Por Gonzalo Robles Fantini

Comentario a Distimia, de Cristián Cisternas Ampuero. Poesía, MAGO Editores. Santiago de Chile, 2016.

Pienso que sólo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dice tu carta? Cielo santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! Los libros que nos hagan felices podríamos escribirlos nosotros mismos, si no nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más remotos, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo”.

Estas directas y, tal vez para algunos, controversiales palabras, las escribió el mismísimo Franz Kafka en una carta a Oskar Pollak, fechada en enero de 1904. En la misma línea apunta el poeta y académico Andrés Morales en la contratapa de Distimia, del escritor y profesor de literatura de la Universidad de Chile Cristián Cisternas Ampuero, al afirmar que ese poemario es “una crítica al yo y al nosotros habitantes de este mundo contemporáneo. Libro duro en su contenido”.

En efecto, ya desde el título este poemario alude a una situación poco amable. Distimia puede definirse como trastorno afectivo de carácter depresivo crónico, caracterizado por la baja autoestima y aparición de un estado de ánimo taciturno, triste y apesadumbrado. Cisternas escribe una suerte de crónica de esta condición depresiva persistente, en el género de una poesía cotidiana y muy expresiva, que estremece en su lectura.

Ordenados numéricamente, el libro agrupa 33 poemas, más una sección titulada Poemas sueltos y otra, muy breve, Variantes. En el poema 0 ya se advierte esta desazón emotiva como una añoranza difusa: “Volver a sentir alegría/ volver a sentir entusiasmo/ ganas de hacer y emprender/ sin temor sin dudar/ sin aplazar ni esperar lo peor/ como aguinaldo de consuelo”. Llama la atención el verso final donde Cisternas homologa el consuelo al término laboral del aguinaldo, subsidio que se otorga en los empleos para las festividades, en el sentido del premio al pesimismo que desploma expectativas, como si en las fiestas familiares se recibiera un incentivo eufemístico que disfrazara de falsa alegría momentos amargos.

Este sentimiento de extravío de la felicidad en los momentos usualmente asociados a ella sigue su curso, y en los poemas 1 y 2 se puede leer que “A veces siento que me hubieran robado algo” y “No soy el que saborea siente o goza/ no estoy en este instante sino antes o después/ sudando frío y temiendo consecuencias de todo/ algo que hice dejé de hacer prometí decir”, donde se expresa muy vívidamente la angustia, y asoman los elementos cotidianos “botella de vino que no descorché/ cuando me lo pidió la vieja de mi madre”.

Porque en Distimia el poetizar se logra mediante la descripción sucesiva, la enumeración caótica, un devenir de elementos comunes que inspiran emociones de forma muy sentida y efectiva, y son coherentes a los motivos literarios que aborda el poemario: “A veces siento que mi cuerpo no se acomoda al espacio (…) ganas de sacarse el torso como un exoesqueleto/ de cangrejos arañas insectos langostinos de río/ animales que mudan sueltan caparazón cuerpo piel tórax”. El sentimiento no es sólo de un desarraigo, de no encontrar la pertenencia al mundo, sino que también de sentir el propio cuerpo extraño a sí mismo, ese objeto extraviado que, según los psicoanalistas, es una búsqueda inconsciente por llenar el vacío y, de esta forma, compensar.

Estas suertes de rosarios poéticos, con sucesión de elementos a modo de cuentas, no es una simple acumulación azarosa de significados; tienen un sentido y progresión, y destaca el cierre de los poemas con versos que coronan la intención poética, muy acorde a la actitud enunciativa del poemario en general: “Nada funciona todo se quiebra/ todo cae al suelo más abajo del suelo/ rebota sobre tapas suena y resuena/ como cacerolas vacías todo se abolla (…) en vasos tazas jarrones de formalita (…) ya no celebro nada ni brindo por nada/ sólo espero el resultado de exámenes/ escoliosis de mi periespíritu ectoplasma/ de mi envoltorio corteza papel cebra/ disimulando bastilla mal hecha mal/ haya para que todo se gasta y cae”. Resulta un acierto el neologismo periespíritu, y el verso final concluye magistralmente el espiral de sentido: “mi rodilla la costra de una costra”.

