SOY PARTE DE LA INMENSA HUMANIDAD Y POR ESO VOTARÉ APRUEBO

por Josefina Muñoz Valenzuela

Este año se cumplirán 50 años de la elección democrática de Salvador Allende como Presidente de Chile, representante de la coalición de izquierda agrupada bajo el nombre de Unidad Popular. Muchas de las generaciones actuales desconocen en absoluto cómo fue ese período, pero para una parte importante de la población, como las generaciones de obreros nortinos que habían iniciado su vida política con Recabarren, para los mineros del carbón, nuestros abuelos y padres, artistas e intelectuales, los que teníamos veintitantos, los estudiantes, significaron mil días en que, a pesar de las crecientes dificultades, reales o creadas artificiosamente para derrocar al gobierno, sentimos que éramos parte de la construcción de un mundo mejor para todos. La utopía que soñábamos.

El 4 de septiembre de 1970 voté por primera vez en mi vida para elegir presidente. Fuimos temprano a votar y luego escuchamos la radio sin parar. Se mezclaban muchas sensaciones: alegría, esperanza, incertidumbre, angustia. Habíamos comprado una casa a través de una de las Asociaciones de Ahorro y Préstamo de la época y nos cambiamos el 9, sin imaginar lo que vendría pocos años después, pero felices por el resultado de las elecciones. Y no deja de asombrarme que esté escribiendo desde esa misma casa, como si nada hubiera cambiado.

Recordamos con nitidez la campaña de 1958, en la que había una sensación generalizada de que, por fin, triunfaría un candidato de izquierda. Estaba segura de que iba a ganar Allende; yo tenía doce años, estudiaba en el liceo Darío Salas y con mis compañeros participábamos en todo tipo de reuniones y manifestaciones, marchas, etc., con la convicción de estar en el lado correcto, con un profundo sentido de solidaridad y de ser parte de esa inmensa humanidad que el gran poeta Nazim Hikmet nunca perdió de vista.

De todas las actividades políticas del 58, una absolutamente inolvidable fue El Tren de la Victoria, un viaje épico de más de 10 días a través de Chile, desde Santiago a Puerto Montt, en que en cada estación esperaban multitudes anhelantes de ver y escuchar al candidato, saludarlo, darle la mano. Lo seguíamos por la radio, desde luego, y creo haber visto algunas filmaciones en los noticieros de Emelco. En la parada de Rancagua aguardaban los mineros del cobre; Allende les prometió que el cobre iba a ser chileno y cumplió su promesa 12 años después, cuando en la plaza de Rancagua -ya electo presidente de Chile- firmó el decreto de nacionalización del cobre. (Recomiendo el libro de Osvaldo Puccio G. Un cuarto de siglo con Allende, Ed. Emisión, 1985, interesante y emocionante, tiene un capítulo dedicado al Tren de la Victoria)

Los resultados de la elección se supieron muy tarde y el sueño me venció. Desperté y tuve la más profunda desilusión que recuerde. Revisando los resultados ahora, Jorge Alessandri obtuvo el 31,56% de los votos, Salvador Allende el 28,85% y Eduardo Frei un 20,70%. Antonio Zamorano, militante del Partido Socialista y conocido como el cura de Catapilco, obtuvo un 3,34% que, sumado a los votos de Allende, habría significado que este ganara con el 32,19%. Siempre se dijo que había sido pagado por partidarios de Alessandri, para restarle votos directamente a Salvador Allende.

De acuerdo a la Constitución de 1925, como no había mayoría absoluta, en octubre el Congreso ratificó como presidente a Jorge Alessandri, que era lo que se esperaba sucedería.

Y regresando a 1970, desde mucho antes en realidad, se sabía que EE.UU. junto a políticos y empresarios chilenos habían planificado y llevado a cabo acciones de todo tipo (económicas, políticas), para impedir que un candidato que representaba a una izquierda de amplio espectro pudiera llegar a ser elegido presidente mediante votaciones democráticas. Sin embargo, renacieron las esperanzas, a pesar de que el país estaba inundado de propagandas terroríficas del caos en que nos sumiríamos si algo así sucedía. La prensa escrita, encabezada por El Mercurio, mantenía una campaña permanente de los horrores del comunismo que se avecinaba.

Los resultados de la elección fueron estrechos: Salvador Allende, 1.075.616 con el 36,63%; Jorge Alessandri, 1.036.278, con el 35,29%; Radomiro Tomic obtuvo 824.849, con el 28,08%. Sin duda, una parte de la militancia DC no votó por su candidato (a quien veían más a la izquierda que lo deseado) y sumó sus votos a la candidatura de Alessandri. Allende había ganado por 34000 votos, es decir, no alcanzaba la mayoría absoluta.

Se repetía la situación de 1958 y correspondía al Congreso pleno decidir entre las dos primeras mayorías quién sería Presidente. Las intervenciones de EE.UU. eran evidentes, así como las reuniones secretas, las campañas de terror, los llamados a diferentes sectores a hacer lo “debido”, encabezados por políticos y empresarios de derecha.

En los últimos meses se ha hablado, mostrado y descrito la “extrema violencia” desatada a partir del 18 de octubre de 2019. No he sido ni soy partidaria de la violencia, pero es necesario mirar más allá de la violencia visible, esa que destruye lo que vemos con los ojos, porque hay una violencia extrema -invisible- que se ha ejercido sobre gran parte de nuestra sociedad, diría que 9 de los 10 deciles se han visto afectados en diversos grados en los temas de derechos humanos, salud, vivienda, trabajo, educación, salarios dignos, jubilaciones que permitan vivir. Ahí está el detonante de “la ciudad de la furia”, la conciencia del cúmulo de abusos sufridos, sin darse cuenta de ello y, más bien, agradeciendo el trabajo precario.

