A propósito de la reciente elección presidencial, Jaime Lizama ha enviado un interesante análisis de las izquierdas latinoamericanas. Termina con la misma cita con que S. Freud cierra su famoso ensayo «Más allá del principio del placer» (1920), que pertenece a un gran poeta alemán, F. Rückert . Una vez más, la literatura ilumina el acontecer humano.

GABRIEL BORIC: MÁS ALLÁ DEL SOCIALISMO DE SIGLO XXI

Jaime Lizama, enero 2022

Qué duda cabe, que desde un punto de vista político e ideológico el triunfo de Gabriel Boric en Chile, abre las puertas de par en par a una nueva era para la izquierda latinoamericana, entrando apresuradamente en el año 2022. De partida, dejando atrás una era que fue dominada agotadoramente por Hugo Chávez, con su verborrea populista, también la frustración del Partido de los trabajadores de Lula, y la prosapia asordinadamente humanista de Mujica, donde la ligereza de equipaje de este último, su modulación pausada y reflexiva, nunca se pudo sobreponer al embate de toda la retórica chavista y su pesada maleta de sobre-equipaje, que pasaba por Marx, Bolívar, Castro e infinidades de próceres de la región.

En otras palabras, ni la estatura presidencial de Lula (antes de Odebrecht), ni la versión budista laica de Mujica, ralentizaron u opacaron la figura de un ex golpista militar, que hasta sus últimos días creyó, a pies juntillas, que era la misma reencarnación de Bolívar. Por cierto, en ello tuvo mucho que ver el protectorado y la bendición que tuvo de parte del régimen cubano, con Fidel a la cabeza, cuando todavía Cuba y los hermanos Castro seguían teniendo sobre la izquierda latinoamericana una influencia que iría, con el paso de los años, disminuyendo, pero sin perder una subterránea pulsión hegemónica.

De un modo u otro, el denominado “Socialismo del Siglo XXI” es la prolongación de un izquierda que no quiere renunciar a su lugar de origen, que parte en Cuba, sigue en Nicaragua y termina, o tiene su ocaso, en la Venezuela de Maduro, con una carga ideológica periclitada que, en términos prácticos y administrativos de gobernanza, se reduce a una izquierda autoritaria, estatal-paternalista, donde la participación ciudadana, o para decirlo de otra manera, la expresión democrática queda contenida bajo el rótulo de un “protagonismo popular” bajo control.

El tema de fondo del llamado Socialismo del Siglo XXI, no es la solvencia o no de sus presupuestos teóricos, en particular del padre del concepto, el alemán H.D. Steffan o de la chilena Marta Harnecker, sino de la pretensión hegemónica y mesiánica que su portavoz principal, el chavismo, quiera hacer pretender, o suponer, que se trata de una izquierda latinoamericana genuina, la única capaz de llevar a cabo los cambios y las transformaciones del modelo neoliberal en esta parte del mundo; sin embargo, lo que pareciera loable a mi primera vista, se resignifica y se contiene en un conjunto de consignas y de una añeja fraseología “revolucionaria”, la que se cristaliza, finalmente, en la vacía retórica de los liderazgos regionales, como si una entelequia ideológica, el “sueño latinoamericano”, fuera más importante de lo que ocurre “realmente” en cada uno de nuestros países.

Algo, o mucho de eso hay, entre quienes se reparten Latinoamérica, en un sentido y en otro, el ALBA, por un lado, y PROSUR, por el otro, sin dejar de mencionar o pasar por alto al siempre ubicuo “Grupo de Puebla”. (Siempre la izquierda ha tenido una particular pulsión por reverenciar o prosternarse ante un Vaticano ideológico).

Estas provisorias consideraciones, nos hacen establecer que el éxito político e ideológico del Gobierno de Gabriel Boric y de la alianza nuclear de “Apruebo-dignidad”, estará en la capacidad y la solvencia para construir una nueva izquierda, una izquierda que en primera instancia podría denominarse “eco-feminista transformadora”, con una impronta simbólica suficientemente potente que sea capaz de permear una nueva forma de hacer política, sobre la base de un renovado paradigma de las políticas públicas, sociales, territoriales e identitarias, en el espíritu de dispersar y desconcentrar el poder, descentralizándolo, y haciéndolo convivir de manera horizontal con los territorios y los ciudadanos, y donde las prácticas clientelistas, los cuoteos de poder, los poderes fácticos o la repartición binaria de las instituciones del Estado por las elites tradicionales, vaya en franca retirada.

