por Omar López, junio 2020

Por fin la cordillera está de mantel largo. De norte a sur de sur a norte, luce una impecable capa blanca como la buena suerte y helada como las últimas estadísticas. Todavía nos reparte gratis esa frescura firmada por un otoño desde ya imborrable y es posible que algunos habitantes de la zona oriente de Santiago disfruten de ella. Si bien este paisaje tiene un sesgo democrático, el frío, indudablemente, posee una indumentaria clasista y discriminatoria. Ahí donde el barro es un cielo inmediato y la noche saca cuchillos para romper tablas o ladrillos. Ahí donde el alcohol o la pasta base convierte a seres humanos en títeres de una comedia circular, agresiva, rotunda en su desgracia y ciega en su destino. No sabemos hasta dónde la ahora manoseada empatía pueda envolver pies entumecidos o frustraciones encubiertas. El discurso oficial con lamentaciones oficiales y su cariño fiscal es un acto diario y recurrente, pero cada vez suena más lejano de una realidad tan dramática como acallada.

La apresurada vuelta a “la nueva normalidad” se ha transformado en la práctica, en una “nueva mortandad”. Se cruzan datos, se ponderan los certificados de defunción emitidos por el Registro Civil y aquí nace la sospecha de un manejo previo si no oscuro, al menos poco profesional. Porque eso valida el retardo, la indolencia o soberbia de una clase dirigente que ha hecho oídos sordos del Colegio Médico, de los Alcaldes, de la Federación de Trabajadores de la Salud y de muchos científicos virólogos. Las mujeres y hombres que están en la primerísima línea de tratamientos urgentes, con turnos de 12 o más horas y a un ritmo de frenético rendimiento, ya están agotados, al límite de su estabilidad emocional y de sus fuerzas físicas. Ellos están salvando vidas arriesgando la suya y cuando lo han dado todo y el paciente fallece, también lloran, se lamentan de que aún con todo el compromiso e incluso, con muchas carencias de tipo logístico, no consiguieron su objetivo.

Veamos ahora si el nuevo ministro de salud, quiebra el tozudo pragmatismo de su antecesor. Si en verdad piensa reunir y escuchar a los colegios profesionales de toda su área y convoca a una mesa de trabajo que tenga representatividad de la CONFUSAM, otro gallo debiera cantar. Seamos optimistas porque la verdad es que la cuarentena de uno u otro modo, hace agua por todas partes. Y es una señal de que la cesantía, el hambre y la incertidumbre, obliga a mucha gente a salir de sus casas porque más allá del aprovisionamiento normal de una familia, la pobreza y el hacinamiento establece sus territorios, convierte en heridas cicatrices de octubre 2019. Así como existe una gran población de jóvenes hundidos en la drogadicción y el alcoholismo, también existe un mundo de jóvenes comprometidos con el arte y con la vida. La juventud es siempre una oportunidad de mejorar a este mundo enfermo de soledad y competencia. Tiene las herramientas frescas y naturales de su potencial creatividad, su energía de inteligencia y bondad para amar y creer en sus ideas, sus propuestas, sus desafíos.

En otro tiempo, nosotros bajo la misma postal de una blanca cordillera marchábamos por calles y avenidas bajo nuestras banderas, nuestras consignas y nuestras convicciones. Éramos felices y audaces pintando muros y leyendo libros, sacudiéndonos de una sexualidad reprimida y chata que nos tenía agobiados de culpas. Había un proyecto de cambios sociales a la mano, estaba ahí la revolución con himnos y trabajo voluntario, había guitarra y canto nuevo para un nuevo hombre, para otra sociedad que repartiera las oportunidades con la justicia de un pan calientito al desayuno. Bueno, ya sabemos el desenlace de esa época y cómo una trasformación feroz de los ideales y del lenguaje, nos convirtió en un rebaño dócil y sufrido.

Sin embargo, nuevas generaciones completaran la tarea. Una pandemia como esta, donde se desnuda la soberbia del ser humano como dueño de un planeta sobreexplotado por el afán mercantilista, es también una oportunidad de crecimiento en humildad y respeto por la naturaleza, la sabia, la milenaria naturaleza que nos ha detenido en nuestro ajetreo o frenética existencia.

Por el momento debemos pensar cómo usaremos nuestra libertad cuando verdaderamente, en toda la extensión de su concepto, seamos libres.