De monstruos y bellezas, de Diego Muñoz V.

Por Juan Mihovilovich

Lo que distingue a un autor de otro –u otros- no es, en definitiva, sólo la opción por los temas de que trata.  Al fin de cuentas la naturaleza  humana no es demasiado original para incursionar en nuevas perversiones, afanes de dominación o sometimiento de unos en desmedro de los demás.

 Lo que sí resulta significativo al momento de leer a un creador verdadero es la mirada con que desmitifica su entorno, la manera en que su visión de los seres y las cosas consigue remover nuestras fibras íntimas y hacer relaciones con el mundo adyacente.

 Ese mundo que pareciéramos no ver, que ocurre y discurre a nuestro lado como si se tratara de una realidad ajena, o ni si siquiera fuera una realidad de la que formamos parte.  La vida de los otros no es la nuestra, pareciera ser una premisa fácil, acomodaticia, y esa constatación moderna nos escuda de sentirnos cómplices por las atrocidades  y desviaciones del espíritu humano.

Pues bien, Diego Muñoz nos dice algo diametralmente opuesto.  La “otredad” nos importa o debiera importarnos en tanto somos parte de lo mismo.  No hay otros sin uno y la visión compartida de las miserias ajenas importa nuestras propias miserias personales.  Así la corrupción del mundo moderno (influencias, premios literarios, entre otros) no es una entelequia, sino una realidad virtual a escala humana básica:   la manipulación de  situaciones para beneficios personales resultaría  verdaderamente humorística, como de hecho se evidencia en esas narraciones, sino fuera porque detrás de ellas discurre una ausencia absoluta de valores consustánciales a la esencialidad individual.

Las alusiones alegóricas que cruzan varias narraciones (De monstruos y bellezas, El gigante egoísta, Secuelas del verdugo: el complot, Don Quijote 1 y 2, Logro de objetivos etc.) dan cuenta de una agudeza e ingenio poco común en nuestras letras para desnudar   en pocas líneas la patética carencia de solidaridad trastocada por “monstruos cotidianos” como la ambición desmedida, la avaricia o  el poder implacable que somete sin concesiones.

No existe, para nuestra desgracia, un horizonte demasiado esperanzador: la tragicomedia de nuestro tiempo pareciera ser una variante de la contraposición.  Los sueños son refracciones de nuestras propias contradicciones, de nuestros apetitos desmedidos, de nuestra deserción  de la vida simple donde los gestos “amables”  dieron paso al cálculo preciso, a la codicia sin retorno y a la deslealtad como norma de vida.

Estos cuentos soportan en su parquedad y concisión nuestra  precariedad humana, la desgracia de contemplarnos a un espejo donde  la bella y la bestia se confunden  según el ángulo o  el  momento.

En  esta parábola del desencuentro subyace, sin embargo, la reflexiva literatura de Diego Muñoz: es posible desentrañar lo que somos por lo que no somos.  Pareciera una constatación elemental, pero que como especie hemos olvidado o pospuesto tras intereses mezquinos y circunstanciales.

Un libro que nos rescata de la frivolidad mundanal, que nos desconcierta a veces y nos sacude en otras. Que nos emociona o hace sonreír bajo el  señuelo mordaz o el sarcasmo, escrito con una pulcritud y llaneza que nos reconcilia con la literatura de verdad.

Juan Mihovilovich

escritor

Curepto, junio del 2007

De monstruos y bellezas, de Diego Muñoz Valenzuela.

Mosquito Comunicaciones, Mayo 2007.

71 páginas.