Por Ramón Díaz Eterovic
Discurso pronunciado por Ramón Díaz Eterovic, escritor y amigo del galardonado, en la ceremonia de entrega de la Distinción Letras de Chile al escritor Juan Mihovilovich, el martes 27 de marzo en el Café Literario Parque Balmaceda.
En Punta Arenas existe una calle que debe estar entre las que más escritores han acogido en Chile. Se extiende desde el cementerio hasta la costanera que raya el límite entre la ciudad y el Estrecho de Magallanes. La calle Carrera pertenece al Barrio Croata, y en ella vivimos, en épocas distintas, pero no separadas por muchos años, Juan Mihovilovich Hernández, el escritor Oscar Barrientos Bradasic y quien habla. Todos “yugolotes” como se les denominaba hasta hace unos años atrás a los hijos de los emigrantes que llegaron de la Isla de Brac en Croacia, y que con el paso del tiempo y el efecto de las flechas de Cupido se unieron a otros emigrantes, hombres y mujeres, provenientes de la Isla Grande de Chiloé. Croatas y chilotes poblaron la Patagonia y con el correr de los años dieron hijos e hijas que se destacaron y destacan en distintos quehaceres de la sociedad chilena, siendo Juan un ejemplo de ello. Emigrantes que, al igual como ocurre en nuestros días, en muchos casos llegaron con lo puesto, hablando una lengua extraña, pero dispuestos a dar un nuevo sentido a sus vidas, a través del trabajo, la formación de familias, al desarrollo de un sentimiento de arraigo hacia la tierra que los acogía.
Con Juan nos conocimos en Santiago durante la presentación de su novela La última condena, donde daba vida a una especie de Macondo instalado en Yumbel. Ésta novela que auguraba un promisorio futuro literario para Juan la presentaba Martín Cerda, crítico literario de los que ya no se encuentran, buen conversador y lector de cuanto papel impreso se cruzaba en su camino. Desde entonces nos une la amistad y el desarrollo de una obra literaria en paralelo que me atrevo a pensar que a ambos nos ha traído más alegrías que penas; más lectores atentos que indiferencia.
El barrio al que hacía referencia está siempre presente en la narrativa de Mihovilovich. Y una de ellas la rescata en su cuento Nosotros tuvimos la culpa Ruperto, en el que presenta a un personaje al que llamábamos Luchetti, porque era flaco y alto como un tallarín. Un tipo que corría a diario de un punto a otro de la ciudad; que ganó todas las competencias atléticas organizadas en Punta Arenas, y que finalmente, cuando no tuvo rivales que le hicieran collera, lo mandaron a correr el maratón de Santiago. No voy a contar el final del cuento. Sólo voy a decir que Luchetti iba ganando la carrera con tres o cuatro kilómetros de ventaja, y que en algún momento de la competencia se aburrió de correr, salió de la ruta convenida y siguió por la senda que llevaba a la cumbre del cerro San Cristóbal. Al día siguiente lo encontraron en el zoológico, durmiendo junto al recinto de los pingüinos. Y no es chiste. Y quizás requiera un análisis psicoanalítico para explicar por qué los magallánicos añoramos el frío, el viento, la nieve y todo aquello que nos recuerde el rigor climático del territorio en el que tuvimos la suerte de nacer.
“Las palabras serían mi escudo protector y podrían salvarme de ese terrible acoso del mundo exterior. Presiento que ellas me servirían para describir los infinitos universos que invento a diario”, dice Iván Aldrich el narrador, alter ego de Juan en la treintena de relatos que componen el volumen Espejismos con Stanley Kubrick, publicado el año 2017. La cita refleja una de las claves del trabajo de Juan Mihovilovic y tiene que ver con el hecho de que su narrativa se caracteriza por la exploración de mundos interiores cargados de culpas y cuestionamientos a las realidades que envuelven y condicionan la existencia cotidiana. Su apego a una narrativa que se nutre de las vicisitudes de los mundos interiores está en algunos de sus primeros textos como Sus desnudos pies sobre la nieve, y en otros más recientes, como las novelas Yo, mi hermano y El contagio de la locura. En esta última, desnuda la conciencia de un reflexivo juez de provincia que cuestiona constantemente el ejercicio y finalidad de su oficio.
Sobre su narrativa, Mihovilovich ha señalado que le ha servido para tratar: cuestiones que siempre me han obsesionado: “vida y muerte, procedencia ancestral, degradación irreversible de la materia, la ilusión de la vida física, los complejos e intrincados procesos mentales, la locura y la cordura, no solo a niveles individuales, sino como productos de una sociedad occidentalizada enferma de ambición, de codicia y corrupción”. En buena parte de la obra de Mihovilovich nos encontramos con protagonistas que exponen las dudas y temores que sienten a medida que se van haciendo cargo de una vida que se les impone como un desafío exigente. Sus textos son reflexivos e inquietantes; atentos a los detalles que dan cuerpo a la relación del hombre con sus semejantes. Nuestro autor tiene una lucidez especial para explorar en la condición humana, en sus fragilidades y desequilibrios.
En alguna época, Juan nos amenazó con dejar la escritura. Regaló su biblioteca, botó sus lápices, quemó sus cuadernos, mató a su crítico literario de cabecera y le puso cinturón de castidad a su musa. Los motivos nunca los explicitó claramente, tal vez por esa reserva que lo caracteriza a la hora de abordar sus asuntos personales. Afortunadamente para sus lectores y para la narrativa chilena, Juan cumplió su amenaza durante muy poco tiempo. Y no me extraña que haya sido así, porque tiene una pasión compulsiva por la escritura y salvo la oportunidad antes señalada, no recuerdo un momento en el que Juan no confiese que está embarcado en un nuevo proyecto literario. Tiene carne y olfato de narrador, y un talento sobre el cual no es necesario insistir. Ahí están sus numerosos libros publicados, sus premios, su constante valoración por la crítica especializada y, sobre todo, los lectores que lo siguen atentamente.
Ignoro cómo será la labor de Juan Mihovilovich como Juez de Letras, pero supongo que en el ejercicio de esa labor tendrá la mesura, el buen tino y la humanidad que lo caracteriza como amigo y escritor. De lo que no tengo duda es que sus sentencias deben estar muy bien escritas.
Me alegra que Letras de Chile le conceda este reconocimiento por su labor literaria; y junto con mis felicitaciones, le dejo una advertencia que alguna vez le oí a Jorge Teillier hacerse a sí mismo: Cuando empiecen a hacerte homenajes, preocúpate.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…