Por Gonzalo Robles Fantini

Comentario a Muthos, de Víctor Lobos. Mago Editores. Santiago de Chile, 2015.

En tiempos actuales el recurso de la intertextualidad ha sido ampliamente ocupado por poetas, tanto en Chile como en el extranjero. Sin embargo, en el poemario Muthos, de Víctor Lobos, el autor emplea deliberadamente, y con un acervo que revela profusas lecturas y acuciosa investigación, los mitos griegos para expresar ideas y emociones de doble articulación: personales y universales a la vez, locales e internacionales, íntimas y públicas.

Por cierto, los mitos en la antigua Grecia nacieron como una forma de explicar los misterios del mundo y la vida, para lo cual las narraciones versaban sobre dioses, semidioses, monstruos y mortales, donde las divinidades eran antropomórficas y, más aun, poseedoras de las virtudes y, también, las bajas pasiones humanas. Dioses encolerizados, vengativos, envidiosos, y a la vez libidinosos; héroes soberbios, dignos de sacrificio, en un abanico de emociones que, en definitiva, son representativos de la naturaleza humana.

El poeta chileno, desde el siglo XXI, toma prestados estas narraciones míticas, que encierran el logos del conocimiento y fueron empleadas por Freud en su interpretación de la psique de los hombres y mujeres, para incluirles variantes, discursear sobre las distintas versiones de historiadores antiguos, reflexionar acerca de los motivos que impulsaron a las figuras de las leyendas, o bien interpelar a los protagonistas de ellas, resignificando las historias clásicas con un sentido de contexto y mensaje personal y vernáculo.

Este diálogo del texto con el contexto es, en suma, el juego poético de la resemantización, en el cual Lobos construye una poética con variado uso de léxico y adecuado ritmo, en preciso encabalgamiento.

En estas líneas pretendo ejemplificar, y explicar de manera gráfica, cómo opera esta función poética de intertextualidad, cuál es el aporte del poeta chileno, y por qué sin duda este autor destaca con la publicación de este poemario, empezando por los poemas que dan inicio a la obra:

Lobos emplea el mito griego de Ifigenia para otorgarle un sentido personal, en este caso, a la idea del sacrificio en favor de la gloria, sea ésta bélica, siguiendo a la tradición original helena, o bien del orgullo humano, en un significado tan universal como individual para el poeta chileno o de cualquier región del planeta. En efecto, el poema se titula Thusia (la nota a pie de página explica que se refiere a un sacrificio, ofrenda a los dioses del Olimpo), y en la historia mítica esta mujer era hija del rey Agamenón y la reina Clitemnestra, y su inmolación permitió apaciguar el castigo de Ártemis, que detuvo las embarcaciones rumbo a Troya, empresa guerrera conocida por el clásico homérico.

Nubes deshaciéndose rápido/ Como remolinos de espuma tras una cascada/ Pasan ante la ciega mirada de Ifigenia”. Pero los versos también abordan la temática de la fugacidad y de la vida, de la nimiedad de la huella de nuestros pasos sobre la tierra, del insignificante accidente que somos ante la inmensidad de lo humano y lo divino: “Es la hora en que se desvanece el sueño/ Y no quedan pruebas de lo que hemos sido/ Sino impalpables retazos/ Volutas sutiles, gemidos que se retuercen/ Tenues restos del planeta en la estela del parto”.

Lobos, continuando la tradición de Calderón de la Barca, enarbola la idea de la vida como ensoñación. Por eso apela a Ifigenia a que, en otra vida, podrá soñar que fue osa, que en el instante previo al sacrificio la cambiaron por ternera blanca, que fue hija ilegítima de Teseo y Helena, que salvó de la muerte a Orestes y Pílades tras escapar de Táuride, que finalmente contrajo matrimonio con Aquiles, distintas variantes de la tradición griega según la perspectiva de uno u otro historiador.

El juego poético consiste en interpretar los textos clásicos sobre el mito de Ifigenia, encarnando en los versos a este personaje, con la cercanía y afectividad que en tiempos actuales un poeta puede sentir por una mujer en la vida cotidiana.

Por cierto, esta actitud lúdica en relación a los mitos griegos es una constante de la obra. En definitiva, Víctor Lobos emplea el recurso de resemantización de estas historias ancestrales, otorgándoles un sentido particular y de emociones en primera persona, una suerte de interpretación de sus ideas y sentimientos, que se vale de la tradición helena para expresarla.

Por ejemplo, en el poema Creación: Lobos antepone la figura de Eros, deidad muy posterior al mito de creación del universo en la mitología griega, que narra en nacimiento a partir de la Noche, origen de todo lo existente. Luego empalma los mitos fundantes, que corresponden en la tradición, con las figuras de Océano, que funde con Urano, y Tetis, que asimila a Gaya. Y la imagen de la Noche es “un cuervo antes de los cuervos”, y Eros, en este poema, sin dejar de aludir a la deidad del deseo sexual, es un ser hombre y mujer a la vez, que en su sueño germina a los titanes y dioses antes mencionados. La metáfora de la nada, del vacío material lleno de misterio, que cobija el erotismo como fuente de vida, para dar creación a los entes narrativos que explicaban el origen del mundo y universo de los griegos, y “Eros, acurrucado en un rincón/ Los veía y estaba en ellos,/ Estaba en ellos”. Ingeniosa y bella forma de construir un relato poético y de índole psicoanalítica sobre la fuente y motor de vida, y reafirmar la tesis, extraída del solipsismo, de nuestro mundo como el sueño de una entidad mayor.

