La influencia del Che y la cultura altiplánica en el Chile de los sesenta

Por Martín Faunes Amigo

Cuando me encargaron este trabajo, me pidieron que me refiriera de manera específica a lo que había significado el Che para nosotros, chilenos de los 60’s; sin embargo, a poco de empezar a escribir, entendí que si realmente quería entrar en este tema con propiedad, era necesario adjuntar al fenómeno de la influencia guevariana a otro fenómeno de influencia profunda también por aquellos años, referida a la particularidad de nuestro país, por eso amplié el nombre de este trabajo a “La influencia del Che y la cultura altiplánica en el Chile de los sesenta”, ya que para nosotros, como podremos ver, son temas que están íntimamente ligados.

Es necesario, por otra parte, que empiece esta exposición puntualizando algunas ideas. La primera, que no se puede separar la influencia que tuvo el Che en el Chile de los 60’s con la que en general, ejerció en América Latina y el mundo, la Revolución Cubana.

 La segunda, que sí se puede hacer alguna diferencia entre la mega influencia de la Revolución Cubana, y la influencia específica del Che en mi país, en términos de valores y carisma. No digo que la Revolución Cubana no haya influido en nuestros valores ni le estoy restando importancia, pero sí opino que lo aportado por el Che en nuestra generación de manera específica, posee algunas diferencias, que serán clave en el desarrollo de nuestros procesos de cambios, y vale la pena conocerlas. Cabe hacer notar que ese año nuevo, cuando se supo del triunfo de la Revolución Cubana, mi generación tenía nueve años en promedio. En mi caso, recuerdo esa noche con toda mi familia y el barrio entero celebrando. “No diga Cuba Libre”, decían, sino “Fidel Castro”. Mi familia y mi barrio entero era de izquierda, de izquierda dura, pero nosotros, menores, celebramos con ellos entusiasmados, pero cuando nos fuimos enterando de lo que realmente la Revolución Cubana significaba, ésta era para nosotros, aunque cueste creerlo, un proceso ya consolidado, maravilloso pero consolidado.

La tercera se refiere a la atmósfera altiplánica que se venía introduciendo, imparable, en nuestra cultura y, por ende, en nuestro quehacer de artistas, y que, con la llegada del Che a Bolivia, con la leyenda que escribió, y con la tristeza que nos produjo su asesinato, contribuyó a aumentar entre nosotros, chilenos jóvenes de los sesenta, la figura legendaria y carismática del Che que se quedará con nosotros para siempre influyéndonos en el arte, la política, en el modo de hacer política, en el modo de concebir el arte, en un nuevo modo de defender las ideas que considerábamos correctas, así como en el modo de situarnos ante la historia, y en un discurso revolucionario diferente en su carácter ético, empapándonos además de un nuevo modo de sentirnos hombres, y por ende responsables de nuestro futuro y del futuro de la sociedad completa. Valgan estas tres ideas a modo de introducción, para entrar realmente en el tema.

Tras un fuerte carácter latinoamericano en la música que se escuchaba en el Chile de los treinta, los cuarenta y los cincuenta, la música norteamericana irrumpió con el rock n’ roll con fuerza inusitada, completando un proceso de penetración y dominación cultural que se venía desarrollando en Chile a partir de la primera mitad del siglo XX. Se puede decir que el rock permitió a los yankis conquistar esa hegemonía que ya tenían en todos los ámbitos, atrapando lo único que les restaba: la música popular. Con ella terminaron de consolidarse. Claro que en esto, Chile no era una excepción, tras la segunda guerra mundial, los norteamericanos con sus promesas de modernidad y progreso, se habían vuelto hegemónicos, en un fenómeno de penetración que no fue ajeno a ningún lugar de la mitad del mundo que les correspondió dominar; y, en nuestro caso, repito, el dominio norteamericano fue total, con apenas algunos chispazos de rebeldía.

Y si me concentro en la música, aspecto que me interesa de sobre manera, debería mencionar a Violeta Parra a Patricio Manns y a Víctor Jara, compositores y poetas que no claudicaron y porfiadamente quisieron continuar en las formas de música relacionadas con lo chileno y lo latinoamericano. No estoy diciendo que no hubiera otros autores interesantes en aquella poca, pero sí digo que ellos o estaban “externalizados” es decir, insertos en formas musicales bastante extranjerizantes, y otros insistían en un tipo de música popular, chilena sí, pero muy liviana y muy de huasos ricos. Huaso es el que se supone el hombre de campo característico chileno, pero si se nota que el chileno es en lo cuantitativo mayoritariamente urbano, el huaso no es representativo de la chilenidad, con menor razón si hablamos de huasos ricos; es decir de personajes rurales dueños de los campos, en otras palabras, los terratenientes.