Un ejemplo de esta articulación de elementos cotidianos con un intenso mensaje evocativo es el poema 8: “Hoy no estuve para nada en mí/ el tiempo y las cosas pasaron/ un almuerzo mi padre untando/ su pan con mantequilla pebre/ luego sabores falta de sabores/ el corazón duro de un vegetal (…) alcachofa raspa da manotazos/ porque hoy no estuve ante padre/ hoy el tiempo las cosas pasaron (…) sólo el tiempo cuenta gotas/ lechuga amortiguada interroga/ desde el plato nadie entiende/ nada sólo vinagre mancha lunar/ en la frente inclinada de mi padre”. Mediante alimentos de un almuerzo familiar, Cisternas elabora un tiempo inexistente, una nostalgia sobre la base de un recuerdo que acicatea el espíritu justamente por la ausencia de su referente, el padre, notablemente identificado, en el cierre, con la mancha lunar del vinagre en su frente, agrio vestigio de carácter estratosférico.

Persiste un sentimiento de rutina vacía de sentido, de existencia más cercana a un estado de vegetación sin asidero en significantes de valor, y es ahí justamente que entran en el juego poético los referentes simbólicos de la enumeración, a la vez caótica y cotidiana: “El día lunes cacho de uña encarnada/ el martes barba lunar folículo aceitoso/ miércoles fuera ceniza en cruz de mi calota/ jueves como Judas entregando resto de días”, breves descripciones de rutina a través de metáforas construidas con pocos elementos sencillos, un deterioro progresivo y monótono, “por eso el lunes condenado al ostracismo/ por eso el martes mal cortado peor zurcido/ el miércoles habría que fumarlo como gusano/ jueves atormentado por falta de sicotrópico”. Destacan los referentes desde los accidentes dermatológicos, pasando por los religiosos y anatómicos, a los de la filosofía política y la farmacología.

Ahora bien, dentro de este universo de referentes, muchos provienen también del mundo de la música clásica y tradicional, asociada al registro en discos de vinilo, que a su vez se ensambla muy bien a la manía tan chilena de acumular cachivaches, lo cual nos recuerda el mal de Diógenes: “Todo tiene su maña su punto flaco/ la casetera se atasca pierde fuerza enreda/ la cinta los diarios quebrados como evangelios/ apóstatas las patas de goma se secan se parten/ los discos atraen polvo se doblan con el sol”. Estos elementos también se combinan con otra tradición también muy chilena, la cultura católica, donde hay un notable empleo del encabalgamiento. Asimismo, la combinación de los referentes de música docta, también se enlazan con la anatomía: “El ruido de la carretera/ apaga sofoca atronadora/ mazurkas de Chopin miniaturas/ barnizadas sobre tapa teclado/ pasa una moto escape libre/ escarnio para la presión pedales/ baja el pulso sensación arteriosa (…) Chopin cabecea sueña despierto/ con una tecla blanca pegada/ para siempre calcificada adherida/ sobre su pericardio corazón”.

Otro tópico que aborda Cisternas en este poemario, siguiendo el estilo coherente, es la incomunicación y la desconfianza en el lenguaje: “Me dicen te dicen que es bueno hablar/ es fácil sólo hay que abrir la boca/ abrir el cardias dejar salir la rabia/ culpa desengaño pero reconociendo eso sí/ que no hay palabras para llegar a nadie (…) entro en tu mirada y una montaña/ de panfletos se interpone entre nosotros/ metros y metros de revistas obsoletas/ pero quién eres tú quién soy yo sino una/ sumatoria de silencios un par de infolios”. Aquí se observa, a diferencia de los poemas anteriores, una actitud apostrófica del hablante lírico, la cual retomará el autor más adelante.

El registro poético a modo de crónica es muy patente en el poema 19, el cual también se estructura sobre la base de la enumeración caótica: “Este es el diario distimia/ autodiagnóstico económico/ a cualquier hora me consulto/ echo la sonda en el balde/ batea de lata de mi alma/ y encuentro cosas atascadas/ como en codo sifón de pvc/ pelos botones recuerdos/ la patente de una carroza/ una muela extraída billetera/ imágenes de parientes (…) el olor a masilla del invierno/ el sabor de inhaladores INTAL/ jarabes triacas contra el asma/ olor a pizarrón a tiza de colores/ recuerdo calendarios viejos/ santitos una Última Cena”. Una especie de inventario de sentido, bitácora farmacológica y de memoria emotiva.

