Por Rolando Rojo

Una de las cosas que hay que agradecer a Dios, a Cervantes o a quien sea, es que los viejos, tradicionales, sencillos y sabios nombres con que los antiguos bautizaron los géneros literarios y todo lo que a ellos concierne se sigan manteniendo en medio del huracán de la pedantería académica, de la invasión de horrorosos neologismos, de la pretenciosa terminología que oculta y oscurece lo que antes era claro y luminoso como el día.

El cuento ese arte tan humano y antiguo de relatar algo a otro, se sigue llamando cuento. El que cuenta o relata a otro algo que emociona, conmueve o apasiona, se llama narrador. La novela, (novedad o noticia), se sigue llamando novela. El arte de narrar se llama, aún en estos tiempos, narrativa. ¡Qué maravilla!

Debemos rogar para que estos nombres, conceptos, o como quiera que se les llame, perduren a través de los años. Nuestro temor nace del perverso afán de unos doctos profesores que andan por el mundo con la misión de rebautizar lo bautizado, de reinventar lo inventado, de pervertir lo sacralizado. En un Manual de Literatura, ¡orientado a nuestros los adolescentes!, nos enteramos que ahora hay un narrador homodiegético y un narrador heterodiegético. ¡Sálvenos el espíritu de Góngora!, que según el punto de vista que adopta este narrador de nombre vegetariano, estaremos en presencia de una «focalización interna», «una focalización externa» o una «focalización cero» que, según docta definición, «corresponde a un narrador que no tiene restricción de foco». ¡Tanto foco, para tanta oscuridad! Desgraciadamente, -estamos seguros-, esta profusión de «focos» tenderá a oscurecer más que a iluminar las entendederas de las víctimas propiciatorias: nuestros propios alumnos.

Ahora, un texto puede ser un objeto, definido como: «un conjunto de elementos lingüísticos bien estructurados». El escritor es un hablante o emisor, el lector es el oyente o receptor. El texto tiene una «dimensión de superficie» y una «dimensión en profundidad«. Los significados del texto pueden ser: mención y alusión; denotación y connotación; afirmación y sugerencia, explícito e implícito. Los cuentos, nuestros queridos y recordados cuentos, tienen ahora una dimensión semántica con secuencias, procesos y microprocesos que los hacen legibles y verosímiles. Tienen una dimensión sintáctica, con discursos encráticos y acráticos. Tienen una dimensión pragmática, es decir que el efecto dramático se consigue si el enunciador delega o no el saber en los personajes, ¡Oh, perdón, en los actantes! Si existe o no una «expectativa de un estado de veridicción final inesperado«, los personajes son participantes,y las acciones, procesos. Los participantes, a la vez, pueden ser «actantes que realizan determinados procesos en un ambiente geográfico y en un tiempo determinado». Los actantes pueden ser humanos o no humanos; es decir, un asesino y un paquete de cigarrillos. La influencia de otros discursos no literarios en la literatura, llámese cine, periodismo, etc, es la intertextualidad. Y, ¡Dios santo!, los actantes, según el papel que desempeñen en la obra serán: agentes, pacientes, beneficiarios, auxiliares, obstáculos, oponentes, aliados. Las acciones, a su vez, pueden ser núcleos o rellenos.

¡Basta, o jamás volveré a abrir un libro!