Adelanto a esta ponencia que, después, cuando la historia vendría dramáticamente a dejarnos en la encrucijada de defender nuestro proceso revolucionario, esos huasos ricos y los no tan ricos, no dudaron en aliarse con los milicos y el imperialismo yanki, para defender sus latifundios y lanzarse contra el pueblo; de ahí para adelante el huaso chileno como representante de la chilenidad cayó en la impopularidad y en el mayor de los desprestigios.

Grandes entonces Patricio Manns y Víctor Jara, grande también Violeta Parra, más otros que se me escapan. Hago notar que su mísica, la calidad de su poética, los argumentos de sus canciones, eran geniales, pero les faltaba algo para superar al rock. Hablo de superar y no de derrotar ni tampoco de detenerlo. Personalmente me gusta el rock, a todos nosotros nos gustaba el rock, Los Vétales, Los Rolling Stones, el rock tenía algo que le faltaba a la poesía de la Violeta Parra, a mí me encantaba la poesía y la musicalidad de Violeta Parra, pero le faltaba ese algo. Una cierta fuerza que no puedo describir. Fue por ahí cuando ya se hablaba de que el Che andaba por Viet-Nam, o por Angola, o quizá por Colombia, por Venezuela, por Chile o por Bolivia. Todos queríamos irnos a Bolivia para unirnos a la guerrilla del Che, crear uno, dos, tres Viet-Nam.

Hablo de mocosos de 15 y 16 años que éramos entonces los militantes de base que integrábamos el MIR. Y fue también cuando una noviecita me invitó a una fiesta a beneficio de la escuela primaria donde estudiaba su hermana menor. Así, desde lejos, porque no pude acercarme al escenario, escuché a un grupo musical de muchachos más grandes que yo que tocaban una música latinoamericana que tenía lo que le faltaba a la Violeta y a Patricio Manns, esa música erizaba la piel. Yo ya haba escuchado algo como eso cuando, muy niño, veraneábamos por nuestros valles del norte metidos por la cordillera. La captábamos por las noches en ondas de radio que venían de lugares, para nosotros, exóticos que yo trataba de imaginar cómo serían. Hablo de Santa Cruz de la Sierra, Tucumán, Salta o Cochabamba, claro que ahora que la escuchaba bastante más maduro y en vivo y en directo, esa música nostalgiosa me hacía más sentido.

El grupo que tocaba se llamaba Inti-Illimani(*), un nombre para nosotros bastante poco usual, aparentemente en idioma quechua o aymara, yo no podía saberlo. Inti-Illimani tocaba además con unas flautas de caña sobrecogedoras, y con una especie de guitarra más corta que llevaba muchas mas cuerdas que las guitarras comunes, y sonaba también más agudo pero maravilloso. Nadie de los que estaban conmigo supo que ése era un charango. Yo tampoco. No pasaron dos meses antes de que esa música andina se volviera célebre y se mezclara con la poesía de Violeta Parra y las voces de lucha de Patricio Manns y Víctor Jara. Esa música con sus acordes menores y con su ritmo tan particular, nos ayudó a rendir honores al Che luchando en la selva boliviana, porque ya lo sabíamos, el Che estaba luchando en Bolivia, el Che esta creando uno, dos, tres Viet-Nam. Con esa música, como nuestro telón de fondo, amamos a nuestras mujeres, leímos y analizamos la carta que el Che le enviara al uruguayo Carlos Quijano, llamada “El socialismo y el hombre en Cuba”, e hicimos nuestras esas ideas para realizarlas en nuestro propio Chile de los 60’s y los 70’s y en todo Latinoamérica. Con esa música lloramos al Che cuando fue asesinado.

El Aparecido  –  Víctor Jara

Abre sendas por los cerros, deja su huella en el viento,
el águila le da el vuelo y lo cobija el silencio.
Nunca se quejó del frío, nunca se quejó del sueño,
el pobre siente su paso y lo sigue como ciego.

Correlé, correlé, correlá  por aquí, por allí, por allá,
Correlé, correlé, correlá, correlé que te van a matar,
correlé, correlé, correlá.

Su cabeza es rematada por cuervos con garra de oro
como lo ha crucificado la furia del poderoso.
Hijo de la rebeldía lo siguen veinte mas veinte,
porque regala su vida ellos le quieren dar muerte.

Correlé, correlé, correlá  por aquí, por allí, por allá,
Correlé, correlé, correlá, correlé que te van a matar,
correlé, correlé, correlá.

