por Omar López, poeta y gato

Dos o tres veces a la semana voy a comprar pan a un pequeño almacén que está a cuadra y media de la casa. Lo atiende una señora de no menos de sesenta años, figura menuda, bajita, de lentes y de una amabilidad impresionante. Su educación y su bondad o la sencillez de trato con el cliente, con el vecino que llega a su local rompe la mecánica del acto comercial y meramente práctico. Una humanidad entre fugaz instante y diálogo formal subyace en el encanto del momento. Ella maneja y atiende sola su negocio, apenas descansa la tarde del domingo y me consta que a veces le ayuda su hija o, al parecer, otro hijo apoya en la logística de abastecimiento. Pero el esfuerzo, la constancia, las horas de pie, la atención constante y variada en las cuentas, los vueltos, los pedidos, los proveedores, responder el teléfono y mantener diálogo con aquellos personajes conversadores, los ancianos quejumbrosos o los jóvenes impacientes es una tarea que muchas veces, al final del día, debe resultar agotadora. El recinto es pequeño, estrecho y repleto de una infinidad de galletas, golosinas, fideos, bebidas, a veces tomates o paltas, además de una vitrina con cecinas y quesos, otra máquina heladera y productos perecibles donde la agilidad de sus movimientos es coherente con la belleza de su conducta. Es una mujer desde todo punto de vista admirable, trabajadora y digna en la dimensión de su humildad y su diario acontecer.

En estos días de pandemia invasora y desequilibrante; en noches de asaltos y fiestas clandestinas; en días de ollas comunes y una serpiente cesantía, personas como la señora Rina, revaloriza el empeño por luchar por una sociedad menos cruel e injusta, por lo menos, con la tercera edad. Deben existir otras señoras Rina, en distintas poblaciones, en distintos niveles, pero en este caso, el sello único de su cortesía alimenta en cada visita el árbol interno de la esperanza. La gente buena, la gente sana, la gente amable y respetuosa es siempre invisible y anónima. No concibe la violencia verbal y el trato agresivo disparado ante cualquier conflicto. La amabilidad trata de resolver inesperados problemas o circunstancias fortuitas con un espíritu generoso y pacífico.

Hoy la densidad de población es una olla de grillos. Y el hambre no aparece aún en las estadísticas. La “cajita feliz” de la transnacional McDonald’s se convirtió en una “cajita falaz” que en buenas cuentas construye surcos de cultivo electoral para alcaldes y personeros de gobierno más una clase política sino corrupta, oportunista en sus dietas y lenta en el servicio público. La solidaridad y la generosidad del pueblo en las poblaciones y los campamentos es otra cosa, se reparten un plato de comida y un trozo de pan o una fruta con el esfuerzo de ellos mismos que cocinan, preparan el fuego, los fondos, los vasos de plástico o el jarro de lata. Cierto, lamentablemente cierto es que también en muchos casos, los narcos ponen la plata y el vicio, fortalecen la adicción y el túnel de la ignorancia. De ahí, a realidades como la de mi venerable vecina que insiste en un tipo de contacto humano que alguna vez era normal en cualquier barrio popular, existe una distancia igual o mayor de la tierra con “la galaxia de Andrómeda” como dice en uno de sus epigramas, el recientemente fallecido poeta nicaragüense Ernesto Cardenal.