“Doze noturnos da Holanda”

Por Claudia Isabel Vila Molina

Poeta, profesora de lenguaje de la PUCV y crítico literario

El texto deja entrever una estrecha relación entre el universo y las formas vivientes con las cuales siempre se percibe una desconexión profunda. Aunque no es un agobio desgarrador, sí existe un sentimiento de desasosiego, el cual se manifiesta en el desarraigo dentro de este orden universal donde cada ser tiene su espacio.  Por esta razón, la poeta no encuentra su sitio. Yo misma no veo quién soy, en la alta noche /ni creo que SEA.  De algún modo, los elementos naturales (brumas, lagos, niebla) son visualizados con una capacidad de influenciar el entorno; ello evidencia una sutileza en cada uno de los rasgos que se menciona, y en este orden nada es superfluo ni fuera de lugar; sino que cada intención se desplaza en el sitio apropiado del poema, provocando con ello un equilibrio en el universo del texto. Todo yace, diluido y centelleante, en una profunda niebla. /Pero nada se pierde u olvida, aunque esté tan finamente disperso /en esa grandeza.

El modo de asumir la técnica en el poema es magistral, su descripción está hecha en base a la influencia que ejerce la noche en el ser humano mediante la proyección y transmutación de diferentes sensaciones y estados de este, lo cual también se da en efecto inverso y representa al hombre que entra en la noche y deja tras de sí una experiencia mundana.  La poeta asume su papel de intercesora entre ambos mundos como una vidente que profetiza los diálogos surgidos desde ese reencuentro, entre ambas entidades. De cualquier manera, la confrontación frente a los hechos del exterior se une permanentemente con los sentimientos, frente a ello, los lectores somos testigos de una profunda radicalización de estos elementos (antes nombrados), los que adquieren características irreales al ser proclives a la mutua observación. Así, ambos universos son ideados y contrastados para regresar al origen.

En este punto, se devela la creación como un asunto intrínseco al poder del lenguaje, el que a través de la palabra escrita logra fundirse uno en el otro persistentemente y sin medida.  Estos aspectos son elementos avasalladores que pululan dejando evidencias certeras de encuentros y desencuentros, los que también pueden ser enfoques y descentramientos. Porque nada era igual, ¡ah! cómo se sentía que nada sería nunca igual, a pesar de la distancia, de la altura, del silencio…sin embargo todo era equivalente.   Lo cual demuestra la realidad reflejada a través de visiones continuas que la poeta traduce mediante preguntas sobre sí y su comportamiento influenciado por el mundo exterior, por medio de este, las formas sufren mutaciones que, al fin y al cabo, demuestran el eterno retorno del hombre a la naturaleza, y como su salida es parte de la negación de su especie como tal.  Esto refleja sentimientos de desazón y abandono ante su apego con la tierra, lo sublime entonces aparece en pos de una mejor forma de aprendizaje.

(Traducción de Óscar Limache y Manuel Barrós, Perú)

Ediciones Andesgraund, 2016, por Claudia Vila Molina.

 

Cecilia Meireles nació el 7 de noviembre de 1901 en la Tijuca, Río de Janeiro (Brasil).

Obras literarias: “Espectros” (1919), “Nunca Más… Poema De Los Poemas” (1924), y “Baladas Para El Rey” (1924), “Crianza, Mi Amor” (1927), “Viaje” (1939) (obra más importante), “Doze noturnos da Holanda” (1952), entre otras.

Corriente: Perteneciente al grupo de la revista Fiesta (1927), su obra se inscribe dentro de la corriente espiritualista del segundo momento del modernismo. Está considerada como una de las poetas contemporáneas más destacadas en la lengua portuguesa.

 

Poemas de “Doze noturnos da Holanda”

 

Uno

El rumor del mundo va perdiendo la fuerza,

y los rostros y las voces son falsos y dispersos.

El tiempo versátil huye por esquinas

de vidrio, de seda, de abrazos extensos.

La luna que llega trae otros convites

inclina en mis ojos el celeste mapa,

desmorona los puños crispados del día,

dibuja caminos, transparente y abstracta.

Árboles de la noche… Pensamiento amante…

Me transporta la sombra, en la altura profunda,

a los campos felices donde se desprende

el límite diurno de cada criatura.

Es la noche sin nexos… Inocencia eterna,

exenta de muertes y nacimientos,

pura y solitaria, desmemoriada, ajena,

silenciosamente abierta a viajes extremos. (7)

Once

Pero la pequeña arena camina con su paso invisible;

del cristal quebrado, de la montaña sumergida,

la arena asciende y forma paisajes, campos, países…

Pero el esquema del pez y de la concha modela sus dibujos

y se despliega la anémona,

y el fondo del mar imita el inalcanzable firmamento.

Pero la flor está ascendiendo, cercana,

llena de sutiles arabescos.

Pero el agua está palpitando entre el polo y el canal,

viva y sin nombre y sin hora.

Pero el sueño está siendo alargado con las inmensas redes,

al viento del mundo, a la espuma del tiempo,

y todas las metamorfosis caídas ahí se agitan,

resbalando entre las mallas muy exiguas

que separan lo que es vida de lo que es muerte.

Y la mano que duerme está siendo labrada por la noche,

por la noche que conoce todas las venas,

que la protege y destruye pétalo y cartílago,

la pequeña larva del agua

y el toro que embiste contra el nacer del día…

Porque el día viene.

Y nuestra voz es un sonido que se prolonga,

a través de la noche.

Un sonido que sólo tiene sentido en la noche.

Un sonido que aprende, en la noche,

a ser el absoluto silencio. (53-54)