en ningún momento dudó en hacerse la operación. A quien quiso escucharle, le dijo que se recuperaría velozmente, e incluso se las ingenió para consolar a su enfermera y protectora (algunos de sus cercanos llegaron a creer que se enamoró platónicamente de ella, ya que le escribió poemas en francés y le cantaba canciones en ese mismo idioma).

Sin embargo, su buena disposición fue insuficiente: el tabaquismo de toda su vida le pasó la cuenta y sus arterias no resistieron las maniobras de los cirujanos.

Dentro de la iconografía literaria chilena, a Claudio Giaconi le tocó en suerte ser uno de los autores emblemáticos de la Generación del ’50, junto a Jorge Teillier, Armando Uribe, José Donoso, Jorge Edwards y Enrique Lafourcade. Pero fue el más díscolo de todos, si bien, al igual que ellos, cultivaba la elegancia en la indumentaria y poseía una vasta cultura artística y libresca. Su rebeldía se manifestaba más bien en su carácter nómada y en sus continuas críticas a las costumbres del país, por lo cual se le calificó de inconformista. En su juventud, según cuenta Lafourcade, se endeudó con cuanto sastre había en Santiago para vestirse como el dandi que afirmaba ser. Sus amigos predilectos de entonces eran Teillier y Antonio Avaria. Este último habituaba cuidarlo en sus largas juegas, incluso cuando ambos ya eran hombres de edad avanzada, durante la presente década y la anterior.

Giaconi fue un bohemio y dio muestras de una resistencia asombrosa, basta considerar que vivió hasta casi los 80 años. Tras la publicación de La difícil juventud, el escritor se sintió apabullado por los elogios. Sus ambiciones literarias se disparan y pretende emular a James Joyce en una gran novela que cambiaría el rumbo de las letras nacionales. Previo a eso, editó su ensayo Un hombre en la trampa (Gogol), referido al autor ruso, con el cual se hace acreedor de nuevos reconocimientos. Todo indicaba que se convertiría en uno de los prosistas mayores de Latinoamérica… pero algo falló.

En 1960, con una invitación del gobierno italiano, comienza su etapa de trashumante. Viaja por Europa y después se traslada a México. Al cabo de tres años de nomadismo, es contratado como profesor por la Universidad de Pittsburgh, en Estados Unidos, y en sus aulas permanece hasta 1969. Regresa a Chile y al decenio siguiente parte a Washington y luego a Nueva York, en donde a partir de 1973, se inicia como redactor bilingüe en la agencia noticiosa UPI.

Durante toda esta travesía, llevaba en su valija un voluminoso mamotreto: su anhelada novela F (cuentan que recientemente le habría cambiado el título por el de Vida y opiniones de mi abuela). Ahora, revisando aquellos papeles, uno descubre un enorme caos de ideas y palabras. Al parecer, la depresión de que fue víctima gran parte de su vida, le impidió ordenar el argumento y darle un camino. No obstante, la novela ya es un mito para los seguidores de Claudio Giaconi, como si en un lugar secreto existiera realmente y en sus páginas relatara toda la historia de nuestra época.