Santiago LeañoPor Santiago Leaño

DE GENERACIÓN

En el siglo XXII ya éramos quince mil millones tal y como se había predicho. No habíamos evolucionado, por el contrario, habíamos degenerado, porque nuestro peso promedio aumentó a 95 kilogramos por persona (incluida el África subsahariana y los muertos recién sepultados) también seguíamos teniendo un setenta por ciento de agua en nuestro cuerpo y esto, entre otras cosas, evitó que el derretimiento de los polos anegara en un principio todos los continentes. Hay que ser justos, el efecto resultó siendo el mismo, pero no fue una inundación, fue un hundimiento.

ANTO-NOMASIA

Aquel selenita de color blanco vivía en un palafito en medio del desierto. Un día una hermosa habitante de Anto-fagasta le preguntó. ¿Por qué vives en un palafito en medio del desierto? Porque le temo mucho a los maremotos, contestó el selenita. Ah. Contestó la habitante de Anto-fagasta. Y ¿por qué le tienes miedo a los maremotos si el mar está muy lejos de aquí? Para mí no está tan lejos, dijo el selenita, recuerda que vengo de allá arriba. Ah, ya. Contestó la habitante de Anto-fagasta parpadeando tan fuerte que se podía oír claramente un click click.

FINAL FELIZ

Un anacoreta, un ermitaño y un eremita, homólogos entre sí y ascetas de profesión, paseaban sonrientes cogidos del brazo por una concurrida calle de Miami Beach mientras iban venciendo poco a poco su misantropía. Al no ser una soleada noche de Hallowen fueron capturados por ser impostores, recluidos e incomunicados en celdas individuales, sin derecho a rebajas por trabajo comunitario.

EUREKA

La primera noche no le dio gran importancia, a la segunda le pareció curioso, pero después de varias noches de soñar con el mismo número, escrito en tinta negra sobre un fondo blanco, supo que se trataba de un mensaje sobrenatural. Debido al número de dígitos (valga la redundancia) lo anotó en un papel (acto innecesario). Primero hizo lo lógico, lo incluyó en todo tipo de apuestas y loterías, pero desistió al borde de la quiebra. Lo marcó tembloroso en el teléfono y le contestó una voz poco amistosa que insistía en que estaba equivocado. Fue a donde un numerólogo quien también le sacó plata, sólo para concluir que esa era la posición de las constelaciones en el instante de su nacimiento (virgo con ascendiente tauro). Buscó a ver si coincidía con versículos de la Biblia, nada. Giró un cheque por esa cifra a un hogar de ancianos, pero no mejoró su suerte; coincidía, eso sí, con la cédula de un joven que vivía su propio cuento en una calle de indigentes sin musitar palabra. Visitó la penitenciaría, pero los carteles de los reos todavía son demasiado cortos. Lo gugleó, lo convirtió en clave Morse, en código binario, en posición global, en años, minutos y segundos… murió ya viejo y pobre en su pueblo natal. Las estadísticas dirían, si alguien tuviera la gentileza de llevarlas, que su defunción sería la número un millón seiscientos diez y ocho mil treinta y cuatro de su municipio.

Santiago Leaño nació en Bogotá el 27 de agosto de 1963. Zootecnista de profesión, ha dedicado la mayor parte de su vida al campo colombiano. Ha participado en algunos talleres literarios en Colombia y en Chile y desde 2011 asiste al taller de cuento y editorial La Trastienda, coordinado por la escritora Alejandra Basualto.

En 2011 obtuvo el segundo lugar en el Primer Concurso Nacional de Cuento Breve, convocado por la revista cultural colombiana “Avatares” y un cuento suyo lo clasificó como becario para el Taller Virtual de Escritores convocado por el Instituto Distrital de las Artes de Bogotá y la fundación Samsara.