Rudas, Carolina Brown, cuentos.

Editorial Noctámbula, 134 páginas.

Por Antonio Rojas Gómez

Ya lo creo que son rudas las mujeres que pueblan estos cuentos de Carolina Brown. Pero más que rudas, decididas, determinadas, valientes. No se andan con chicas, no le esquivan el bulto a la vida; la enfrentan con ganas, con ansias de disfrutarla, sin temores, asumiendo todos los riesgos. Son esa clase de mujeres que están cambiando el mundo. Una generación joven dispuesta a romper con el estereotipo del sexo débil. Tan rudas como el más rudo de los hombres, capaces de enfrentarse a ellos sin miramientos y de derrotarlos en lo que les resultaba más propio, incluso el crimen.

No es que yo, en lo personal, alabe tanta rudeza. Digamos que, tratándose de relaciones no ya románticas, sino de simple amistad, considero imprescindible una cuota de dulzura. Pero aquí no se trata de gustos, ni de relaciones, ni siquiera de personas. Se trata de un libro. Y en el libro, como protagonistas y representantes de un espacio social muy de nuestros días, digamos que estas chicas están bien, bastante bien.

En cuatro cuentos, de buena extensión, Carolina Brown nos presenta a otras tantas mujeres enfrentadas a situaciones extremas, que abordan con decisión y aun con cierta fiereza. El mejor logrado, a mi entender, es “El lugar donde se esconden las bestias”. Aquí, una muchacha se mira, cara a cara, con la cordillera. Es una oficinista que convive con un extranjero, sin ninguna perspectiva de eternidad. Los amores eternos son un anacronismo hoy en día. Tal vez siempre lo fueron, pero las generaciones anteriores no estaban dispuestas a admitirlo. La chica sabe que su compañero deberá regresar a Europa y ella no se va a ir con él. Mientras tanto, lo pasan bien. Los une su entusiasmo por el montañismo. Trepan a los cerros de la alta cordillera, para lo que están bien entrenados y poseen los conocimientos y el equipamiento necesario. Y han proyectado una cumbre desafiante para el fin de semana, sin imaginar que llegará un visitante a reunirse con el muchacho por cuestiones laborales. Así que a última hora él no puede ir. Y ella no está dispuesta a perderse la aventura, de modo que decide partir sola. Bueno, en este tipo de deportes, lo que nunca suele ocurrir, de repente pasa.

Dejémoslo hasta ahí. No voy a contar lo que pasa. Solo les voy a decir que la niña enfrenta un desafío duro, narrado con frialdad que aumenta el espanto. Y ahí reside el éxito del libro, en la distancia que toma la narradora para ir brindando información que sobrecoge. Yo cité este cuento del encuentro de la mujer con la cordillera. Pero en los otros está lo mismo. Escritos todos en tercera persona, por una narradora testigo de los hechos que va contando, sin pasión, con una mirada descarnada y hasta quizás desalmada. Va desgranando una aventura que avanza impertérrita hacia un desenlace no siempre explícito, pero que golpea la imaginación del lector, aun cuando puede dejarle un visillo ligeramente corrido que acaso le permita vislumbrar el sol.

Dijimos que hay hasta un crimen. Y vaya la forma de cometerlo, el escenario menos pensado, la víctima inesperada, y la asesina increíble. Nadie que empiece a leer el cuento se imaginará lo que lo espera más adelante y el desenlace con que se encontrará. A la autora le apetece dar sorpresas a sus lectores…

También le gustan los animales, los pumas, que sabemos son peligrosos; y los ciervos. Pero en estas páginas los ciervos que encontramos no tienen el candor de Bambi. Tampoco están puestos allí para ser admirados, sino para otra cosa harto más estremecedora, muy propia de estas protagonistas rudas que están cambiando el mundo.

Vale la pena conocerlas.