Mono

Por Ge Liang

Traducción de Liljana Arsovska

1.

22 de diciembre de 2011

Carta de renuncia

Sr. Tai Jian

Director del Parque Zoológico y Botánico del Puerto del Oeste

Presente

Lamento presentar mi renuncia formal en este momento.

Ha sido un honor para mí ser miembro de la compañía por casi tres años. Durante este periodo tuve la oportunidad de aprender, de expandir mis conocimientos y habilidades profesionales, además de obtener una valiosa experiencia laboral dentro de un ambiente privilegiado.

La pérdida del mono negro de mejillas rojas, Dulin, ha causado problemas considerables a la compañía y la sociedad. Como criador de primates de tiempo completo en el parque, siento profundamente lo ocurrido y, en señal de arrepentimiento, ofrezco mi renuncia.

Deseo dar las gracias a la compañía por su confianza y guía durante todos estos años. Antes de dejar mi cargo, concluiré con todos mis deberes y llevaré a cabo la entrega de funciones. Solicito atentamente el permiso de trabajar en el parque zoológico y botánico hasta el final de este mes, el día 31 de diciembre.

Hago mis votos por la prosperidad de la compañía.

Atentamente,

Li Shulang

 

Como le había dicho con anterioridad a la policía, no sé cómo Dulin pudo abrir el candado de la jaula y escapar. La contraseña de esa cerradura tenía un número de seis dígitos que sólo él conocía. El único respaldo estaba en los archivos del zoológico.

Bien, la contraseña era el cumpleaños de Nancy. Pensó en cambiarla, puesto que ya no estaban juntos, pero el tiempo pasó y al final no lo hizo.

Ciertamente, jamás subestimó el nivel de inteligencia de Dulin, incluso pensó que el mono era más inteligente que él mismo. Su control del tiempo era impecable. Dulin siempre dominó con precisión el horario de la comida con un error no mayor a cinco minutos. A veces, cuando él se olvidaba, Dulin, con su voz distintiva, aullaba y sacudía la jaula. Cuando Wangwang corría cargando la comida, Dulin lo miraba, lentamente descendía y su rostro se apaciguaba.

En esos momentos, él primero se sentía molesto y luego se deprimía, pues su verdadero jefe en el zoológico era Dulin, el mono.

No, eso no era del todo cierto, dicho correctamente, Dulin era un simio negro de mejillas rojas. Hylobates gabriellae, es su nombre científico, que en buena parte determina su fama y valor. Como la única especie de simios negros con brazos largos, la tasa de reproducción del Gibbon negro es extremadamente baja, por lo que el mono con mejillas rojas es prácticamente un animal en peligro de extinción.

Su rareza también está asociada con su vida y sus hábitos conyugales. Al alcanzar la madurez, este simio le es muy fiel a su pareja, con la que tiene hijos y conforma una familia nuclear. Por lo tanto, su comportamiento sigue un patrón muy diferente al de los simios que se congregan en agrupaciones grandes, salvajes y ruidosas, que, sin embargo, debido a su promiscuidad, acceden a más recursos para sobrevivir, pero a la vez están condenados a los escalones bajos de la evolución.

Por razones genéticas, el mono negro de mejillas rojas conservó este hábito incluso después de salir de Camboya y Vietnam. Dulin, con sus diez años de edad, ha vivido cinco años con su pareja y ha procreado dos simios felices. Con el deseo de salvar la especie, el zoológico ha hecho grandes esfuerzos. El año pasado pusieron a una hembra en edad reproductiva de nombre Maya en la jaula de Dulin y esperaron un milagro que nunca sucedió. Dulin y su nueva compañera no tuvieron ninguna dificultad de convivir. Compartían la cama y la comida y vivían en armonía. Sin embargo, el personal descubrió rápidamente que su convivencia era respetuosa y Maya sólo era una amiga y nada más. Dulin y su pareja excluyeron a Maya de su núcleo familiar. Como Dulin no aceptó tener una doble vida, los empleados cambiaron la estrategia. No tenían más alternativa puesto que Dulin era el único macho de esta especie en el zoológico, así que decidieron implementar una política de segregación a corto plazo. Encerraron a Dulin y a Maya en una sala especial de entrenamiento. Tenían la esperanza de que la soledad incendiará su fuego. Unos días después, Maya estaba presta y Dulin, muy desconcertado. Maya se tornó ansiosa y pronto perdió su postura. Mientras tanto, Dulin tranquilamente se sentaba en la esquina de la habitación a disfrutar de galletas y plátanos.

Los investigadores pronto empezaron a cuestionar la masculinidad de Dulin. Ellos podían ponerla en duda puesto que habían convivido con el simio por tres años. Dulin no aparentaba ser muy fogoso, aunque los hechos mostraban lo contrario.

Él recordaba un largo coito entre Dulin y su pareja durante aquel invierno. Duró casi una hora. Aunque las posturas no eran gran cosa, el coraje y la devoción producían envidia. Parado a un lado, él observaba con admiración sus movimientos lentos y cómodos. Recordó aquella vez que, en su taller, hizo el amor de prisa con Nancy. Ella sintió su vacilación y distracción, pues él estaba pensando en el examen de la administración pública del día siguiente. ¡Qué pelea más feroz!