En la Crónica roja de los antiguos griegos este mecanismo es aún más explícito, reforzado incluso en un plano extra diegético. Partiendo del mito del titán Cronos, que devora a su progenie al momento de ser paridos por Rea, y la madre que azuza a su hijo Zeus a ajusticiar al padre, Lobos soslaya la narrativa de tintes ancestrales para develar sus trasgresiones a los mitos, apelando al lector en un recurso poético con el que juega con los estereotipos humanos: “Sí, ya sé que mezclo épocas e historias:/ La hoz era de pedernal, no de hierro./ Donde dice Cronos/ También podría haber dicho Urano/ O Layo o Abraham o viejo tal por cual./ Donde dice Zeus/ Podría haber puesto Cronos/ (Porque esta historia es como una función rotativa),/ O Edipo o Isaac o/ Eloi, Eloi, Lama Sabactani./ Donde dice Rea/ También puede leerse Gaya/ O Yocasta o reina Gertrudis/ O bruja o hembra”.

Como se aprecia, el poeta alude a referentes de hombres y mujeres, los cuales son homologables en sentido, tomados de distintas épocas de la mitología helena, del Antiguo Testamento, de Sófocles e incluso de Shakespeare, ilustrando las fuerzas en pugna, de trasfondo freudiano, de la paternidad y maternidad, de las pulsiones más primigenias de lo masculino y femenino, enmarcadas en el significado cíclico del mito nietzscheano del eterno retorno.

Esta tendencia semántica, aquella de emplear mitos griegos para asuntos de índole tanto personal como universal, en su doble articulación de significado, con el trasfondo psicoanalítico, continúa en la trilogía de poemas Grises. A partir del mito de la Grayas, tres hermanas monstruosas, deidades preolímipiocas que nacieron viejas, de cabellos grises y un único ojo y un solo diente, de propiedades videntes, Lobos enarbola una interpretación sobre la figura de la mujer, en el sentido de anciana sabia y profética, portadora de los secretos de la estirpe y guardiana de la memoria.

En el primer poema de esta triada, asimila a las Grayas con las mujeres de su vida: su madre, esposa e hija, como el verdadero soporte de su existencia. En el segundo, son las conservadoras del sentido y la memoria del poeta, desde la maternidad a la descendencia, desde su senectud hasta sus imágenes de infancia. Y, por último, en el tercero, son las mujeres que preservan la fidelidad de la historia chilena reciente, defensoras de la justicia en los horrorosos actos de sangre y violencia perpetrados en la dictadura cívico militar de Augusto Pinochet.

Siguiendo con la imagen femenina, el poeta construye un homenaje a la madre en el poema Dáctilos y curetes, donde emplea la intertextualidad del mito de Rea, madre de Zeus, quien engañó a su marido en el parto de su hijo para evitar que lo devorase, como ya había engullido a su anterior descendencia. En el poema Lobos apela a las mujeres en el dolor del parto y la crianza de los lactantes haciendo referencia a los hondos pesares que debió sufrir Rea para consagrar su maternidad.

En el poema La Ilíada i. 690-716 y xviii. 460-478, Lobos interpela al mismísimo Homero, por una contradicción en sus celebérrimos versos en cuanto al origen del castigo a Hefestos, construyendo un canto acerca del doble discurso, necesario en toda sociedad y existencia compleja, “Mostrando los insondables caminos/ Que las lealtades divididas y el odio ignorado/ Nos obligan a recorrer (…)”.

La figura de la mujer adquiere relevancia en este poemario, no siempre por sus cualidades más transparentes, acordes a la mirada sobre lo femenino que persistía en la Antigüedad. De hecho, en el poema El oráculo, que da comienzo a la sección Perseo, Lobos interpreta el destino de Acrisio, rey de Argos, quien consultó el oráculo sobre si tendría hijos varones, y la respuesta vidente fue que moriría a manos de su nieto, Perseo. Pero este poema se centra en Pitia, también conocida más popularmente como Pitonisa: “La Pitia es una mujer cualquiera:/ Es la serpiente quien habla”. La interpretación poética, en este texto, de la mujer y su poder intuitivo habla de la insidia y traición implícitas en su femineidad.

En el poema De por qué un héroe debe tener dos nombres y amar a la Muerte, que cierra esta sección, el vuelo poético de Lobos es aún mayor. Iniciando su texto con una cita de Eurípides, y narrando las aventuras y desventuras del semidios Perseo, el poeta reflexiona sobre la supuesta virtud de los dioses y el destino impuesto a los mortales. Alude a la “Mitosis, mitopoiesis, mitopoética muerte”, en relación a la decapitación de la Gorgona Medusa, a manos de Perseo, acto del cual nacieron el caballo alado Pegaso y el gigante Crisaor, y al destino de “amar a la Muerte como al reflejo de la luna”, por el pasaje de la mitología según el cual Perseo se protegió del poder de Medusa, capaz de convertir en piedra a los hombres sólo con la mirada, con un escudo brillante como un espejo entregado por Atenea.

