Jose Angel CuevasPor Josefina Muñoz Valenzuela

Sin duda, Pepe Cuevas comparte la misma vocación que Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1498-1558): ser andarines impenitentes; y si estuviera vivo, seguramente también sería rockero y recorrerían juntos los recovecos de Santiago.  Desde el ámbito de la poesía, Pepe se ha construido como una especie de “cronista lírico”. A diferencia de los cronistas de la conquista, que escriben para informar a la corona de las maravillas encontradas, Pepe escribe sus “poemas-crónicas” como sujeto participante de una generación vencida o derrotada, que asistió al derrumbe de sus utopías, y que solo existe en el recuerdo y en las palabras. De ahí la importancia de la tarea ética de recorrer y describir sin parar este “nuevo mundo”, que es también su manera de buscar respuestas a lo que observa, y mantener inquieta y alerta a esa muchedumbre siempre invitada a cambiar sus viejas lámparas por el oropel de unas nuevas:

 

 “En los periodos de tristeza nacional

cuando han barrido con todo y no queda nada

familia/ amigos/ lugares/ ni amor

Entonces hay que volver a la Calle…”

Ahí se escuchará el grito de las muchedumbres

siempre presentes[1]

 

Aunque es tema para otro artículo, su obra se hermana con la novela “La desesperanza” (1985), de José Donoso, en tanto ambas rescatan y muestran lo que desde la filosofía se ha nombrado como el “espíritu de la época” que, en el caso chileno se describe bien con la palabra desesperanza. Donoso regresa al país después de muchos años y se encuentra con una sociedad en la que es casi imposible reconocer identidades. El título define el sentimiento primordial para quienes están en el mundo de los “vencidos”, junto al miedo, la angustia, el terror, el quiebre de las convicciones e ideales, que apuntan de manera magistral a las consecuencias del golpe militar en aquellos sectores catalogados como enemigos y que, a pesar de todo, siguen viviendo (o sobreviviendo).

 

Esta novela es, sin duda, una de las más fuertemente políticas de Donoso, en el sentido de describir el fin de una época en que predominaba el sentirse parte o pertenecer a una sociedad en la que se compartían utopías e ideales y el inicio de otra, en que comienza la paulatina acomodación a un período de dictadura militar caracterizado por la represión, la violación de los derechos humanos y donde los valores predominantes que terminarán claramente instalados en la sociedad son el individualismo, el logro económico, el tener por sobre el ser, características que podemos reconocer fácilmente hoy día.

 

Volviendo a Pepe Cuevas, en una entrevista cuenta que “caminé febrilmente por Santiago vencido”, esa ciudad arrasada por el golpe militar. Pero ya era un caminante impenitente cuando nos conocimos en la universidad en los lejanos 60; quizás fue una característica generacional nacida cuando abandonábamos nuestros respectivos liceos en pequeños grupos afines, con una humilde y deliciosa marraqueta en el bolsillo y dábamos inicio a la verdadera vida: un incesante peregrinar por los barrios más diversos, que nos permitía “adueñarnos” de una ciudad pobre pero no vencida, caminando, observando, escuchando, atisbando por las ventanas y las puertas entreabiertas las vidas de otros seres humanos, de esa inmensa humanidad de la cual nos sentíamos parte. También era el tiempo febril de los cines rotativos, en que podíamos ver tres películas por una suma ínfima y acceder a mundos deslumbrantes que no conocíamos.

 

En otras entrevistas y presentaciones ha afirmado sin titubeos “Escribo como una salida ética a mi vida”, y “lo que quiero escribir”, no lo que está de moda o los temas supuestamente generacionales. Y para ello se siente impelido a continuar recorriendo su ciudad -que reconocemos como nuestra- transformando su poesía en crónicas punzantes que no nos dejan tranquilos. Ahí registra las conversaciones con otros y consigo mismo, los susurros, las palabras doloridas y las gozosas, los murmullos, los recuerdos soterrados de esa inmensa humanidad que, como él, conoció otro mundo mejor, y que ahora vaga tratando de rescatar los recuerdos y, a la vez, construyendo nuevas memorias testimoniales: encontrar a alguien, encontrarse con otros, buscar trabajo, salir del encierro de los muros, alimentarse, mirar y ser mirado, balbucear esperando alguna respuesta que le indique que existe para otros seres humanos.