Sí, era invierno. Dulin, al igual que los humanos, tenía control durante el coito, haciendo parecer el sexo un acto de amor y no de abuso. Eso nada tenía que ver con la rutina. Sin embargo, como cualquier otro simio, no podía controlar la respuesta física, típica de cualquier animal. Se colgaba de la parte superior de la jaula de hierro y todos podían ver su pene, insolentemente erguido y enrojecido. Tuvo mucha audiencia. Los chicos a menudo gritaban entusiasmados. Las madres jóvenes trataban de cubrir sus ojos, pero a la vez no podían dejar de susurrar con sus amigas. Era curioso, también se dieron cuenta de que Dulin estaba sorprendentemente tranquilo. El mono no mostraba ni la más mínima agitación, inmóvil, se quedaba en la jaula. Él comprendió que de pronto surgió una inexplicable brecha entre el temperamento y el instinto de Dulin. Observó al mono, tan indiferente al bullicio de la gente. Con los ojos quietos y claros, éste miraba a lo lejos. Él tuvo la ridícula idea de que en realidad el mono estaba pensando en algo mucho mayor que superaba cualquier imaginación.

Durante algún tiempo se obsesionó con una idea: él no sabía si los extensos bosques lluviosos de sudeste de Asia habían dejado una huella profunda en la mente de Dulin. Siguiendo ese hilo de pensamiento, él consideró que Dulin debía de estar conforme con sus actuales condiciones de vida. Esa metrópoli donde cada centímetro de tierra valía oro, claro que no se parecía a su hábitat natural, siempre faltaba espacio. Cada uno de los directores en turno se quejaba de lo mismo. Él y sus padres, durante más de veinte años, han vivido en un vecindario humilde en el barrio Lizhi, mientras que ese simio, su esposa e hijos, vivían tranquilos en una jaula de casi 200 pies en el centro del barrio más residencial del Puerto del Oeste. El zoológico competía en fama y alcurnia con el inquilino más popular de la zona. En la avenida Albert, al norte de éste, estaba la antigua mansión del gobernador, por lo que la gente bautizó al zoológico como “Parque Cabeza del Soldado”. Cuando pensaba eso, no podía no reír por el realismo al estilo de un corredor de bienes raíces. En sus huesos, él seguía siendo un ordinario, mundano y utilitario habitante del oeste de Hong Kong, y Dulin era sólo un mono.

Pero ahora lo sabía. En aquel entonces, Dulin meditaba cosas muy profundas, incluso era factible suponer que su plan de escape fue premeditado con mucha antelación.

Él sabía muy bien que nadie creería que un mono pudiera abrir una cerradura con contraseña. Eso sería un mito. Si habríamos de construir esa hipótesis, entonces, los otros primates podrían hacer cosas mucho más sofisticadas, por ejemplo, un Iphone5 junto con Jobs y Tim Cook.

A pesar de todo, comunicó sus pensamientos, porque estaba muy seguro de haber cerrado cuidadosamente la puerta de la jaula antes de salir temprano esa mañana. El director, con una sonrisa condescendiente y tolerante, pensó que él buscaba una excusa débil y trataba de echarle la culpa al mono. Lo raro era que ese mismo día el monitor estaba descompuesto y nada podía comprobarse. Las posibilidades no evitaron los hechos concluyentes. Sí, tal vez fue negligente. Si negaba eso, tendría que aceptar otra posibilidad: dejó ir al mono deliberadamente.

Las noticias de la primera plana de ese día en el Fruit Daily: “Marte golpeó la Tierra. El mono de la sabiduría de nuevo actúa en El robo de las trampas”.

Ese título estaba muy en consonancia con los medios de comunicación de Hong Kong. El robo de las trampas era una película famosa de Hollywood, cuyos protagonistas eran dos hackers, un hombre y una mujer. En el periódico, cual bandera negra, se leían las palabras de él y una foto donde el responsable del archivo de la prensa lo miraba fijamente. En la cubierta del diario Semana apacible estaban su declaración acompañada de su foto. Pensó que era bastante fotogénico, con el cuello arrugado y su expresión de apenado. El contenido era el mismo, pero el nombre de la película cambió a El código Da Vinci.

Cuando llegó a casa, ya era de noche. Su madre, acostada en el sofá, miraba una película en cantonés. Él había visto esa película de nombre Ama el mar. El aún joven Patrick Tse y Nan Hong contemplaban desde la montaña el hipódromo, la bahía Tongluo y el puerto Victoria. En esos tiempos, el puerto Victoria se veía mucho más grande e imponente. Se sentó junto a su madre y se puso a ver la película. Más tarde, el padre también vino y se sentó. Después de un tiempo, su padre sacó un cigarrillo y le dio otro a ÉL. Encendieron los cigarrillos y padre e hijo, cautelosos, se pusieron a fumar en silencio. Cuando terminó, el padre se levantó para tomar otro, pero la madre lo detuvo: “¿No te basta una cajetilla?”.

Comenzaron las noticias. Como era de esperarse, allí estaba ÉL, parado en frente de muchas cámaras. Visiblemente alterado, repetía las mismas palabras y, con el rostro pálido, parecía un niño indefenso.

Cuando terminaron las noticias, la madre apagó la tele. El padre aplastó la colilla del cigarrillo con la mano y finalmente dijo: “Muchacho, ¿qué pasará sin este trabajo?, ¿por qué tanta desolación?”.

Recordó haberse graduado hacía tres años, durante la peor recesión de la ciudad. En ningún lado encontraba trabajo. Como estudiante del departamento de Literatura de una universidad prestigiada, finalmente abandonó las ilusiones y aceptó el trabajo de custodio en el parque zoológico y botánico. Su padre le dijo: “Muchacho, ¿qué más da si no consigues un trabajo? Nosotros te mantenemos, ¿por qué sufrir atendiendo a un mono?”.

Se levantó, volvió a su habitación y cerró la puerta.

