por Rodrigo Barra Villalón

«Si vis pacem, para bellum» es una máxima romana que debemos a Flavio Vegecio Renato, quien la puso en su “Compendio de técnica militar” y se acostumbra traducir como «Si quieres la paz, prepárate para la guerra».

La frase, es factible interpretarla de dos maneras: si una sociedad desea la paz, debe tener una fuerza militar suficiente como para disuadir a sus potenciales enemigos; o si está en guerra y desea la paz con su adversario, fortalecer su aparato militar buscando persuadir al otro a negociar y evitar así el uso de la munición; que no es otra cosa que un objeto sólido a manera de proyectil acelerado mediante la concentración de energía química, que al ser liberada, impulsa dicha sustancia por el cañón de un arma de fuego buscando provocar una lesión y perjuicio deliberado en el o los objetivos que se crucen en su trayectoria. El daño que cause esa bala dependerá de la energía (velocidad y peso) y del tamaño de la superficie de impacto (calibre). Al chocar con una superficie dura del cuerpo humano (hueso, un órgano) dispersará plomo hirviente a zonas aledañas. Parabellum es la munición para armas que Georg Luger diseñó en la compañía Deutsche Waffen und Munitionsfabriken A.G. (DWM) y consistente en un trozo de plomo encamisado en cobre (full metal jacket o FMJ) de 9 mm con forma cónica truncada. Presentó una versión de su pistola Luger «parabellum» al Comité Británico en 1902 y tres prototipos diferentes al ejército estadounidense en 1903 para pruebas en su Arsenal de Springfield; es por esa razón que en ese país y otros se la conoce hasta hoy como la 9 mm Luger. El ejército alemán mostró interés en otra versión de esa pistola y en 1904 la adoptó, sustituyendo la bala por la misma FMJ y peso, pero diseño ojival, siendo utilizada por sus fuerzas armadas en la Primera y Segunda Guerra Mundial. Es decir, ambos bandos lograban bajas con el mismo artefacto. Hoy es un calibre popular entre los civiles para autodefensa y práctica de tiro por la enorme variedad de modelos de pistola disponibles que la usan, fácil manufactura y efectividad. De hecho, se volvió el formato más utilizado en Occidente, tanto que hoy es la munición estándar para las fuerzas de la OTAN. Esta bala combina una trayectoria plana con moderado impulso de disparo y suficiente «poder de parada». Posee una marcada tendencia a sobrepenetrar, produciendo heridas de pequeña cavidad que atraviesan al soldado pudiendo herir a otro, y otro y a veces otro más. Literalmente, Parabellum significa «para la guerra» y hay una explicación para ello, puesto que las armas portables de guerra no están diseñadas para matar, sino para herir e inhabilitar. Si le pegas un tiro a un enemigo y cae fulminado, tienes un rival menos; pero si lo dejas malherido tendrás al menos tres rivales fuera: el herido y los que le asisten para abandonar el campo de batalla. Amén del desgaste logístico que supone las atenciones médicas y sociales posteriores. Una guerra no se gana matando, sino que aguantando el desgaste más que el enemigo. Para todo lo demás están las precisas armas de destrucción masiva, que las hay en tal cantidad, que podrían destruir la Tierra varias veces. Cosa preocupante para los que estamos fuera de las camarillas, por cuanto en la definición misma del juego de las guerras irregulares lo único que se necesita para exhibir fortaleza es mostrar que los Estados no pueden derrotarlas, llegando la facción a la mesa con la fuerza de haber mostrado que no hay posibilidad que la elimine y, por tanto, la única manera de lograr la paz es negociar con ella. Lo que no se ha tenido en cuenta el hombre a través del tiempo es que el original de Flavio Vegecio dice textualmente, «igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum» que es diferente a la versión divulgada y se traduce de otra manera «Así que quien desee la paz, que prepare la guerra» y ese es justamente el mensaje de esperanza al que asistimos. Porque hasta ahora, la historia la han escrito los que disparan y algunos pocos sobrevivientes capaces de hacer quite a las balas. En menos de un mes bajó la contaminación en el planeta; el agua luce cada vez más cristalina en los canales de Venecia; en diversas partes del mundo aparecen animales en los que fueron sus hábitats; el aire está cada vez más respirable y surgió un nivel de cooperación invaluable entre científicos. A nivel de las bases de la sociedad, la gente común y corriente que sigue el ciclo resumen del día del habitante de una ciudad cualquiera: despertador, ducha rápida, desayuno breve, auto, taco, trabajo, una pausa para comer algo (por lo general cualquier cosa en donde sea), trabajo, auto, taco, cena y cama. Mas algunos harán un hueco para comprar el pan, recoger a los niños del colegio, llamar a la familia o actualizar su estado en Facebook teniendo todas las horas copadas por alguna actividad y sin apenas minutos para hacer un paréntesis, que es la norma en las grandes urbes de las sociedades occidentales. Todos siguiendo el mantra de moda de hacer más con menos y rindiendo pleitesía a la máxima de que el tiempo es oro. Frente a la celeridad, lo que está pasando abre sin prisa, pero también sin pausa, un hueco como filosofía de vida que en resumen aboga por relajar el ritmo; dejar de mirar el reloj y disfrutar de lo que se hace en cada momento; desde comer, observar un paisaje o leer, hasta el sexo. Respetar el medioambiente, la producción artesanal y el consumo sostenible y responsable. En definitiva: dejar que la naturaleza imponga sus ciclos y tiempos, porque de lo contrario es inviable a corto plazo e inevitable el colapso en el mediano. La Tierra grita. Es la facción que exige vivir al ritmo que ella marca. Pese al ínfimo tamaño de la bala que utiliza y escogió para advertirnos, bienvenido Coronavirus Parabellum y despertar de las razones.