Por Liliana Pualuán
– ¡Quema el sol! – exclamó Aretino, al sentir un doloroso ardor en los pies desnudos.
Alcedo, pescador joven de cabello rubio erizado como puercoespín, lo miró con extrañeza y exclamó:- ¡Don Aretino, don Aretino, qué desatino! ¿No ve usted que el sol anda asombrado de nubes negras?
Aretino iba preocupado de sus pies y no se había percatado de las nubes que anunciaban lluvia.
– ¡ Sí ! – exclamó Aretino al darse cuenta de que el calor venía desde la tierra – ¡está en su juicio !, pero… llevo más caldeados los pies que la cabeza.
Barnacla y Plauto les seguían. A través del yute de las alpargatas les llegó una sensación de calor que no tenía relación con el tiempo de ese día.
– ¡Sí, sí!; la tierra quema! ; – dijo Plauto dejando traspasar cierto temor en la voz.
– ¡Abrasa ! – afirmó Barnacla, abiertamente asustado al constatar que la tierra estaba caliente y el aire frío.
Alcedo, al escucharlos, tocó con sus manos la tierra y la sintió muy caliente.
– ¿No será que se desborda el infierno…? – gritó Alcedo.
Miraron a su alrededor y divisaron con cierta sorpresa que desde algunos pastizales emergían suaves ondas de vapor. El sol se había ido; nubarrones oscuros cubrían el día. Una brisa helada los empapó. El temor los dejó mudos. Plauto rompió el silencio con voz grave y temblorosa:
– ¿Qué será? ¿Será presencia de demonios? ¿De brujos? ¿Fuegos de solsticios? ¿Fuegos de fatuos serán?
Quedaron presos en el pánico. Aretino, el pescador más viejo, señaló:
– En según mis recuerdos primera vez que en este paraje tierra caliente y cielo frío se reúnen.
Observaron, con boca abierta y desorbitados ojos cómo las nubes de vapor se hacían más espesas y surgían desde diferentes lugares.
– ¿Maleficios? – preguntó Barnacla.
– ¿Será más bien enojo de la tierra por haber tanto caminado sobre ella? – señaló Aretino.
Estaban haciéndose estas preguntas cuando una columna de humo surgió delante de ellos.
Alcedo y Barnacla gritaron. El humo les despertaba miedo. Veían figuras en forma de gigantes salir de la tierra.
– ¡Suben del país de abajo! – exclamó Alcedo.
– Nos ahogarán y moriremos – señaló Plauto, cuyo rostro oscuro se había tornado blanco.
En distintos lugares emergían oleadas de calor desde la tierra; vapor y humo.
Se encontraron con arrieros y piños deshechos que también escapaban, con campesinos, pescadores, afuerinos, todos los lugareños: niños, mujeres y hombres desesperados, confundidos.
El fuego comenzó a ascender desde la tierra.
Se escuchó decir entre las voces:
– ¿Nos asaltan los ígneos?
– ¡Que se nos encima el infierno! ¡Que se nos encima!
– ¿Que el diablo viene?
– ¡Sí! Estaba escondido tierra adentro
Voces infantiles, voces cascadas se escuchaban entre el crepitar de las llamas.
El fuego se propagó implacable; parecía seguir una huella, atravesaba cerros, bosques y valles.
– ¡No caigan en el desquicio!- gritó don Tepa, anciano y respetado patriarca del lugar.
Su voz se escuchó como un trueno. Se detuvieron.
Al mismo tiempo, entre la lluvia y el fuego vieron una puerta blanca que se abría ante ellos. Se santiguaron. Hombres, mujeres, niños, animales, uno por uno, pasaron a través de ella en silencio. Misteriosamente quedaron a salvo de las llamas.
– ¡El fuego viene por las raíces! – dijo don Tepa.
– ¿De las raíces? – preguntó Aretino – ¿Cómo?
– En la memoria de Pueblo hay huellas de hechos similares – dijo don Tepa y señaló cerros y valles en los que se divisaban antiguos troncos quemados -. No son estragos de los habitantes de abajo – dijo con solemnidad. Son errores de los de arriba, o juegos de la naturaleza – agregó -. A veces un sol intenso es suficiente para despertar al fuego…
– No parece ser el caso hoy – dijo Aretino con incredulidad e indicó hacia los nubarrones obscuros.
– Podría desvelarse por una fogata de arriero, o de gaucho… – continuó don Tepa.
– ¿Si? – preguntó Barnacla, vacilante.
– ¿Cómo? – dijo Aretino – ¿Fogata de arriero o de gaucho?
– ¡Sí ! – afirmó don Tepa -, y el fuego puede atravesar fronteras, por debajo… trasladarse por las raíces.
– Entonces… – dijo Aretino decepcionado -, no hay misterio.
Estaban muy asustados. Le parecía respuesta muy sencilla para la experiencia que los golpeaba. Miraban interrogativamente hacia la abertura que los había salvado del fuego, de las quemaduras, de la asfixia, de la muerte.
– Fenómeno de la naturaleza – afirmó don Tepa -. Se abren claros entre el calor y el frío.
– ¿Y la quema de las raíces? – dijo Plauto.
– Barrunto que arrieros o gauchos hicieron fuegos sobre ellas, hirieron raíces – dijo don Tepa – , y se enojó la Tierra.
***
Liliana Pualuán:
Vivió su infancia en Puerto Aysén. Ha publicado cuentos, novela, participado en antologías, ferias del libro, talleres literarios.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…