Por Soledad Rodillo

William Somerset Maugham fue el escritor más exitoso de su época, el que ganó más dinero con sus libros, pero no por eso el más valorado. Al final de su carrera él mismo reconoció ser «el de la primera fila de la segunda categoría», detrás de Virginia Woolf, James Joyce, William Faulkner y Thomas Mann, los entonces favoritos de los críticos.

Sin embargo, fue un escritor notable, un cínico que llenó miles de páginas con su estilo desafectado y reflexivo, un inglés de mundo que alternó entre los viajes y el buen vivir, y que de sus muchas experiencias sacó varias novelas, obras de teatro y cuentos exitosos. Ante su popularidad, los críticos se limitaron a observar. Edmund Wilson dijo de él: «De vez en cuando me he encontrado con alguna persona de buen gusto que me sugiere tomar con seriedad a Somerset Maugham; sin embargo, nunca he podido sacudirme la idea de que se trata de un escritor de segunda clase». Por otro lado, sí recibió los elogios de críticos como W.H. Auden, Desmond MacCarthy, Raymond Mortimer y Cyril Connolly, quien en 1944 escribió que su novela El filo de la navaja «era una pura delicia».

Escrita en 1944, El filo de la navaja fue una de sus novelas más exitosas, junto a Pasteles y cerveza (1930), La luna y seis peniques (1919) y Servidumbre humana (1915), la más importante a juicio de Maugham y también la más autobiográfica de todas. Descrita en su tiempo como «una de las más grandes novelas del siglo XX», la obra tiene como protagonista al estudiante de medicina Philip Carey, un joven fatalmente enamorado y cojo, y que guarda tantas similitudes con el propio Maugham, que a lo largo de sus páginas se puede conocer buena parte de la vida del escritor.

William Somerset Maugham nació el 25 de enero de 1874 en la embajada de Inglaterra en París y fue el cuarto hijo de un padre abogado y una madre tuberculosa que murieron antes de que el pequeño cumpliera los 11 años de edad. De ahí su vida cambió radicalmente cuando fue enviado a vivir con un tío párroco a Inglaterra mientras sus hermanos permanecieron internos en París, y debió crecer solo, desraizado e infeliz al igual que el protagonista del libro, internado en una fría escuela donde era menospreciado por su pobre manejo del inglés, su baja estatura y su naciente tartamudeo -que en Servidumbre humana aparece reemplazado por el mal del pie equino que tenía Philip Carey- y criado por un tío cruel y distante, que en la novela aparece retratado como el vicario de Blackstable.

Y al igual que el protagonista de Servidumbre humana, después de estudiar Filosofía, Literatura y Alemán en la Universidad de Heidelberg, Maugham decidió convertirse en doctor. Pero tras pasar cinco años en el hospital Saint Thomas de Londres, estudiando de día y escribiendo de noche, en 1897 se atrevió a publicar su primera novela, Liza de Lambeth, la historia de un adulterio y sus fatales consecuencias, situada en un barrio pobre de Londres que había conocido en su práctica como partero. Tuvo tan buena crítica que decidió dejar la medicina y dedicarse de lleno a la carrera de escritor.

DE ESPÍA DE GUERRA A PRÍNCIPE DE CAP FERRAT

Pero sus inicios no fueron tan fáciles como esperaba. Después de Liza de Lambeth, escribió en diez años una docena de obras de ficción, entre novelas y obras de teatro, que fueron un rotundo fracaso. Hasta que en 1907 la obra Lady Frederick lo llevó a la gloria. Al año siguiente el escritor logró tener cuatro obras suyas presentándose al mismo tiempo en los teatros de Londres, y una caricatura de la revista Punch mostraba a un nervioso Shakespeare mordiéndose las uñas mientras miraba la cartelera teatral atiborrada de obras de Maugham. A partir de entonces se sucedieron los éxitos para el escritor, que para 1914 ya era toda una celebridad.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Maugham partió al frente de batalla como miembro de la Cruz Roja inglesa, y al igual que Hemingway, Dos Passos y Cummings, se desempeñó como chofer de ambulancia, en lo que más tarde se conoció como la «ambulancia literaria». Al año siguiente, volvió a Inglaterra por un tiempo a promocionar Servidumbre humana, y cuando regresó a la guerra lo hizo como oficial de inteligencia británico. De su experiencia como agente secreto, Maugham sacó una colección de cuentos y una novela, Ashenden, donde por primera vez un espía era retratado como un personaje caballeroso, sofisticado y distante, y que tuvo gran influencia en la obra de Graham Greene, Eric Ambler, Ian Fleming (y su personaje de James Bond) y John Le Carré. Durante esos años viajó mucho, especialmente a las colonias inglesas y a las islas del Pacífico, de donde proviene una de sus más conocidas novelas, La luna y seis peniques -el libro que escribió sobre Paul Gauguin-, y también sus brutales cuentos sobre Samoa, Borneo, Malasia, China, India y Tahiti, donde se advierte la fascinación que sintió Maugham por la vida salvaje de fuera de Europa.

«Al Este de Suez» (1922), «The Causarina Tree» (1926) y su clásico cuento «Lluvia» (1921) son algunos de los relatos que escribió durante su época viajera, así como su novela El velo pintado (1925), cuya adaptación fue estrenada en cine, y donde Naomi Watts y Edward Norton encarnan a los protagonistas de la historia: el conflictivo matrimonio formado por Kitty y Walter Fane. En el 2004 otra película, Conociendo a Julia, había rescatado a Somerset Maugham del olvido al llevar al cine su novela Teatro (1937), donde Annette Bening interpretó el papel de la apasionada Julia Lambert. Con estas dos películas ya son cuarenta y ocho las adaptaciones de Maugham que han llegado al cine, fenómeno que el propio autor alcanzó a ver en vida. Y no sólo eso, el mismo apareció como anfitrión en algunas de sus películas hollywoodenses de los años 40 y 50.

