Por Fernando Valls
La narradora y periodista chilena cultivó la novela histórica y estuvo muy vinculada a los Neruda
La periodista y escritora chilena Virginia Vidal, nacida en la capital de su país en 1932, falleció en la madrugada del lunes 12 de diciembre con 84 años, aunque las fechas bailan, al respecto. Allí la traté, en noviembre del 2008, durante unas jornadas dedicadas al microrrelato, y desde entonces mantuvimos el contacto por medio del correo electrónico colaborando, además, en mi blog, La nave de los locos, en diversas ocasiones. A comienzos de los años sesenta fue profesora de español, primero en una universidad de Pekín, y luego en Bratislava, pero en 1966 regresó a su país para dedicarse al periodismo, donde hizo célebre la sección No solo del pan… en el diario El Siglo. Fue la única periodista latinoamericana que en 1971 cubrió la entrega del Nobel en Estocolmo a Pablo Neruda. Hasta 1973 trabajó en el Instituto de Arte Latinoamericano, que dirigía el historiador Miguel Rojas-Mix, en la Sociedad Impresora Horizonte, y en el programa cultural La semana, del canal de televisión de la Universidad de Chile, siendo expulsada de todos estos trabajos en 1973, tras el golpe de Estado contra el Gobierno de Allende.
Le oí contar cómo quedó La Chascona, la casa de Neruda en Santiago, tras el asalto de los militares, y cómo bajaban los libros destripados por el canal lleno de agua que la recorría. Tras la muerte del poeta, fue secretaria de Matilde Urrutia, su viuda, entre 1974 y 1976, ayudándole a volver a montar lo que quedó de la biblioteca, tras la restauración de la casa. Sin embargo, su gran amiga había sido Delia del Carril, conocida como la Hormiguita, la anterior esposa del autor de Residencia en la tierra. En 1976 tuvo que abandonar su país, refugiándose, primero en Yugoslavia, y luego en Caracas, donde fue corresponsal de Radio Moscú, trabajando en el programa Escucha Chile, hasta que regresó definitivamente a Santiago en 1987. Escritora polifacética, destacó sobre todo como autora de novelas históricas (Cadáveres del incendio hermoso, 1990, con la que obtuvo el Premio María Luisa Bombal y el Premio Municipal de Literatura de Santiago; o Javiera Carrera. Madre de la patria, 2010; Letradura de la rara, 2013), de libros entre la biógrafa y la crónica (Neruda, memoria crepitante, 2003; y Hormiga pinta caballos. Delia del Carril y su tiempo, 2006) y cultivadora de las diversas formas de la narrativa breve (Gotas de tinta y palabreos. Parvos relatos, 2009).
Su obra aparece, además, en diversas antologías que recogen cuentos o crónicas, como Morir es la noticia (1997), de la que es coeditora, con testimonios sobre los periodistas víctimas del Gobierno de Pinochet; y Cuentos en dictadura (2003), recopilados por Ramón Díaz Eterovic y Diego Muñoz Valenzuela. Me consta que ella sentía mucho aprecio por sus Testimonios de Francisco Coloane (1991), escritor chileno con el que mantuvo una estrecha amistad. Su presencia en España ha sido poca e intermitente: la citada biografía de Neruda, en la editorial Tilde; la novela Oro, veneno, puñal (Brosquil, Valencia, 2002), sobre los años de la conquista, protagonizada por Catalina de los Ríos, La Quintrala; y la encontramos también en la antología de Cuentos chilenos (Siruela, 2006), preparada por el profesor italiano Danilo Manera.
En el año 2011 la corporación Letras de Chile la distinguió «por su aporte incondicional a la literatura chilena». Virginia Vidal ha seguido escribiendo su columna en la revista Punto Final, e incluso el pasado año apareció su novela histórica Agustina la salteadora, a la sombra de Manuel Rodríguez. Pero por encima de todo, Virginia Vidal fue una gran señora, comprometida, una mujer entrañable, vinculada a los Neruda y a aquellos días que pasé en Santiago de Chile junto a Pía Barros, Juan Armando Epple, Lilian Elphick, Diego Muñoz Valenzuela o Gabriela Aguilera, la plana mayor del microrrelato chileno.
Artículo publicado en El País, España. 19 de diciembre de 2016.
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