por David A. Petreman
Profesor emérito y escritor
30 de julio de 2020

Ya no puedo permanecer sin escribir. 150.000 muertos civiles. Es la figura mínima de los muertos causados por George W. Bush en su invasión desvergonzada de Iraq. No hay nadie que sepa el número exacto, pero es la cifra que casi todo el mundo considera que no es una exageración.

Siguiendo la línea republicana, esta semana los Estados Unidos sobrepasó los 150.000 muertos causados por Donald Trump y su compañera, el Covid-19. Trump es una persona sin conciencia, sin empatía para nadie, corrupta sin límites, y está matando, literalmente, este país. Tenemos ahora más de 4,4 millones de personas infectadas con el virus, porque no solamente Trump reaccionó muy tarde a la crisis, sino que luego la ha rechazado, como si no existiera. No cree lo que dicen los epidemiólogos y virólogos más respetados. No tiene ningún plan para detener el virus. No cree en la ciencia. La semana pasada dijo otra vez que el virus va a desaparecer. Mientras tanto, los casos siguen aumentándose y el mundo nos ridiculiza.

No es solo una falta de empatía. Él está activamente en contra de los grupos más afectados por la pandemia: los ancianos, los encarcelados, los nativos americanos, los latinos y los africanos-americanos.

No sé si los chilenos han visto el asesinato por la policía de un hombre negro que se llamaba George Floyd. Un policía se arrodilló en el cuello de Floyd, ya esposado, por 8 minutos y 46 segundos hasta que se murió, después de rogar por su vida y llamar por su mamá. Todo el episodio fue filmado por una adolescente con su teléfono. Fue horroroso. Y despertó la conciencia del país: ha habido, desde su muerte, protestas en todo el país, por parte de blancos, negros, americanos asiáticos, latinos, nativos americanos, todos. Ahora hay un movimiento que se llama “Importan las vidas negras” que apoya casi todo el mundo, con la excepción de los senadores republicanos y los otros partidarios racistas de Trump.

La protesta pacífica es un derecho de los ciudadanos de este país, una actividad garantizada por la Constitución. La semana pasada, Trump mandó a la ciudad de Portland, estado de Oregón, tropas del gobierno, vestidas en camuflaje, sin insignias ni nombres que los identifiquen, para detener a los manifestantes que él llama “anarquistas y terroristas”. Detuvieron a varias personas, las pusieron en coches camuflados y, francamente, eran los únicos que promovieron la violencia. El gobernador del estado y el alcalde de la ciudad no querían que estuvieran las tropas federales.

En tres programas de noticias, al menos, los locutores anunciaron que Trump estaba “Pinocheteando” a los manifestantes. Me imagino que muchos de mis compatriotas no entendían la frase. Yo sí. Estuve en Chile uno de los años de la dictadura, y vi a gente sacada de la calle por los pacos. Tengo amigos chilenos que fueron encarcelados y torturados. La comparación Pinochet-Trump es muy acertada, y produce miedo. Trump es un dictador aspirante, amigo de Putin y Erdogan y supuestamente de Kim Jong Un, gente que admira. HOY MISMO “nuestro burro” mandó un Tweet que sugiere que está pensando en postergar la elección presidencial del 3 de noviembre, algo que no ha ocurrido nunca en la historia de este país. Él no tiene ninguna autoridad legal para hacerlo, pero ya ha cometido varios crímenes anti-constitucionales.

Que me perdonen los chilenos el siguiente pensamiento: “casi” estoy esperando una intervención militar para sacar de la Casa Blanca a este hombre peligroso que quiere abolir la democracia y ser el líder autoritario que siempre ha querido ser.