por Julia Guzmán Watine

Título: El reparto del olvido
Autor: Juan Ignacio Colil.
Editorial: LOM ediciones, 2017
146 páginas.

La novela El reparto del olvido de Juan Ignacio Colil comienza cuando Ciro, un investigador privado que pasea a perros en tiempos difíciles, se encuentra con una nota de Darío Ponce. El detective acude al llamado de su futuro cliente, a pesar de que intuya que conviene no realizar la pesquisa; que es preferible fundirse apáticamente en ese Santiago inhóspito y amnésico en ebullición estival.

Y aquí surge una pregunta, ¿Por qué Ponce se vuelve un personaje tan atractivamente insondable? En la novela de Colil hay muchos personajes enigmáticos: Fresia Briones, Dalia, Trevor, pero ninguno -pienso yo- dibuja tan nítidamente -o en este caso tan difusamente- este halo de duda o suspicacia. Este personaje logra en una buena parte de la narración descolocar entre tantas omisiones o mentiras iniciales. En otras palabras, Darío no es el único que aparenta, esconde y manipula; sin embrago, sus imprecisiones o silencios, el incendio en su casa y otros sucesos sospechosos, lo vuelven un hombre inclasificable, versátil, enigmático y enormemente paradójico.

Por ende, Darío es la punta del iceberg, porque es el que invita a ser investigado, descubierto y, al mismo tiempo, es el elemento que se convierte en una incomodidad, en un espejo y motor de búsqueda de verdades que todavía penan en Chile. A medida de que la narración avanza, este ser, quitado de bulla, se convierte en un catalizador que aniquila los equilibrios precarios de Dalia y Ciro; destruye el olvido cómodo y ensimismado de personajes indefensos ante una abrumadora realidad.

Las ilusiones quedan enterradas; las certezas se vuelven ambiguas. El método investigativo muestra que se ha esbozado un canal hacia lo insólito y hacia una manera nueva de saber, indagar; pero Ciro, el detective, no se entera y este pasadizo colgante hacia lo inusitado solo lo sospecha el lector. Entonces, surgen otros interrogantes que sugieren una comunicación con lo fantástico.

De esta forma, el detective y el lector van articulando preguntas; unas son respondidas; otras, parcialmente; y, unas cuantas quedan flotando en su formulación difusa, inasible. Sin embargo, la ausencia de explicaciones dibuja un mensaje cifrado donde las realidades se presentan incompletas, fracasadas y corruptas.

Así, las respuestas elididas significarían la imposibilidad de fijar como verdad la interpretación de un ser ficticio. Se requeriría, entonces, de un detective-lector que arranque las cáscaras de certezas para reencontrarse con el devenir ciego de ese pasado doloroso enterrado bajo siete capas.

Juan Ignacio Colil, El reparto del olvido, LOM ediciones, 2017- 146 páginas.

Este artículo fue originalmente publicado en Revista Trazas Negras. Número 2. Agosto de 2020. Es número y los restantes publicados a la fecha, se pueden adquirir en https://www.trazasnegras.cl/