 

La dictadura marca a fuego un contexto de despojo y miseria de gran parte de nuestra sociedad, que queda sometida a la cesantía, presa, exiliada, desaparecida, asesinada, excluida. El nuevo modelo impone cambios sustanciales, entre ellos, la globalización, la pérdida de las industrias nacionales y las consecuentes importaciones, lo que va implantando una nueva sociedad:

 

“Y uno se pregunta ahora: ¿Qué fue de las Planta/ Matricería, Ojetilladora

Hilandería y Repuestos?

Como también se lo pregunta el ex personal

Carbonífera Lota-Schwager

¿Qué fue de todos ellos?

Y se les responde:

Están de barredores

en las calles de esta ciudad…

y de Chile entero”.[2]

 

En su opción ética y estética, el poeta – cronista participa desde el interior de ese grupo, porque pertenece a él y vive (y padece) los mismos acontecimientos, por lo que puede conversar mentalmente con esa masa anónima que camina con él:

 

“Oye, se ha generado un Odio tremendo

por la Banca Nacional

Su trato cruel/ especulativo/ despectivo.

Y es por culpa de la banca/ que ahora estoy Solo

en esta pieza vacía.

Ellos me llevaron Todo

en la Repactación Obligatoria

¡Eh, Dios mío!

¿Por qué me has abandonado?[3]

 

Esta poesía conversacional releva una oralidad fundante, previa a la escritura, en que cuenta a otros pero también a sí mismo sus experiencias cotidianas de encuentros y desencuentros, que van desnudando realidades terribles, sin grandilocuencias ni amargas críticas, pero con el deseo de

entender las razones que impulsan a los seres humanos a actuar o pensar de determinada manera.

 

En el poema Taparse los oídos[4] pregunta a estos seres anónimos, los mismos que nos acompañan en la locomoción colectiva aislados por los fonos y pantallas y que, probablemente, responderían la misma frase última del poema:

 

¿Por qué quieren olvidar?

¿por qué quieren ignorar? ¿para vivir otra vida

sin sangre derramada/ ponerse cables

en los oídos y no saber nada? (…)

 

Eso es todo.

Este país tiene y sigue teniendo

un inmenso tajo en la cara.

¿Y qué? Métete en lo tuyo.

 

Sin embargo, porfiadamente, se levanta como la crónica del fracaso; no es la muerte de un proyecto y el triunfo de la desesperanza, sino que porque conocimos y construimos la esperanza, -parafraseando a Hikmet, la inmensa humanidad espera-, esperamos todavía y a pesar de todo, que las utopías se hagan realidad. Por eso, seguramente, nuestra tribu no respondería “métete en lo tuyo”.

 

Respecto a su autodefinición como “expoeta”, señala que “para explicarlo hay que revisar la poesía de los últimos treinta años. Hasta entonces Neruda fue el poeta, cabal, neto, que daba grandes lecciones. En contra de esa poesía pedagógica, propia de un yo enorme, apareció entonces el yo minúsculo del hombre de la calle, a través del cual habla Nicanor Parra. Él dice antipoeta, pero en mi caso tampoco se trata de eso. Lo mío es un intento de construir un personaje que dejó de ser chileno. Alguien que lo perdió todo y volvió a empezar. Este personaje viudo es el expoeta”[5].

 

Una gran mayoría de los títulos de la obra[6] en que se define como expoeta, podrían encontrarse en la narrativa y la crónica periodística, en tanto describen “el estado de situación” de realidades posibles de observar en esas extensas y cotidianas caminatas por la ciudad. Por ejemplo, La destrucción de Ferrocarriles del Estado, Plantas y Materiales, Partidos de fútbol, Los alcohólicos de Chile, Desgraciados países, La gran marcha, Los parcialmente derrotados, Ya no somos los mismos, Vía crucis del cesante.