La actitud apostrófica del hablante lírico se retoma, esta vez como una imprecación: “¿Quién eres tú o qué puedes/ llegar a ser para juzgarme invadirme/ soplarme el ojo rayarme la pandereta/ tocarme el timbre a medianoche?”, y a su vez este poema es un examen de conciencia sobre las propias debilidades, en una actitud más bien carmínica: “¿Quién soy yo que no salgo a perseguirte/ embestirte atropellarte como aluvión/ de lava y diluyente piedra pómez? (…) ¿Por qué no soy tu fobia máxima?”.

El poema 33, que cierra la sección Distimia, es una prosa poética que reflexiona sobre el suicidio, desacralizando las imágenes literarias y de la historia que sobre este acto existen, con la ironía y el contraste con la realidad cotidiana: “Me faltó coraje para hundir el cuchillo cartonero en mi muñeca: relieve de ríos y meandros como el mapa en colores de mi época de colegial, calcado con papel mantequilla o diamante (…) el suicidio ahora es un lastre y vergüenza para los parientes; obliga a presentar papeles y a buscar claves secretas en el doble fondo de los discos duros (…) los folletos antiepilépticos no garantizan el talante estoico de un Séneca o un Petronio desangrándose en un baño de agua tibia”.

En la sección Poemas sueltos hay tópicos que refuerzan el sentido general del poemario, como el desarraigo afectivo con la sociedad: “Sensación de irrealidad/ estar fuera del conjunto/ ignorante de las claves/ cómplice imposible improbable (…) voy al vanitorio y me peino/ son ellos los que se besan/ se escriben recados caritas/ a través de pantallas líquidas/ para mí- sólo las pastillas”. Cisternas aborda aquí además el tema de la brecha generacional en materia de comunicación, ejemplificando con la tecnología digital.

En Variantes destaca un poema en el que Cisternas homologa a la figura femenina con una advertencia de las amenazas múltiples del mundo exterior: “Salgo a la calle (desatentado)/ hay una amenaza en la cúpula del cielo/ una promotora se me viene encima/ con alarmas de lluvias temporales/ aluviones en pasillos de supermercados/ urgencia ambiental restricción de inhaladores (…) luego soy una momia envuelta en papel de diario/ despierto con mi alma pegada a un cuerpo/ que no es el mío sólo una lámina de anatomía”. En el cierre, como se ve, hay una identificación de la materialidad con los suplementos en papel couché de los periódicos, como si la contingencia rutinaria nos embalsamara en sus devenires banales.

En una Nota final el autor manifiesta, respecto a estos sentimientos y sensaciones muy personales, “He decidido publicarlo para compartir con todos aquellos y aquellas que se han sentido tocados y tocadas por el dedo helado de la desesperanza”, pero aclara que “Gracias al tratamiento médico, al trabajo de psicólogos y psiquiatras, al apoyo de mi esposa, al milagro de mi hijo, he dejado atrás los síntomas más visibles y acuciantes de mi depresión. He vuelto a sentir alegría, entusiasmo y ganas de hacer cosas”. El panorama mejoró para Cristián, pero quiso publicar este libro pues advierte que “siempre hay que estar atento frente a la acechanza de la angustia, ese perro del invierno, que en cualquier momento puede olfatear el camino de regreso”.

Cisternas construye un poemario sólido y coherente, con materiales semánticos lejanos a una elegía melodramática, pese a que aborda una temática descarnada y ausente de adornos, con una mirada lúcida que no se engaña en eufemismos emotivos, y consigue un resultado muy expresivo y de intensa huella en el lector. Es conveniente, al menos en ocasiones, seguir los consejos de Kafka: no necesitamos leer libros que nos hagan felices, sino aquellos que sean el hacha que rompe el mar helado dentro de nosotros, en especial si son de tal calidad en su factura literaria.