Cuando estaba a punto de dormirse, recibió una llamada de Nancy: “¿Estás bien?”. “Estoy, bien”. Nancy continuó: “Me voy a casar este mes. ¿Puedes asistir?”.

“Felicidades”, le respondió.

Ella insistió: “¿Puedes venir?”. “Sí”, respondió y los dos quedaron en silencio hasta que Nancy interrumpió: “Creo en lo que dices”.

Colgó el teléfono y sintió una ligera comezón en la nariz, nada grave.

Con cuidado dobló la carta de renuncia, la puso en el sobre y la selló. Pensó que debía ir a ver a Dulin.

Se paró enfrente de la jaula. Dulin estaba acurrucado en la esquina. Al reconocerlo, abrió un poco los ojos en señal de saludo. Aún estaba bajo el efecto de la anestesia.

En ese momento, quien sabe por qué recordó una novela escrita por un japonés que había leído hace muchos años. El autor, de nombre Osamu Dazai, intentó demasiadas veces suicidarse hasta que finalmente tuvo éxito.

Recordó una frase de la novela: “Siento haber nacido hombre”.

Mientras pensaba en eso, Dulin sonrió ligeramente como si se estuviera burlando de ÉL, estiró el brazo y volvió al cuarto de la jaula.

Sus movimientos eran muy elegantes.

2.

 

22 de diciembre de 2011

Anuncio público

La actriz de nuestra compañía Vivian Tse, debido a la fuga del mono, durante la segunda mitad de este mes, sufrió un gran susto y, en consecuencia, padece de un trastorno mental. Recientemente ha sido enviada al Centro de Rehabilitación Mental Daqingshang para su convalecencia.

En vista de su absoluta falta de control, la compañía no se hace responsable de sus comentarios y acciones. Pedimos a los medios respetar su autoestima. De lo contrario, la empresa recurrirá a recursos legales para asuntos relacionados.

 

Anuncio público de advertencia.

Universal International Entertainment Holdings (Limited) Ltd.

 

No estoy loca, lo sé.

Además, nunca me arrepentí por haber marcado aquel número.

Edward, debes de saber que te amo.

Sí, admito que fui un desastre. Debí llamar al 999.

Pero estaba muy asustado, ¿entiendes?

Tú estabas acostada encima de mí y el mono estaba en la esquina de la cama. No pudiste ver su mirada fría, como si quisiera perforarme con ella. ¿Puedes imaginarlo? Su mirada es como la nuestra. Estaba muy asustado, ¿me comprendes? Quería que pararas pero tú estabas en el clímax, me ignoraste completamente. El mono estaba detrás de ti observando tus movimientos. Tal vez no debí gritar y así tú no te hubieras volteado, ni el mono se hubiera asustado ni hubiera mordido tu muslo. No supe que mordió tu arteria femoral. Todo lo que vi fueron chorros de sangre.

Sólo tenía aquel número de teléfono en mi mente.

Sí, lo marqué sin pensarlo claramente. Con tu falda, apachurraba tu herida mientras marcaba. El mono permanecía allí, mirándome marcar. Se sentó silenciosamente en el alféizar de la ventana y me miraba.

Estabas tan pálida, sin saber lo que había pasado.

“Tu falda Prada se tiñó de rojo, jamás pensé que serviría para esto”. “Sí, no me la habías visto puesta aún, es que apenas llegó de París. Pensé usarla en la conferencia de prensa del estreno más reciente, quería que fuera una sorpresa. Pero ahora nada de eso sucederá. Sabía que no podías tolerar que me involucrara con otras estrellas de cine”.

Oí la ambulancia. Oí el timbre de la puerta. Abrí. Luces parpadeantes me deslumbraron. Todo era blanco.

Me di la vuelta y vi los ojos del mono. Ojos humanos. Me miró. Se levantó lentamente, dio dos pasos, abrió la cortina y saltó por la ventana.

El resto daba igual. Lo importante era que estabas bien, estabas viva.

Sí, era un boomerang.

Todos pensaron lo mismo, y eso te incluía a ti. Me lo merecía, mi cara estaba en las portadas de más de diez medios sensacionalistas, mi popularidad no tenía precedentes. Dijeron que era un idiota sin cerebro, dijeron que yo era el actor y el director de mi propia “tortura en busca de compasión”, que me esforcé demasiado buscando mi propia desgracia.

 

Sí, ¿por qué llamé a Ann?

Deja que te lo explique, tal vez te resulte gracioso. Porque creo en ella, sólo a ella le tengo confianza. Le creo más a ella que a Jesús, que al jefe, incluso le creo más que a ti.

Sabes, tuve algunas oportunidades de cambiar de agente. Ese año a Maggie, en Nueva York, todo le iba viento en popa. Su agente me buscó y me dijo que era hora de entrar a las grandes ligas. Me pidió trabajar con él, cambiar de bando, revivir. Sonreí y dije: “No cambiaré, Ann es mi mujer en las buenas y en las malas”.

Sin Ann, no soy nadie.

Soy una taiwanesa que vino sola al Puerto del Oeste, sin antecedentes, sin currículum, sin recursos, simplemente un caso perdido. ¿Qué he hecho para merecer? Hace ocho años fui una actriz secundaria en el grupo teatral de Du Yufeng. Ese era el año del SARS, hacía mucho frío, el teatro estaba helado, pero yo no me quería ir, porque no tenía a dónde ir. Con una chamarra de plumas, me senté en la puerta del vestuario y me puse a fumar. Vino una mujer que llevaba cubrebocas. Ella me miró por un momento y dijo: “Hermana, eres la elegida”.

Era Ann.

Al día siguiente, me contrató.