Es cierto que hay estatuas severamente dañadas, semáforos y paraderos de locomoción destruidos, pavimentos de calles y veredas desparecidos porque se transformaron en proyectiles, rayados por doquier, y un largo etcétera. Pero en esas condiciones viven los habitantes de muchas comunas periféricas de la RM que, además, carecen de áreas verdes, plazas y lugares de esparcimiento cercanos a sus domicilios y posibles de disfrutar. Las quejas surgen de quienes vivimos en barrios, en general, bien conservados, con municipios de mayores recursos que pueden reparar oportunamente los daños, aunque no siempre lo hacen.

Por ello quiero recordar dos ejemplos de violencia extrema, planificada y ejecutada por extremistas de derecha, apoyados por el largo brazo de EE.UU. El Comandante en Jefe del Ejército en 1970, era René Schneider. Consultado en una entrevista por esta elección presidencial en que ningún candidato había logrado la mayoría absoluta, dejó en claro que la Constitución señalaba que la decisión estaba en manos del Congreso Pleno. En seguida, acotó que el ejército respetaría el mandato de la Constitución, lo que más tarde se conocería como la doctrina Schneider.

El Congreso Pleno debía emitir su declaración el 24 de octubre de 1970, 50 días después de las elecciones. Se habían planificado atentados previos que habían fracasado, incluso contra el propio General Schneider; allí participaban civiles de extrema derecha y militares, como los generales Roberto Viaux y Camilo Valenzuela. El día 22 de octubre lograron el objetivo: un comando de extrema derecha de Patria y Libertad secuestró, baleó y causó la muerte del Comandante Schneider, buscando que el atentado impidiera que el Congreso ratificara a Allende. Eso no sucedió y el 24 Salvador Allende fue proclamado Presidente; el general Schneider falleció el día 25.

El segundo ejemplo corresponde al Comandante de la Armada Arturo Araya Peeters. El 3 de noviembre de 1970 había sido nombrado Edecán del Presidente Allende y en julio de 1973 fue asesinado de un tiro frente a su domicilio, por un grupo de militantes de Patria y Libertad.

Ambos son ejemplos de extrema violencia, planificados y financiados desde dentro y fuera del país, por chilenos y extranjeros, ejecutados sin piedad, falsamente atribuidos desde los medios de comunicación a grupos de izquierda o extrema izquierda, para generar un clima de creciente caos y miedo. Como tantos después, sin esclarecerse por completo y sin las sanciones correspondientes. De hecho, muchas de las penas fueron de extrañamiento, lo que se perdió en el olvido y otros, peor aun, fueron reconocidos más tarde como héroes y condecorados por la junta militar.

Quiero recordar también que el 29 de junio de 1973 el coronel Roberto Souper, un destacamento del Blindados N°2 y miembros de Patria y Libertad llegaron a La Moneda para derrocar el gobierno en una operación que se bautizó como “El tanquetazo”. Fracasaron, algunos fueron detenidos, los integrantes de Patria y Libertad se asilaron en una embajada. Sin embargo, murieron cinco civiles, entre ellos un camarógrafo argentino que filmó su propia muerte. La sensación general fue de haber presenciado una opereta de mala calidad, pero más tarde fue interpretado -acertadamente pienso- como un ensayo previo para ver la capacidad de respuesta de las fuerzas armadas y, especialmente, la de los sectores partidarios del gobierno.

Vuelvo ahora a la madrugada del 5 de septiembre de 1970. Allende tenía 34000 votos más que Alessandri y, dada la situación, le aconsejaron refrendarlo públicamente frente al país. Así, el futuro Presidente se dirigió a los miles de manifestantes que habían llegado a la Alameda. Lo hizo, simbólicamente, desde un balcón de la sede de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), en Alameda con Santa Rosa. Cito unas breves palabras: “Esto que hoy germina es una larga jornada. Yo solo tomo en mis manos la antorcha que encendieron los que antes que nosotros lucharon junto al pueblo y para el pueblo”.

En sus palabras está el reconocimiento de los necesarios esfuerzos y trabajos que vendrían y el reconocimiento de esa historia de continuidad y de solidaridad entre quienes antes, hoy y mañana han luchado y siguen haciéndolo para alcanzar metas comunes.

Un libro interesantísimo es La ciudad de la furia, recopilación de crónicas escritas por el periodista Daniel Matamala, que ayudan a entender este mundo edificado durante la dictadura y que fue capaz de mantenerse los últimos treinta años. El título está tomado de la icónica canción de Gustavo Cerati; la mayor parte de las crónicas corresponden al año 2019 y algunas son de 2018. Todas apuntan a mostrar los “cuentos” que nos han contado y los que nos hemos contado nosotros, rasgando esos falsos ropajes que han ocultado la realidad durante treinta años. Del prólogo, una cita que desnuda las apariencias de modo magistral:
“La canción resonó de inmediato en mi cabeza la noche del viernes 18 de octubre, mientras Santiago perdía su delgada capa de capital modelo con la misma rapidez con que se quita de un tirón un papel mural mal pegado en la pared”.

Y para finalizar, el poema Confesiones de bar de mi amigo y gran poeta José Ángel Cuevas, porque la poesía es un hilo de oro que penetra en las profundidades y nos permite siempre ver más allá de los ojos.

Al fin no hice nada de mi vida
estaba preparando cosas
arreglando la tierra.
Justo empezaba a atar mis propios cabos sueltos
cuando vino el Golpe

una mano
dura
tapándome la luna
y el sol.

Todo se detuvo
me deprimí.

Empecé a esperar
a vivir en estado provisorio.

Pero, este estado provisorio
se ha alargado tanto y tanto ya

que casi pasó la Vida

Se hizo demasiado tarde
ya no hay caso

para otra vez será.