 

Un fragmento de “La destrucción de Ferrocarriles…” nos muestra la pérdida del principal medio de transporte que tuvo la sociedad chilena durante décadas y que unió al país a través de sus cientos de estaciones:

 

esos míseros vagones del llamado Expreso

cubiertos de moho asientos rotos baños sucios

roña carroña aúllan los rieles y saltan entre Temuco y Puerto Montt

Perquenco Antilhue sus ríos

sus cerros de trigo y árboles

ERA CHILE EL QUE PASABA POR SUS VENTANAS ABIERTAS

y ya no pasa,

 

Y en “Desgraciados países”:

 

ustedes, los países que no han pasado por una ocupación militar

indefinida

no saben nada/ viven como niños

oh se sufre, se sufre, las ciudades empequeñecen

sin vida pública/ irremediablemente

no van cantando los muertos bajo las montañas/ las nubes de una urbe

vacía

el ulular terrible de las noches bajo un estado militar

 

 Y más adelante:

las familias se encierran en sí mismas

familias completas huyen por los cerros

uno trata de conectarse a otras radios otros continentes

para saber qué está pasando aquí,

Dios podría ayudar mucho/ pero mucho en las Zonas sometidas a la

División de Control Ciudadano y Comunicaciones.

 

¿Y quiénes son los héroes que participan en “La Gran Marcha”?:

los exonerados

los débiles

los feos

lo que botó la ola

los enfermos los ciegos    los sin diente

                                                        los pasados de moda

                                         dirán todo ya

                                    Dirán todo

un puñado de locos

repartiendo pan caliente a los niños

y vino a sus padres (…)

 

Fieles manifestantes ayer; pero

pasó la dureza por aquí y

borró a estos servidores; sus hojas de servicio

borrados definitivamente de la Vida Pública son:

LO QUE BOTÓ LA OLA.

 

Como en una saga de “Blade Runner”, José Ángel es un replicante que vaga por la ciudad buscando lo que fue, mostrando eso que sigue siendo y expresando su esperanza de seguir vivo junto a la muchedumbre de la cual continúa sintiéndose parte. Se respira una visión política de lo cotidiano, que no vocifera, pero que se expresa sin tregua desde un sujeto que vivió un período histórico con el cual se sintió profundamente representado y comprometido, hasta el momento en que ese mundo desapareció brutalmente.

 

El trabajo de la memoria, la lucha contra el olvido personal y social es lo que mantiene la esperanza de que un día esta realidad pueda cambiar.  Todo quedó en ruinas, pero desde ellas, entre los adobes derrumbados, comienzan a nacer nuevas esperanzas desde la magia de las palabras que permiten describir y volver a levantar los mundos deseados.

 

Cuevas es un vocero que nadie ha nombrado, pero podemos reconocerlo como indiscutido representante de ese mundo al que pertenecimos, que añoramos y que requiere ser nuevamente construido. Se ha mantenido siempre fiel a su ideal de escribir sobre lo que quiere (y en lo que cree), no lo que quieren implantar los mercados editoriales o el pulso de una sociedad en que priman el individualismo, la ambición de tener más, y que solo aspira a una permanente entretención para no ver los problemas y carencias que aquejan a un gran porcentaje del país y de todo el mundo.

 

Esta vasta obra poética que se lee como gritos susurrados merece el Premio Nacional de Literatura, porque gracias a ella se levantan la realidad y los sueños que crean los mundos en que deseamos vivir.

 

Y para terminar, un fragmento de “Macul 774”[7], el centro inolvidable de nuestras utopías generacionales:

 

Pero aún sigo/ sigo pensando en Carlitos M./ e Ilich L.

y las palabras; vanguardia, imperialismo, conciencia enajenada.

Porque estoy seguro que en algún momento

se puede producir el Vuelco.

 

Y como dice mi amigo Titín Valenzuela:

mucho mayor que la Realidad

ES LA POSIBILIDAD.

Y punto.

 


[1] Poema 6, en Capitalismo tardío. Ed. MAGO, Santiago, 2013.

[2] Homenaje a los trabajadores textiles e hilanderías sometidos a globalización forzosa, en óp. cit.

[3] Poema 4, en óp. cit.

[4] “Taparse los oídos”, en óp. cit.

[5] https://esw.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_%C3%81ngel_Cuevas

[6] Treinta poemas del ex poeta José Ángel Cuevas, Editorial América del Sur, Santiago, 1992.

[7] Capitalismo tardío, Editorial Mago, 2013