Esa música la hicimos nuestra, no se la robamos a Bolivia porque en Bolivia se siguió tocando y escuchando. Digamos que la tomamos prestada -¡gracias Bolivia!- y que la combinamos con nuestra utopía revolucionaria, que para mí continúa y continuará estando vigente, y donde la influencia de la revolución cubana y de Ernesto Che Guevara eran innegables. Es que nosotros queramos socialismo, y no sólo chileno, sino latinoamericano, y al decir latinoamericano, lo que digo referido a sin fronteras. Nosotros, los de los sesenta, queríamos al hombre nuevo latinoamericano, ya fuera colombiano, brasileño, oriental, peruano boliviano, argentino o chileno. Quien crea que para nosotros la influencia del Che se limitaba a una imagen en blanco negro, y a una romántica fusión cultural con elementos altiplánicos, se equivoca rotundamente.

Cito al Che:

“En este período de construcción del socialismo el hombre nuevo va naciendo. Su imagen no está todavía acabada, ya que el proceso es un proceso en marcha, paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada da más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y de su importancia como motores de la misma”.

“El hombre ya no marcha solo, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. El hombre sigue a su vanguardia, constituida por el partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas. El premio es la nueva sociedad donde los hombres tendrán características distintas: la sociedad del hombre comunista”.

Estas ideas nos marcaron a fuego y, algún tiempo después, el espíritu del Che Guevara y la música de charangos y quenas, reforzó la posición del compañero Salvador Allende cuando se percibió que era más que factible que se pudiera conquistar el gobierno para el pueblo. Por ahí se hizo también, todo eso, telón de fondo de cuando discutíamos si debíamos restringirnos sólo al voto, o si sólo al fusil o si al voto más el fusil, o si a todas las formas de lucha que resultaran convenientes y necesarias.

No necesito decir que ese espíritu Guevariano, así como esos charangos y esas quenas, nos acompañaron también cuando los huasos ricos dueños de la tierra, más los ricos de todas las clases dueños de todo, más los imperialistas y los traidores, ocuparon a los milicos para derrocar al compañero Allende y truncar los sueños de nuestro pueblo. Es que el ejército era de ellos, los milicos les pertenecían, así ha sido siempre en nuestro país.

No necesito decir tampoco que los conceptos expuestos en aquel preclaro “Socialismo y el hombre en Cuba”, escrito por Guevara, nos acompañaron cuando nuestros compañeros caían organizando la resistencia, cuando fue asesinado el propio Miguel Enríquez, el seguidor más importante que tuvo el Che en Latinoamérica; y cuando en definitiva, nos derrotaron.

Los charangos y las quenas y las imágenes del Che Guevara tenían que ser entonces prohibidas, las dictaduras y los que ejercen el poder por la fuerza jamás vacilarían si deben proscribir algo que los está amenazando. Los charangos y las quenas y las imágenes de Guevara fueron entonces prohibidas; pese a ello, en todas las jornadas de protesta estaba siempre el espíritu del Che y, lógicamente, esas quenas y esos charangos proscritos. No exagero si digo que los charangos y las quenas, y las ideas cargadas de sabiduría, compromiso, honestidad y consecuencia de Ernesto Che Guevara, así como su ejemplo de lucha se nos metieron a los del sesenta bajo la propia piel y, contagiados por nosotros, se les metió también a los de las generaciones que vinieron.

Plegaria a un labrador  –  Víctor Jara

Levántate y mira la montaña
de donde viene el viento, el sol y el agua
tú que manejas el curso de los ríos
tú que sembraste el vuelo de tu alma.
Levántate y mírate las manos
para crecer estréchala a tu hermano
juntos iremos unidos en la sangre
hoy es el da que puede ser mañana.

Líbranos de aquel que nos domina en la miseria
trenos tu reino de justicia e igualdad
sopla como el viento la flor de la quebrada
limpia como el fuego el cañón de mi fusil.
Hágase por fin tu voluntad aquí en la tierra
danos tu fuerza y tu valor al combatir.
Sopla como el viento la flor de la quebrada
limpia como el fuego el cañón de mi fusil
levántate y mírate las manos
para crecer estréchala a tu hermano
juntos iremos unidos en la sangre
ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

(*) Tras ser presentado este trabajo en la Feria del Libro de La Paz, Bolivia, una ciudadana boliviana de apellido Ayllón, se acercó a contarme que su padre, había creado una peña folklórica en La Paz, durante los cincuenta, donde, a mediados de los sesenta llegó Violeta Parra a estudiar charango. La acompañaban unos muchachos muy jóvenes que gravaban lo que cantaban esos cantores populares bolivianos en la peña de su padre. Ésos muchachos eran los Inti-Illimani. Por otra parte, el padre de la mujer le regaló a Violeta un charango que fue el primero que ella tuvo, y es ése con el cual aparece en la carátula de un famoso disco long play que gravó por 1965.

Ponencia leída en el marco de la Feria del Libro de La Paz, Bolivia, en agosto de 2007, en el foro denominado “40 años de la caída del Che”.