Por Martín Faunes A.
Pocos saben que nosotros, el famoso dúo “Los Magníficos Parola, aprendices de corsarios», tenemos un primo más grande. En realidad no es un primo “mucho más grande”, pero nos gana por casi cuatro años; y eso que ahora eso es poco, cuando él tenía trece y nosotros diez, sí que era harto.
Además, nuestro primo, ése más grande, nació en Santiago, y se acordaba de su escuela y de las pichangas de fútbol con sus compañeros y sus amigos de su famoso barrio de Ñuñoa, Condell con Santa Isabel, parece. Nosotros también nacimos en Santiago, pero nos vinimos a La Serena siendo muy chicos, analfabetos diría, y no nos acordábamos de nada. Mucho menos del Estadio Nacional, lo cual era el orgullo de Renato, nuestro primo el más grande, porque él no sólo conocía ese “magno coliseo” –así decía él-, sino que había visto allá por lo menos un partido del Colo-Colo con la U. de Chile, y ese “uno” había sido grandioso. Renato conocía además los trolleys el Cerro Santa Lucía y los edificios rascacielos, y nos estaba echando en orgullo siempre eso, y con todo; y nosotros tratábamos de contestarle pero no podíamos porque nada de lo que había en La Serena, según él, se podía comparar con lo de Santiago, y nos lo estaba diciendo siempre y a cada rato.
Claro que un día vino el desquite. Pasábamos por debajo de las graderías de madera del Estadio La Portada, porque en ese tiempo al Estadio La Portada le faltaba como un cuarto de graderías de cemento para completar la elipse, y cuando había un partido importante le ponían de esas graderías hechas de tablones como las de los circos, así que por debajo de esos palos y tablones de circo habíamos entrado sin pagar, no ven que dejaban montones de huecos y pasadas secretas que, como buenos corsarios, nosotros dominábamos perfectamente. Claro que Renato, dele con lo de siempre, que el Estadio Nacional no era de palo como de circo pobre sino de cemento completo, porque lo habían construido así entero como correspondía desde el comienzo y sólo lo agrandaron después para el mundial del sesenta y dos, no como el Estadio La Portada que era un asco. “Miren, con tantos huecos entre las tablas, es un pobre asco”. Así nos decía, pero entonces pudimos replicar: “o sea que como es de cemento sin huecos, en el Estadio Nacional no se puede entrar sin pagar, como aquí en La Portada; y no se le pueden ver tampoco los calzones a las chiquillas, como a ésa que está ahí”. Eso le dijimos, mientras le indicábamos hacia arriba a una que, generosa, nos mostraba de todo lo que queríamos verle.
Perdió Renato esa vez. Perdió y nosotros saboreamos ese triunfo tan postergado echándole otra mirada a la chiquilla, y otra y otra. Además era una niña que por lo demás conocíamos y re-conocíamos. Es que a través de los huecos de los palos no sólo le podíamos ver las piernas, sino también el rostro. Y esa cara bonita era el de la Panchita, y la Panchita era la Panchita, a todos nos gustaba la Panchita; además no había nada de malo, porque a la Panchita le gustaba que la miraran, eso, nosotros demás que lo sabíamos.
Claro que Renato a los pocos días ni se acordaba de su derrota, en vez de eso ya estaba de nuevo con su orgullo por otras cosas fabulosas de Santiago, como el Zoológico y la Piscina Mund, que era mucho mejor que nuestras playas, porque no había arena sucia ni olas, así que se podía nadar tranquilamente. Y no sólo esa maldita piscina, sino también el Parque Cousiño, los Juegos Diana, el Cerro Santa Lucía, y nos echaba encima además un famoso partido de la U. de Chile con Santos de Brasil, en que la Chile había ganado cuatro por tres, pero Pelé había parado la pelota con el estómago de espalda al arco y había metido un gol de media vuelta, seco arriba en el rincón izquierdo, junto al travesaño.
“Tú que te llamas Cristóbal, ni siquiera conoces el Cerro San Cristóbal”, le decía a mi hermano de mares, integrante de la famosa dupla de corsarios “Los Fabulosos Parola”, pero a nosotros esas cosas ya no nos importaban, y si en algo nos podían hacer mella, nos bastaba apenas acordarnos de las piernas de la Panchita para mil veces sonreírnos. Claro que ahora que después de tantos años hemos venido a Santiago y conocido finalmente el Estadio Nacional, nos hemos dado cuenta de que Renato, nuestro primo mayor, tenía toda la razón -al menos en esto del estadio-. Y es que de verdad el Estadio Nacional es magnífico y entero de cemento, y el cemento es claramente más sólido y más seguro; y no sólo no se le pueden ver las piernas a las chiquillas, sino aquí con Cristóbal, pudimos corroborar también que no se puede entrar sin haber pagado, pero tampoco es posible salir, a menos que los infelices que nos tienen prisioneros decidan que ya ha sido suficiente y se les quiten las ganas de seguirse ensañando.
Santiago, invierno 2004.
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Martín Faunes Amigo nace en Santiago y estudia ingeniería en la Universidad Técnica del Estado y también cine y drama en la Pontificia Universidad Católica. Ha publicado los libros de cuentos Ráfagas de versos y bytes, 1990, Tranvía equivocado, 1992, Lo duro y lo hermoso al finalizar el Siglo XX, Las historias que podemos contar, Volumen Uno, 2002, Una experiencia para no olvidar, 2003, Fantasmas en la red, 2003, Diferentes miradas: Las historias que podemos contar, Volumen Dos, 2004 y la novela Viajera de los nombres supuestos, EDEBE, 2002. Sus cuentos aparecen en diversas antologías y su relato “Urracas y zorzales”, ha sido ya traducido a más de cinco idiomas.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…