Por Jorge Núñez Alvarado
Descubrir mares y tierras, lugares secretos, medir el tiempo, capturar la realidad, generar la luz, difundir la palabra, saber en qué parte del universo se está o volar hasta caer son algunos de los anhelos que ha inspirado el ingenio de Diego Muñoz Valenzuela para desarrollar ideas, inventos, herramientas y mecanismos diversos. A este afán y a sus resultados está dedicado el libro de cuentos “El Tiempo del Ogro” que Simplemente Editores ha puesto en circulación recientemente en el mercado editorial.
Si Roland Barthes bautizó como biografema a un “trazo significativo de vida”, el actual libro del escritor Diego Muñoz Valenzuela bien pudiera comprenderse como una biografema de lo no dicho, un volumen fuera de época, pues no se trata de un texto que contenga definiciones que no definen nada, que solo se aproximan y representan, con más exageración que convicción, el derrotero de la realidad.
Dicho de otro modo: en el horizonte mediático, el pacto autobiográfico entre lector y autor ha clausurado sus vías de reflexión para ligarse a movimientos característicos de la apagada escena teórica que permiten no pensar: literatura de género, vetustas manipulaciones sintácticas en clave poética, fantasmagóricas revueltas y polémicas protoliterarias acerca del rol del intelectual [y sus renunciamientos] o la economía de los bienes simbólicos. ¿Será preciso recordar que la pretensión de pensar una cosa en su individualidad más estricta, fuera de todo lo impersonal o intemporal, no es otra cosa que una pura ilusión?
En verdad, resulta fascinante la idea de que el escritor se haga cargo de la realidad y sea, nuevamente, uno de los primeros en experimentar la literatura como un todo en un momento en el que solo una pequeña parte del mundo literario se dedica a la literatura [sic].
“El Tiempo del Ogro” plantea un discurso histórico-literario marcado por el derrocamiento de los grandes relatos y de un idealismo que sucumbe ante un holocausto criollo: Frente al optimismo inicial que contemplaba el enfrentamiento inter clases sociales como episodio inaugural de una larga serie de cambios, se impone finalmente la pesadumbre de las víctimas de un conflicto deshumanizado.
Desde un presente dominado por la tecnología y las nuevas formas del miedo a escala global, en el que los procesos de modernización han tejido una red a la que nadie puede escapar, el expuesto escritor aún puede sugerir una nueva visión de nuestra época: “El anciano comenzó a descender calmoso la escalera que conducía a la estación del tren subterráneo. No tenía ninguna prisa, nadie lo esperaba. El matrimonio sin descendencia se había esfumado por completo con la muerte de su esposa algunos años atrás. Este recuerdo ya no lo entristecía; nada lograba sacarlo de su mutismo. Una vez al mes se animaba, más por obligación que por entusiasmo, a cobrar el cheque de la jubilación que le permitía prolongar su vida reposada. No pasaba estrecheces económicas, al menos. Era, tal vez, un monótono privilegiado”.
El dramatismo que Diego Muñoz imprime a la veintena de cuentos alcanza tintes extremadamente espeluznantes. En Peatón en la Esquina, el cadáver de un perseguido habla de su muerte arruinada, y la sangre derramada se funde con los tintes rojizos del patíbulo que cada lector habrá de incluir en su propia desoladora atmósfera; los efectos de la lectura del libro de Muñoz Valenzuela son incluso más espantosos que las batallas libradas por tanta víctima bajo la larga noche al despuntar el martes de aquel 1973.
Trata el libro “El Tiempo del Ogro” de la dinamitación de las formas en conjuntos abstractos íntimamente vinculadas a la experiencia bélica de haber sido, tal y como propone el escritor, en un conglomerado de fragmentos humanos. Constituye un confabulario –compuesto por cuentos y prosas de muy diferentes facturas e intenciones– que ofrece diversas y fascinantes concepciones de una imaginación que se halla audazmente dispuesta a la aventura verbal.
Por los entresijos de la literatura la humanidad del escritor Diego Muñoz Valenzuela puede hallarse, encontrarse en medio de una gran ausencia, un vacío de valores, y, al mismo tiempo, frente a un horizonte de posibilidades.
El extremismo de la narración adolece del ácido sentido crítico en que el escritor se convierte en censor, en prohibicionista, en inquisidor y en dictador: entre la banalidad de la realidad y un sugerente mundo imaginario, la invención o descubrimiento de una manera de comunicar un momento que no debe superarse, sino mantenerse. “El Tiempo del Ogro” ofrece a sus lectores artefactos sutiles perfectos y desmontables que apelan en igual medida a la sensibilidad estética, la suspicacia lingüística y la inteligencia descifradora. Son relatos escritos en los bordes del oscurantismo político y de la literatura, de la lógica y del coup de dés, que apuntan a descubrir nuevas perplejidades ante los viejos enigmas: las pasiones, las vidas imaginarias, los espacios y tiempos paralelos y las ficciones cotidianas. La lengua, la literatura y su infinito juego de combinaciones es, en estos relatos, protagonista indiscutible.
Es así como la eminencia intelectual de Diego Muñoz Valenzuela ha logrado recontextualizar la literatura de conciencia colectiva y reflejar, con vigor prosístico, la singularidad del infortunio chileno.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…