El que Somerset Maugham sea uno de los escritores más llevados al cine y uno de los más leídos durante su época, se explica por su reconocida capacidad para contar historias, por sus personajes imperfectos pero reconocibles y por su fascinación por las personas que no tenían problemas en renunciar a su mundo con tal de encontrar algo mejor. En Servidumbre humana, Philip Carey abandona París y su vida bohemia en busca de la estabilidad económica y espiritual; en El velo pintado, Walter Fane obliga a su mujer infiel a acompañarlo a una lejana villa en China azotada por el cólera en pos de arreglar su matrimonio, y en El filo de la navaja, el adorable Larry Darrell deja su novia, su fortuna y su acomodada vida en Chicago para buscar, en un recorrido por varios países y miles de lecturas, el anhelado sentido de la vida.

En 1927 el propio Somerset Maugham debió abandonar su hogar en Inglaterra, a su esposa -la decoradora Syrie Wellcome- y a su pequeña hija Elizabeth Mary cuando se hizo pública su relación sentimental con el norteamericano Gerald Haxton. Desde ese momento el escritor asumió su homosexualidad y se exilió en Cap Ferrat, en la Riviera Francesa, en una gran casa que bautizó como Villa Mauresque y que según uno de sus conocidos era «un jardín del edén lleno de silbidos de serpientes»: un palacio decorado con obras de Matisse, Gauguin, Léger, Renoir, Monet y Picasso, y que se convirtió en un importante salón literario y social de los años 20 y 30. Winston Churchill, Ian Fleming, Evelyn Waugh, Cecil Beaton, Rudyard Kipling y Rebecca West fueron asiduos visitantes de Villa Mauresque durante esos años, y Somerset Maugham, el anfitrión perfecto, que recibió a sus invitados con ostras y champagne, aunque sin por ello descuidar su trabajo como escritor.

De esos años es Pasteles y cerveza, la novela favorita de Maugham, que causó gran escandalera literaria en la época por el cruel retrato que hizo de su entonces amigo, el escritor Hugh Walpole y por mostrar al recién fallecido Thomas Hardy como un novelista viejo, tonto y sometido a su joven esposa. Al final de sus días otro libro suyo volvió a traerle problemas y costarle varios amigos: su autobiografía, Looking Back (1962), donde atacó a su esposa Syrie, se burló de su matrimonio e incluso negó la paternidad de su hija Liza. Para 1940 William Somerset Maugham ya era considerado uno de los novelistas más famosos de habla inglesa, «un experto en el arte de escribir», según Truman Capote, y también uno de los escritores más acaudalados. Y aunque decía no saber nada de negocios, supo manejar como nadie sus acuerdos con los editores y fue uno de los primeros autores en enriquecerse con las adaptaciones fílmicas de sus novelas.

En 1933, a los 50 años, había abandonado el teatro por sentirse demasiado viejo, aunque eso no le impidió seguir viajando y escribiendo por las siguientes tres décadas de su vida. De sus viajes, Maugham sacó memorias y diarios, y también historias que aparecieron en sus novelas y cuentos, donde la ficción y la realidad estaban tan entrelazadas que ni él mismo podía distinguir una de la otra. Su paso por la medicina también lo nutrió de temas literarios («Vi cómo morían los hombres. Vi el fastidio de sufrir, la cara de la esperanza, del miedo, del alivio») y de un estilo desafectado y frío que mantuvo hasta el fin de sus días.

MISÓGINO Y AGUDO

Maugham escribió con ironía y agudeza, se mostró indeciso ante las apariencias fáciles y no dudó en criticar al género femenino y la institución del matrimonio. Las protagonistas de sus relatos son antiheroínas de carácter fuerte, descaradas y osadas, con claras ambiciones personales y sexuales. Mujeres atractivas, cautivantes, muchas de ellas infieles o vengativas: mujeres malvadas, que consideran «cien veces mejor ser Becky Sharp y un monstruo de la perversidad que ser Amelia y un monstruo de la estupidez», en alusión a las protagonistas de La feria de las vanidades de Thackeray.

En sus novelas y obras de teatro, Maugham también se encargó de mostrar, con cinismo, el doble estándar de la clase media y alta en Inglaterra y de cómo toda mentira y engaño se escondía bajo una aparente bendición conyugal. En 1944 publicó una de sus grandes novelas, El filo de la navaja, y en 1947 instituyó el concurso literario que lleva su nombre y que cada año premia al mejor escritor inglés menor de 35 años, y que hasta la fecha han ganado Martin Amis, Doris Lessing, V. S. Naipaul, Seamus Heaney, Ian McEwan, Julian Barnes y Alan Hollingshurst, entre otros.

Las grandes ventas de sus libros y su buen ojo comercial le permitieron vivir confortablemente hasta el día de su muerte, ocurrida el 16 de diciembre de 1965, a los 91 años de edad. Al final de su vida, William Somerset Maugham se sintió orgulloso de todo lo que había logrado y de haberse convertido en un gran escritor a pesar de su tartamudez, su carácter tímido y la crítica, tantas veces, adversa.

Winston Churchill, Ian Fleming, Evelyn Waugh y Rudyard Kipling fueron asiduos visitantes de Villa Mauresque, y Somerset Maugham, el anfitrión perfecto.

En: Revista de Libros de El Mercurio