Por Josefina Muñoz Valenzuela
Andrés Gallardo Ballacey (1941-2016) dijo en una entrevista reciente, la Segunda, 15 de abril de 2016, “me gustaría ser recordado como un escritor que hizo un par de novelitas”. Lingüista, académico, cuentista y novelista, y también un ser humano entrañable, comprometido profundamente con la ética y la bondad tan difíciles de encontrar hoy en nuestra sociedad.
Construyó un mundo utópico y a la vez sustancialmente cotidiano en la chilenas -y ya míticas- ciudades de Coelemu o Cobquecura; por allí se mueven las vidas, sueños, alegrías y desazones de un conjunto de personajes cuyo humor tierno y dulce envuelve suavemente las palabras. Querríamos que fueran reales, que estuvieran vivos y nos acompañaran y guiaran con su mirada límpida, soñadora, abierta y bondadosa, generadora de esa humanidad que quisiéramos alcanzar, de un mundo mejor para todos los seres humanos.
Sus personajes son mayoritariamente quijotescos y sus conversaciones y acciones siempre se acompañan de frescos pipeños de Guarilihue, contundentes arrollados y longanizas de la carnicería provinciana o la cocina casera, que van alimentando la imaginación y los devaneos insensatos y utópicos, dando vida a cautivantes historias personales y comunitarias. Cada página de sus novelas y cuentos nos va dejando una mezcla de alegría y de tristeza, de nostalgia por un mundo perdido que a veces creemos recuperar y luego se esfuma, pero es un mundo que todavía la provincia conserva como un tesoro oculto.
Sin duda, es un escritor para leer, para maravillarse, para identificarse. En una entrevista en The Clinic, reivindica la importancia de escribir en el español de Chile, en la lengua local, y reconoce que los poetas han avanzado en eso más que los prosistas. Y eso se observa en su obra, un lenguaje coloquial que mayoritariamente podemos reconocer como propio, aunque no ha sido incorporado en la literatura, porque en ese terreno se ha optado por un lenguaje más universal que permita acceder al mercado latino y a la traducción. En sus palabras, “El punto sería dejar que el español de Chile permeara el flujo de tu propio texto y no solo el de los personajes. Modestamente creo que yo lo hago o lo trato de hacer”.
Algunas de sus obras son Historia de la literatura y otros cuentos, 1982; Cátedras paralelas, 1985; La nueva provincia, México 1987 y Santiago 2015; Tríptico de Cobquecura, 2007; Obituario, México 1989 y Santiago 2015.
Transcribimos uno de sus microcuentos para conocer parte de su mundo literario y los invitamos a continuar leyendo sus libros.
Parábola de la literatura, la locura, la cordura y la ventura
Cierto hidalgo cincuentón dio en el más extraño pensamiento en que jamás dio hidalgo alguno en Ñipas, y fue que un día amaneció tan tranquilo diciendo que él era don Quijote de la Mancha y, en efecto, se puso a hacer y decir las cosas que hacía y decía don Quijote de la Mancha (eso sí que solo, pues parece que Ñipas no daba para Sancho Panza). Pasó el tiempo e inevitablemente llegó la hora de la muerte y la cordura. El hidalgo cayó en un profundo sueño y al despertar dijo ‘bueno, se acabó, ya no hay don Quijote; yo soy Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno’, después de lo cual se sumió en otro sueño. Pronto despertó; esta vez dijo ‘basta de locuras, yo soy Ignacio Rodríguez Almonacid y no hay más leña que la que arde’ y cayó nuevamente en profundo sopor. Al cabo de unas horas despertó como asombrado, miró alrededor, dijo ‘después de todo quién es uno’ y ahora sí que cayó en un sueño definitivo, dejando alterado para siempre el concepto de identidad personal en Ñipas.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…