Durante medio año, no hice ningún trabajo. Ann me encontró un profesor de cantonés: “Para prosperar, debes dominar la lengua”.

Medio año después, Ann me dio la primera oportunidad. Era una obra de tercera. Yo no estaba convencida, recuerdo que incluso lloré. Ann dijo: “Hermana, tenme confianza, esta pieza te lanzará a la fama”.

Ann tenía palabra, yo ya no tuve que aceptar de nuevo ese tipo de papeles, puesto que aquella película de tercera me lanzó a la fama.

Decían que la película fue un éxito. Espalda desnuda, poca exposición. Mojé los pies y, sin entrar al mar, salí a la orilla. Pero sé que me odias por haber hecho esa película. También sé que una vez negociaste con el jefe de Universal Pictures para comprar la copia original de la película. Con esta película rodando, jamás me despojaré del título de actriz de tercera.

También sé que eres un hombre que cuida su reputación. Hace dos años te separaste de tu esposa sin chismes ni enredos, y no quieres que digan que el gran propietario del Corporativo Fengxin cayó en las garras de una actriz de tercera. Pero sin esa película, ¿cómo hubiera accedido a las audiciones posteriores?, ¿cuándo me iban a dar una oportunidad los grandes directores taquilleros?, ¿cómo conseguiría la Estatua Dorada a la mejor actriz novata, la estatuilla Caballo Dorado a la mejor actriz del Festival de Cine de Tokio?

Y…, ¿cómo me hubieras conocido?

Ese día fue mi fiesta de celebración.

Me abordaste cuando todos se fueron.

Dijiste que eras mi fan: “Me fascinaste con tu actuación en Xiangluoyu, tu transformación desde pequeña hasta adulta, no es fácil hacer eso. ¡Qué actuación! ¡Qué sentimientos! ¡Qué temperamento! Y sólo eres un jovencita frágil”.

“Una jovencita frágil”, dijiste con tanta ternura esas tres palabras. Te diste la vuelta y te fuiste. Si los paparazzi no hubieran tomado fotos, jamás hubiera sabido quién eras.

Desde entonces, todos los días recibía un ramo de rosas amarillas con una tarjeta que contenía diálogos de mis películas.

“Son sólo palabras”, dijo Ann, por primera vez enfadada conmigo. “La compañía decide con quién sales, no tú”.

“El contrato claramente dice que no puedo enamorarme durante cinco años, y ya pasaron”, le dije.

“Tienes que ser realista, dicen que sólo está separado. Incluso si su esposa muere, la sucesora tendrá que ser alguien de cuna noble. ¿Cómo crees que te va a elegir a ti?”, contestó Ann.

Una vez no pudiste evitarlo y me preguntaste por qué jamás te había dicho que quería ser alguien de cuna noble. Lo pensé antes de contestarte: “Claro que quiero ser de cuna noble, yo soy ‘la jovencita frágil’ de tu corazón”.

Me abrazaste en silencio.

Sí, desde el día que nací, siempre fui “la jovencita frágil” de alguien.

A la edad de siete años mamá murió. Papá cuidó de mí y de hermano. Crecí entre insultos y golpes. A los 16 años de edad me embaracé de un chico de la escuela vecina y dejé los estudios. Quería al niño, pero los padres del chico se arrodillaron ante mí y me acompañaron a abortar. Ese mes parecía un fantasma.

Una noche, entre sueños, sentí olor a alcohol. Desperté y vi a mi padre con los ojos enrojecidos. Cuando jaló la cobija, me asusté y salí corriendo. En mis oídos resonaban sus palabras: “¿Por qué otros pueden y yo no…?”. Corrí a la casa de mi tía. Me abrazó, lloró y dijo: “Ve, aquí no hay lugar para ti, vete lo más lejos posible”.

Antes de ti, nadie me había llamado “jovencita frágil”.

Supe lo que Ann hizo después de recibir mi llamada. Todos los medios de comunicación en Hong Kong se reunieron, aquello parecía una conferencia de prensa. Al igual que tú, no quise quedarme atascada en una cama ensangrentada.

Sabía que tu padre gastó miles de millones de dólares para comprarte un documento migratorio con tu foto. Entre sus discípulos sólo quedé yo con mi cara aterrorizada.

Lo que no sabía era que Ann y Sabrina tramaban algo a mis espaldas. Sabrina y yo éramos diferentes. Colegas de trabajo y nada más. Hacíamos diferentes papeles, yo era la mujer salvaje y ella la hacía de zorra. El agua del pozo y del mar jamás se mezclan.

Cuando vi a Ann por última vez, me pidió que renunciara a la representación de algunas marcas comerciales porque tenía otros planes. No pregunté por qué.

Cuando se fue, me susurró al oído: “Sabrina necesitaba un contrincante para levantarse. Ahora está arriba y ya no te necesita”.

Ese asunto, gracias a Dios, de paso destruyó también tu gran sueño.

Todo el mérito se perdió en una sola batalla. ¡Cuántos años!

Ahora, todos los medios se recalibraron: antes decían que con tal de conseguir derecho de cuna noble era capaz de revolcarme en aguas turbias, ¡qué mal! Después cambiaron el discurso y dijeron que me metí sola a las llamas, que por culpa de un mono enloquecí, que fui directora y actriz de mi propia tragedia.

Bueno, entonces seguiré actuando en este monólogo.

Sólo que ahora no tengo público, aquí nadie escucha y nadie me mira.

Los de afuera no me ven, pero yo sí los veo.

