Gioconda Belli: Deseo y revolución
Carolina Broner
«La piel es lo más profundo de los seres humanos»
-Oscar Wilde-
Como si desafiase al mundo con su sexo, como si la fiebre revolucionaria fuese la misma que nace en el deseo y se desata entre las piernas, como si por la libertad se luchase entre sábanas revueltas, Gioconda Belli escribe con puño firme, cuerpo ardiente y aliento entrecortado.
«El hombre que me ame reconocerá mi rostro en la trinchera/ rodilla en tierra me amará/ mientras disparamos juntos contra el enemigo», decía en los setenta, poco antes de dejarse amar por Henry Ruiz, uno de los nueve comandantes de la dirección nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional que en 1979 condujo la revolución en Nicaragua.
La obra literaria de Gioconda Belli recorre la historia de su país, ha recibido numerosos premios como el Casa de las Américas en 1978. La tierra se hace cuerpo y suda en su poesía.
«Quiero morder tu carne,/salada y fuerte,/empezar por tus brazos hermosos/como ramas de ceibo,/seguir por ese pecho con el que sueñan mis sueños/ese pecho-cueva donde se esconde mi cabeza/hurgando la ternura,/ese pecho que suena a tambores y vida continuada.»
Se ha dicho que Gioconda Belli es, después de Ernesto Cardenal, la poetisa simbólica de la revolución nicaragüense. Entre sus libros de poesía se encuentran Sobre la Grama, Línea de fuego y Amor insurrecto, y las novelas La mujer habitada, Sofía de los presagios y Waslala, una novela futurista que pinta una América reducida a basurero de la tecnología, del narcotráfico y de los desechos del Primer Mundo, que vive de vender árboles en pie.
«No quiero salir a la calle con la cara seria cuando quisiera reír a carcajadas sin ningún motivo en especial más que este sentirme preñada de palabras, en lucha contra la sociedad de consumo que me llama con sus escaparates llenos de cosas inalcanzables y a las que rechazo con todas mis hormonas femeninas cuando recuerdo las caras gastadas y tristes de las gentes en mi pueblo que deben haber amanecido hoy como amanecen siempre y como seguirán amaneciendo hasta que no nos vistamos de dinamita y nos vayamos a invadir palacios de gobierno, ministerios, cuarteles… con un fosforito en la mano», escribió durante su exilio en México, desde donde luchaba por la revolución.
Antes y después, siguió recorriéndose el deseo.
«Quedarme allí un rato largo/enredando mis manos/en ese bosquecito de arbustos que te crece/suave y negro bajo mi piel desnuda/seguir después hacia tu ombligo/hacia ese centro donde te empieza el cosquilleo,/irte besando, mordiendo,/hasta llegar allí/a ese lugarcito/-apretado y secreto-/que se alegra ante mi presencia/que se adelanta a recibirme/y viene a mí/en toda su dureza de macho enardecido»
Belli pertenece a una generación de poetas que creó un nuevo estilo de expresión en Nicaragua, un estilo revolucionario de ruptura con estructuras míticas y creación de otras, gestadas a través de su realidad social.
«Partirás otra vez/porque la tierra llama/con la fuerza de una mujer desamparada/Partirás otra vez, mi amor,/porque es allá/donde la vida de tantos se resuelve/Allá te espera la esperanza,/la lucha sin cuartel/Allá son los desvelos/y el reto de un tiempo sin medida/tratando de saltar al paso de la historia./Anda, mi amor,/anda con esos brazos que me abrazan,/con esa boca que me besa,/a chorrear fuego»
Decidida a rescatar el lugar de la mujer, su obra plasma la incesante búsqueda de lo femenino y el encuentro con la conciencia social, a través de la actitud revolucionaria. «Quedará de nosotros algo más que el gesto o la palabra: este deseo candente de libertad».
Desde diversas trincheras, el papel de la mujer fue de suma trascendencia en la revolución sandinista. Gioconda Belli luchó y sigue luchando desde la suya.
«Bajar luego a tus piernas/firmes como tus convicciones guerrilleras,/esas piernas donde tu estatura se asienta/con las que vienes a mí/con las que me sostienes,/las que enredas en la noche entre las mías/blandas y femeninas./Besar tus pies, amor,/que tanto tienen aun que recorrer sin mí/y volver a escalarte/hasta apretar tu boca con la mía,/hasta llenarme toda de tu saliva y tu aliento/hasta que entres en mí/con la fuerza de la marea/y me invadas con tu ir y venir/de mar furioso/y quedemos los dos tendidos y sudados/en la arena de las sábanas».
Fuente de origen: La Insignia
Durísimo cuento. Atento a las obras de este autor valdiviano.