Lobos se revela contra la tradición religiosa universal, contra el poder de pretensiones divinas de los poderosos mortales, al exclamar “Que los dioses son sólo una falacia/ Y que detrás del éter sólo hay más éter,/ El vacío eterno, el Caos remoto/ De los espejos rotos multiplicándose ad nauseam”, en un texto poético de elevada trascendencia.  

En el poema Edipo, la Esfinge y la luna, que da comienzo a la sección final Edipo, Víctor Lobos interpela a el rey de Tebas en versos elegíacos, que recorren su vida y tragedia. Partiendo del pasaje mítico del enfrentamiento de Edipo contra la Esfinge, donde el monstruo le planteara el acertijo «Son dos hermanas, una de las cuales engendra a la otra y, a su vez, es engendrada por la primera», con que el héroe griego venciera a su contendora respondiendo acertadamente “el día y la noche”, el poeta reflexiona sobre el supuesto ingenio e intelecto de Edipo, capaz de convertirlo en salvador de Tebas, y el gran engaño que significó su tragedia: la traición de la insidia, e interroga al rey de Tebas “¿Supiste entonces, Edipo, pobre desgraciado,/ Que los dioses olímpicos sólo existían/ Como pretexto secular de sacerdotes marrulleros?”.

En este sentido, el cierre del poema por parte de Lobos es certero. Aludiendo a la gran tragedia del héroe, presente en Edipo Rey de Sófocles, donde Edipo se entera que, pese a que se alejó de sus supuestos padres por la advertencia del oráculo, finalmente era el causante de la maldición de Tebas por haber asesinado a su padre y desposado a su madre, el poeta chileno le pregunta: “¿Descubriste, absorto en tu vertiginoso hallazgo,/ Que no era de padre ni de madre que debías escapar,/ Sino que de la madre de todas las madres?”.

La figura de Edipo es articulada por Lobos en distintos pasajes de su leyenda, siempre agregando variantes de creación personal que interpreta el mito, como una constante de su poemario. En La locura de Edipo, narra los días de encierro del rey de Tebas, el oído de sus hijos varones, la maldición del padre y el deseo de que éstos mueran enfrentándose por el cetro del reino (como sucedió en la tradición mitológica), y la fidelidad de su hija Antígona, que lo orientó en su ceguera, pero en este poema describe una ofrenda sexual de la joven hacia el sufrimiento de su padre, en un contexto delirante, y plantea el tema del incesto, del cual Edipo mismo fue víctima: “(…) ¡Oh, dioses,/ Si acaso sois justos, protegednos!:/ ¡Haced que jamás se separe de mí/ Y que yo nunca la tenga!».

Asimismo, en el poema que da cierre a esta obra, Edipo y Narciso, Lobos relaciones ambas leyenda con el ingrediente de la supuesta envidia que desarrolla el primero de la muerte de Narciso, reforzando el tópico de lo inexorable del destino, que consiste en que éste no se puede cambiar, y en sentido cíclico de la tragedia: “Envidia Edipo/ La muerte recursiva, innumerable de Narciso,/ Mientras corre desde Delfos/ En línea recta hacia su destino./ Siempre uno, no infinito”.

Un ejercicio de largo aliento y muy bien documentado, con una propuesta original y una articulación de los recursos poéticos de resultado efectivo y de intensidad emotiva. Víctor Lobos construye su propia visión de la mitología helena, cual plataforma para traer al presente las leyendas de la Antigüedad, mediante versos precisos y una interpretación personal, que desafía a los marcos canónicos, pero a cambio nos entrega un lúcido y sentido poemario que le lector agradece y siente muy próximo a su experiencia.

 

Víctor Lobos, Santiago, 1960.

 

Perteneció a la primera generación del taller literario de José Donoso, cuando el novelista regresó a Chile después de años de exilio autoimpuesto. El autor aspiraba a ser novelista y su experiencia de dos años en el taller produjo resultados mixtos. Por una parte, aprendió la seriedad y las sutilezas del oficio de escritor; por la otra, se volvió extremadamente autocrítico y se decepcionó de su novela en progreso, una especie de biografía apócrifa del pintor surrealista judío-rumano Víctor Brauner. Como consecuencia, renunció a la escritura y estudió Psicología.

 

La angustia de los tiempos, junto con la lectura de “La diosa blanca” de Robert Graves, lo mandaron de vuelta al camino abandonado. Luego de 15 años de práctica clínica, cambió la narrativa por la poesía.

 

Publicaciones anteriores: 2007 El ojo y otros puntos de vista, Ril Editores.

 

2013 Norte en Elocoyán, Mago Editores.

 

Ha sido parcialmente traducido al inglés, ruso y rumano.