Hay un río afuera. ¿Me crees? Sólo que no nos hemos dado cuenta, pero en el Puerto del Oeste está un río sereno. Se parece al río de mi natal Gaoxiong. Cuando de niña me pegaban, entonces escapaba al río y me sentaba en la orilla hasta que caía la noche.

No sé cómo está aquel mono.

El periódico dijo que el custodio insistía en que el mono había abierto el candado de seguridad con contraseña. Nadie creía eso, pero yo sí creí en las palabras de aquel joven. Tal vez porque vi la mirada del mono.

 

3.

Diciembre 20, martes, nublado

 

Yahei, sé que te fuiste. El viejo Dou te mandó lejos. Lo vi engañarte con un plátano. Yo me   quedé quieta.

No culpes al viejo Dou, él también está triste. No tiene la vida fácil, nuestra familia es muy pobre y tú comes mucho, no es fácil mantenerte.

Cuando crezca, saldré a trabajar y ganaré mucho dinero. Entonces, te traeré de vuelta. ¡Debes esperarme!

Ése fue el último apunte en el diario de Tongtong.

Si no hubiera visto ese diario, jamás hubiera sabido que Tongtong estaba despierta cuando sacó al mono.

Miró el retrato de su hija, cejas delgadas, ojos finos, boca ligeramente subida. La miró y de nuevo se puso a llorar.

Era la foto que le tomó a Tongtong para solicitar su permiso de circulación.

Desde que llegó a West Harbor, Tongtong no se había tomado una foto. El día era hermoso. Él tomó prestada una silla de ruedas de la abuela Xu, que vivía en el piso de arriba, y sacó a Tongtong a la calle. Hacía mucho tiempo que Tongtong no salía y durante el paseo se reía de todo sin ninguna razón aparente. Se reía al ver las tiendas, los parques, los peatones y los perros. Sólo dejaba de reír cuando veía pasar a niños con mochilas al hombro. A lo lejos los seguía con la mirada y cuando se perdían, recuperaba de nuevo su rostro sonriente.

Cuando llegaron al estudio fotográfico, Tongtong no pudo sonreír y susurrando dijo: “Pa, tengo miedo”. Él contestó: “Mi niña, no tengas miedo, dile al tío cuántos años tienes”.

El tío del estudio preguntó: “Sí, niña, ¿cuántos años tienes?”.

Tongtong pensó un poco y contestó: “Tengo siete años”.

El tío entendió pero preguntó de nuevo: “Oh, no escuché claro, ¿qué edad tienes, niña?”.

Tongtong giró la cabeza, lo miró, giró de nuevo y respondió en voz baja: “Tengo siete años”. Cuando dijo siete, el fotógrafo apretó el botón. En la foto Tongtong parecía sonreír mientras revelaba sus dientes blancos. Tongtong era una niña muy hermosa.

Esas dos filas de dientes blancos aseados y esa sonrisa le eran familiares. Axiu tenía la misma sonrisa.

 

Axiu, repitió ese nombre para sí.

Era la primera vez que regresaba a casa después de mudarse al Puerto del Oeste. Era la mejor época de su vida. La gente del pueblo venía a ver al “recién llegado del oeste de Hong Kong”.

Por la noche bebió con su viejo tío. Aquél le preguntó si ya tenía familia. Negó con la cabeza. El tío dijo: “Es tiempo de traer una nuera a casa, hijo. Podemos buscar a una de aquí. Las mujeres del puerto son más altaneras. Para vivir bien, mejor búscate una que comparta tus raíces”.

Al tercer día, la casamentera vino a su puerta y trajo a una chica, de tamaño regular, morena y pálida, nada especial. Lo que sí tenía eran un par de ojos delgados y cejas saturadas. Cuando se reía, mostraba dientes blancos y limpios, muy bonitos.

Él se prendió, pero durante días no llegaron noticias de la casamentera. Se puso ansioso y mandó a preguntar. La respuesta era: “Todo está bien. Sólo que el hombre se ve un poco viejo y aquélla apenas es una muchacha”.

Le vino a la cabeza una nube gris. Ese año tenía 48. Diez y tantos años atrás con la política “tocar base”, logró emigrar al Puerto del Oeste. Para poder salir adelante y regresar victorioso a casa, durante esos años lamió un sinnúmero de traseros y aguanto todo tipo de sufrimiento. Todo eso no importaba, lo único cierto es que el tiempo no perdona. Durante esos años hubo mujeres interesadas en ÉL, pero su corazón, siempre temeroso, no quería que alguien sufriera a su lado. Un hombre tiene la obligación de proveer vida segura para su mujer.

Pensó en rendirse cuando la casamentera dijo que el asunto no era imposible y dependía de él. Preguntó cómo era que dependía de él y la casamentera explicó que la madre había dicho que sólo tenía una hija. Casarse en el Puerto del Oeste era casarse lejos y quién sabe cuándo volvería a verla. Pero una suma de dinero resolvería el asunto. Cuando la casamentera dijo la suma, aquél pensó y después de mucho tiempo dijo: “Está bien”.

La suma era considerable. Volvió al Puerto del Oeste, vendió la pequeña fábrica de hardware y pensó: “Mientras haya futuro, el dinero se puede ganar de nuevo. Además, ahora seremos dos pares de manos”.

La fiesta se celebró en grande y la familia de la mujer ganó bastante. Pasó un mes en casa y volvió al Puerto del Oeste. Antes de partir, dijo que pronto mandaría por Axiu.

Nadie supo que gastó todo su dinero para lograr ese matrimonio. Ahora tendría que empezar de nuevo.