No sólo se requiere desconcentrar el Poder, se necesita también des-elitilizarlo. De ahí lo conveniente que resulta superar la lógica tecnocrática de la “modernización” del Estado, por su transformación y progresiva desburocratización en beneficio de un trato decididamente más horizontal con la ciudadanía, donde la distancia entre el Estado y la “sociedad” sea cada vez más corta. Ni los partidos políticos, ni los poderes fácticos, o el lobbismo tecnocrático y los grupos de presión, son los propietarios o las únicas cajas de herramientas privilegiadas del Estado. (tal vez lo fueron, y eran funcionales para el viejo Estado neoliberal).

Lo anterior explica, y también justifica, el cambio radical del paradigma de la gestión pública y de la construcción de una “política de alta intensidad ciudadana”. Es decir que en paralelo a la gestión de la política más dura y estratégica (léase reformas y cambios estructurales que se debatirán en el Parlamento), se debe desarrollar una nueva gestión de gran contenido simbólico político-cultural, centrada en la cercanía y la resolución local y territorial de diversas problemáticas ciudadanas, las cuales afectan directamente la vida cotidiana de amplios sectores.

Una política de alta intensidad ciudadana es una “micropolítica” en directo beneficio de las personas y de los colectivos, no basada en el Estado paternalista que entrega ayudas y subsidios desde el púlpito patriarcal, sino bajo la lógica de construir planes concretos de desarrollo y de superación de las inequidades. Esta nueva gestión pública requiere ejercerse desde la horizontalidad y la transversalidad y la superación de las políticas estrictamente sectoriales. ¿Sera ésta la nueva izquierda y su perfil más propio, más allá de un gobierno de “apruebo-dignidad” ampliado?

Sin embargo, todas estas consideraciones, no implican que no vayan a existir dificultades para que esta nueva construcción avance y tenga éxito; es precisamente en los sectores que se inscriben en la izquierda radical donde habrá una indudable disputa y/o descalificación ideológica, en particular en aquellos casos donde “ser” de izquierda es una cuestión de identidad fuertemente tribal-ideológica, los cuales seguirán más o menos fieles a los dictámenes históricos del “socialismo siglo XXI” o, en el mejor de los casos, en aquellos nuevos sectores que irrumpieron con fuerza después del 18 de octubre (la izquierda octubrista), que en su mejor versión es fuertemente territorial y aliada a movimientos sociales e identitarios diversos, (los cuales tiene uno de sus principales sustentos teóricos en el pensamiento de Gabriel Salazar, en su centralismo sobre la “soberanía popular” y la gobernanza asambleísta de los territorios, donde ni los Partidos políticos ni los procesos electorales ya tienen razón de ser), sectores de izquierda que tienen una significativa presencia en la Convención Constituyente.

Sobrestimar el aporte que expresa esta izquierda genuinamente “octubrista”, conlleva no caer presa ni en el “narcisismo” identitario de las llamadas “disidencias” ni en el fetichismo de los movimientos sociales, quizás de un modo similar a como se construyó el poder político durante los 30 años. Con todo, conviene salir de una vez de la grandilocuencia de esa vieja política y comenzar a transitar desde lo pequeño, y desde lo de abajo. (“lo pequeño es hermoso”, nos decía E. Schumacher).

A la sombra o bajo el ropaje de estas disrupciones de izquierdas que suelen legitimarlas, y sean cuales fueran los cambios que lleve a cabo el gobierno de Gabriel Boric y su alianza política, inevitablemente, coexistirán bajo una fuerte expresión purista-heroica contrapolítica, un núcleo de jóvenes anarquistas y de ultraizquierda que vociferarán su derecho a la lucha permanente en las calles, pues sin su “verdad” revolucionaria, todo lo demás es sólo traición y amarillismo.

Viene al caso, recordar aquí, una frase memorable: “Lo que no puede tomarse volando, hay que alcanzarlo cojeando”.