Regresó a trabajar en la fábrica de carne congelada. Los viejos colegas se asombraron y dijeron que era un idiota por haber gastado el dinero de diez años de trabajo en una mujer. ÉL, sin embargo, lleno de esperanzas, rio cual tonto.

Un año más tarde vino alguien de casa pare decirle que Axiu dio a luz a una niña. Él sonrió contento y se puso a preguntar cosas. El rostro del pariente, sin embargo, estaba agrio. Finalmente volvió y Axiu le enseñó a una niña que parecía una pieza de jade exquisito con ojitos finos. Él no cabía de alegría cuando Axiu dijo que tenía algo que decirle y abrió el pañal. La pierna derecha de la niña estaba torcida, le dijeron que era una deformidad congénita.

Se paralizó, abrazó a la mujer y a la niña y se puso a llorar. Prometió trabajar duro para ofrecerles una buena vida.

Cuando regresó al puerto, redobló sus esfuerzos, no comía ni vestía y todo lo que ganaba lo mandaba a casa. En ese tiempo, sin embargo, llegó la gran depresión asiática. Sin familia, tuvo que soportar solo todo el peso de la vida. Primero fue despedido, pero no se deprimió. Fue a buscar trabajos temporales; trabajar más, ganar menos.

Con todo el exceso de trabajo, finalmente cayó enfermo. Tosía sin parar y un día escupió sangre. Fue al hospital público y le dijeron que tenía tuberculosis ya muy avanzada.

Ya no podía trabajar. Aunque le daba vergüenza, finalmente decidió tomar la ayuda social del gobierno.

Siguió enviando dinero a casa, sólo que ya menos. No se atrevía a volver, pues no quería dar explicaciones.

Un día, recibió una carta de un compañero. Dijo que Axiu se volvió a casar y que la niña quedó al cuidado de su madre.

Su corazón se sacudió. Salió a tomar durante toda la noche. Al día siguiente le dijo al compatriota que quería hacerse cargo de la niña. El compañero suspiró y dijo: “Antes aún era posible, pero ahora, en tu situación, ¿cómo la vas a mantener? La vida en el puerto es muy cara. En el pueblo, al lado de su abuela, la niña estará bien”.

Años después, la abuela murió.

Él regresó para el funeral y la gente le aconsejó llevarse a la niña.

Se acercó y tomó la mano de la niña. La niña cerró el puño, levantó la cabeza, lo miró, lentamente estiró los dedos y los puso en la palma de sus enormes manos.

Estaba ansioso por arreglar los trámites de traslado al puerto. Sin embargo, por esos años, a causa de pérdida de entusiasmo, crecía la indiferencia del gobierno hacia Hong Kong. Buscó a un conocido y le entregó sus únicos 3,000 dólares, pero aquel animal se esfumó sin dejar rastro llevándose incluso aquella única acta de nacimiento. Pensó y finalmente decidió tomar el mismo camino de hacía veinte años. Pidió prestado por todos lados hasta que logró reunir 5, 000 yuanes y buscó un pollero para cruzar de contrabando a su hija hasta el Puerto del Oeste.

Esa noche, mirando sus ojos delgados y brillantes, abrazó a su hija por primera vez. Sintió calor en su corazón, aunque sabía que los días venideros no serían fáciles.

 

Tongtong era una niña tranquila, de pocas palabras.

Al principio pensó que eso se debía al hecho de estar encerrada entre cuatro muros con un extraño a su lado. Pronto supo que esa era su naturaleza. Incluso su manera de complacer también era tranquila.

A causa de la niña, ya no quería cocinar todos los días avena. A veces, los fines de semana, iba a los restaurantes donde antaño solía trabajar y esperaba. Cuando estaban a punto de cerrar y la clientela disminuía, entraba, tomaba un tazón y recogía las sobras de los platos. Eso no era permitido, pero los empleados lo conocían y le tenían lástima, por lo que medio cerraban los ojos.

Cuando regresaba más noche a casa, Tongtong se arrastraba cojeado y tomaba el tazón de sus manos. En la mesa ya estaban los platos, los palillos y un tazón de arroz. “Los hijos de los pobres se apresuran en hacerse cargo de la casa”, decía ella. “Tongtong se apresuró demasiado”, pensó y se puso triste.

Se sentó, tomó un boca y vio en su tazón varias piezas de cerdo asado; era lo mejor de lo recogido en el restaurante. No aguantó y derramó lágrimas.

La niña reía poco. Por miedo a ser vista, no podía salir a la calle y seguido se trepaba a la ventana, desde donde miraba el mundo hasta muy caída la noche.

La comunidad finalmente supo de la existencia de Tongtong. Pronto, un voluntario vino a la puerta. Al principio, él se resistía, pero cuando le dijeron que no tendría que ir a la cárcel si se presentaba voluntariamente ante las autoridades, que podría tramitar el permiso de transitar por las calles para Tongtong y que eventualmente la niña podría ir a la escuela, en su corazón renació la esperanza.

Ese día tomaron la foto para el permiso de circulación y padre e hija volvieron a casa. Fue entonces cuando vieron al mono negro agazapado en su litera, mirándolos inmóvil.

También fue la primera vez que vio a un mono de este tamaño.

Nunca había estado tan asustado. El mono no le dio tanto miedo, lo que le asustó era ver que el mono se acercó a Tongtong y le tendió la mano.

No se atrevió a gritar ni intentó acercarse. Temía que cualquier movimiento pudiera provocar al mono y herir a su hija.

Miró a Tongtong estirar su pequeña mano blanca. La puso sobre la frente peluda y la acarició.

Vio que el mono estiro ligeramente su cara arrugada y lanzó un murmullo.

En ese instante sintió que el mono se parecía a Él.

Tongtong se volteó y mostró una sorprendente y grata sonrisa.

Pensó, no, más bien decidió conservar al mono, tan sólo para mantener la sonrisa de su hija, aunque fuera sólo hasta la noche.

Tongtong y el mono se miraron uno al otro por un tiempo. Abrió la bolsa de papel que tenía en la mano y sacó una galleta.

El mono no dudó ni un instante y rápidamente la tomó.

Sonrió y esperó con curiosidad las futuras acciones del mono. No le molestó en absoluto la generosidad de su hija, aunque ese postre para el padre y la hija era un lujo que implicaba gran esfuerzo.

El mono no se atiborró con la galleta y eventualmente, con precaución, la mordió suavemente pero pronto aceleró el masticar, tal vez porque tenía hambre. Sin embargo, aún controlaba la velocidad de las mordidas para no parecer un glotón. Recordó a los macacos que viven en la montaña El gran sombrero. Seguido pasaban noticias sobre esas bestias salvajes que atacaban a los turistas para quitarles la comida. En comparación con ellos, ese mono era un caballero.

Tomó un plátano que recién había comprado. De hecho, compró los desperdicios que despachan antes de cerrar. El plátano, ya muy pasado y maduro, tenía color oscuro.

El mono lo miró, lo tomó y, cual experto, lo peló y comenzó a disfrutarlo con cuidado. Su calma era realmente impresionante.

Tongtong lo miró con asombro, miró después a su padre y de nuevo sonrió.

El mono, al ver la niña sonreír, también rio, mostrando algunos dientes amarillos y encías de color rojo pálido. El padre y la hija sabían que el mono estaba feliz.

Entonces el mono tiró a un lado la cáscara del plátano, extendió sus largos brazos, se inclinó y se paró de manos, exhibiendo su trasero rojo. En esta postura, giró alrededor de la litera. La tabla en la cama crujió.

Él sabía que el mono trataba de agradarles a ambos, a cambio de su bondad.

Era un mono agradecido.

El mono parecía incansable, daba vueltas y vueltas alrededor de la cama como una máquina.

“Yahei”, dijo Tongtong. “Pa, lo llamaré Yahei”. Él asintió.

Tongtong lo llamó de nuevo: “¡Yahei!”.

En ese momento, el mono se detuvo. Estiró el brazo, agarró la barandilla de hierro de la cama y giró hacia Tongtong.

“¡Yahei!”, Tongtong subió la voz. El mono chilló suavemente. La voz sonaba cual llanto de un bebé recién nacido.

Por la noche se acercó a la cama y cubrió a Tongtong con una manta.

Yahei se durmió a los pies de Tongtong. Abrió los ojos sin ninguna expresión particular y de nuevo los cerró. Dormía acurrucado igual que un bebé.

Se sentó bajo la luz opaca escuchando la uniforme respiración de su hija y de Yahei. De repente sintió que eran una familia.

Hacía tiempo que no tenía esa sensación. Su ideal tal vez era tener una familia de tres y compartir con alguien una noche de esas.

Después de permanecer mucho tiempo sentado, se paró y tomó el periódico que había comprado en el día.

No tenía radio ni televisión en casa, esa era la única manera de conocer la información del día. El periódico no contenía muchas noticias importantes, más bien era información útil. Había noticias de ofertas y cupones de descuento. Él, como muchas abuelas que tratan de subsistir, cuidadosamente los recortaba y los guardaba en una caja de zapatos por si se ofrecían.

Se puso los lentes para vista cansada y tomó las tijeras. Una imagen le llamó la atención. En la foto había un mono negro. Era un anuncio público, claro y explícito.

“Un mono negro de mejillas rojas escapó del zoológico del Puerto del Oeste. Se estima que se encuentra en el área entre el periférico oeste y el periférico superior. Se le ruega al público no asustarse, puesto que se trata de un simio de naturaleza gentil que, por lo general, no ataca a los humanos. Está protegido por el estado. Si algún ciudadano posee información, favor de comunicarse de inmediato con la policía local”.

La mano le tembló, miró al simio negro, rápidamente reaccionó y se asustó. Pensó que su forma de proceder podría interpretarse como ocultamiento. Esos días apenas había recibido indulto por ocultar a su hija ilegal. Otra falta y todo se acabaría. ¡Quién sabe lo que les pasaría al padre y a la hija!

Pensando en eso, sintió un sudor denso en la cabeza.

Fue hacia la cama y tomó otro plátano.

Por reflejo condicional, Yahei abrió los ojos y sonrió. Él dio un paso atrás. Yahei se sentó y lo miró.

Dio otros pasos hacia atrás. Yahei saltó de la cama e hizo lo mismo, levantó la cabeza y lo miró. Al ver los ojos asustados del mono, de repente sintió un dolor en el corazón, pero sus pies eran ágiles y sus pasos, más rápidos.

Abrió la puerta y salió. Yahei lo siguió. Parados uno frente al otro, se acostumbraron a la oscuridad. Yahei soltó un grito suave, cual voz de bebé.

Puso el plátano en el suelo. Yahei lo recogió, lo peló, agachó la cabeza y, de bocado en bocado, se lo comió.

Él corrió a la habitación y cerró la puerta.

Puso la oreja en la puerta y oyó gritos agitados pero muy suaves. Luego oyó al mono frotando su cuerpo contra la puerta. Sabía que quería entrar.

Estaba por abrir la puerta cuando recordó algo y puso el seguro.

Al día siguiente, le dijo a Tongtong que Yahei había saltado por la ventana.

Tongtong lo miró y después volteó hacia la ventana sin decir nada. Levantó la cara, ya sin sonrisa.

Oró en silencio con la esperanza de que alguien pudiera encontrar a Yahei y regresarlo pronto al lugar donde pertenecía. Entonces podría llevar a Tongtong al zoológico para reunirse con Yahei y ver de nuevo una sonrisa en el rostro de su hija.

Padre e hija vieron de nuevo a Yahei al tercer día.

Él negociaba en el mercado con el vendedor de cerdo un hígado.

En ese momento sonaron disparos.

Vio en el techo del parque recreativo, al otro lado de la calle, una cosa negra, peluda y temblorosa que cayó por el tubo de desagüe.

Abrió la boca, se asustó y después de mucho tiempo recordó que estaba con su hija.

 

En ese momento, vio a Tongtong correr cojeando por la calle. Al mismo tiempo, un camión lleno de contenedores rugió intentando frenar mientras tapaba a la niña.

Algunas personas uniformadas gritaron algo que él no entendió.

De repente, no podía oír nada.

           

4.

Reporte noticioso

El diario Estrella del puerto informa. El mono negro de mejillas rojas que escapó del Parque Zoológico y Botánico de Hong Kong finalmente fue capturado. Un ciudadano reportó a la policía que un mono negro deambulaba en el área Kennedy, cerca del anillo oeste. La policía y los bomberos actuaron de inmediato después de recibir el reporte. Al detectar al animal en el estacionamiento al aire libre de la calle Telford, en el distrito occidental, debido a su agilidad y la imposibilidad de acercarse, los agentes de policía sólo pudieron actuar como paparazzi y seguirlo de cerca mientras pedían ayuda de veterinarios y personal de AFCD para la captura.

Al mediodía, cerca de la una, el personal de AFCD y los veterinarios arribaron al sitio. El simio ya se había trepado a la azotea del parque recreativo cuando un veterinario realizó un disparo de una pistola con calmantes a una distancia de 20 metros. Aunque el arma dio en el objetivo, el mono todavía logró subir a los andamios laterales pero, debido al efecto de los calmantes, a los diez minutos se desvaneció.

Los veterinarios los transportaron en una jaula hasta la clínica veterinaria del parque, donde fue examinado. Más tarde, cuando la anestesia cedió, fue enviado de vuelta a su jaula y 56 horas después del “escape” se reunió con su esposa e hijos.

Durante la huida, este “mono de cuerda” deambuló por la zona Zhongban, un barrio residencial lleno de comercios y mansiones de celebridades y estrellas de cine. Se reveló que una actriz de apellido Tse, residente del pabellón Jinling ubicado en la avenida Cumbre de la montaña No. 7, a causa del simio, sufrió trastorno mental y fue enviada al Centro de Rehabilitación Mental Daqingshang.

Este es el tercer caso que involucra a un simio del Parque Zoológico y Botánico del Puerto del Oeste. El más grave ocurrió el 26 de agosto de 2002, cuando un macho de 30 años de edad de la especie de monos negros con mejillas rojas mordió el hombro derecho de una mujer de limpieza.

 

(Reportero del diario Huang Wuqing, 22 de diciembre de 2011)

El manuscrito finalmente fue enviado. No entendía por qué la gente de Hong Kong occidental hacía tanto escándalo por un mono, siguiendo durante tres días todos los reportes. ¡Idiotas!

Si no fuera por Abao, probablemente no elegiría quedarme aquí a trabajar. Quien sabe cuándo podría terminar su doctorado.

Aquí el ideal de un periodista es curtirse día a día. Recuerdo cuando comencé en el Diario nacional como reportero aprendiz en el departamento internacional; al lado de mis colegas veteranos visitaba las sedes diplomáticas. Ahora estoy mejor. La semana pasada acompañé a personal de AFCD para recoger a un cocodrilo abandonado en los límites del río. Hoy acompañé a la policía para atrapar al mono. En este mundo, las bestias son definitivamente más preciosas que nosotros los humanos.

Al salir del periódico, sentí mucha hambre. Entré a un pequeño y famoso restaurante a la vuelta de la esquina y ordené fideos de res con rábano. El caldo era muy bueno y el sabor fuerte y espeso. A la hora de pagar, se trataba del procedimiento antiguo: el dueño recibía el dinero, daba el cambio y apuntaba la cantidad en una libreta.

Cerró la libreta y pegó en el ventanal un trozo de papel blanco, con tres palabras: “Anuncio de muerte”.

Sonreí y salí por la puerta.

Levanté la mirada y vi el cielo poblado de estrellas.

Ge Liang

Escritor y crítico chino, nacido en 1978 en Nanjing, vive actualmente en Hong Kong. Licenciado en Literatura China por la Universidad de Nanjing, máster y doctorado por la Universidad de Hong Kong, trabaja de profesor en la Universidad Baptist de Hong Kong. Ha publicado diversos libros en la China continental, Hong Kong y Taiwán. Entre sus obras, se destacan los libros de cuentos Año del dramaEnigmaColores de la vidaPor caminos separados, sus novelas Pinzón rosadoÁguila de papel, libros de ensayo El bocetoPequeños montes y ríos, etc. Ha ganado diversos premios, tales como el literario Liang Shiqiu, el de Desarrollo de Artes de Hong Kong de 2008, el de Libros de Hong Kong, el literario Unitas, el Baihua, etc. Sus novelas Pinzón rosadoÁguila de papel figuran entre las novelas chinas “Top 10” de 2009 y de 2016 respectivamente de la revista Semanal de Asia. Ha sido traducido al inglés, francés, ruso, japonés y coreano.