Por Miguel González Troncoso
Aún no amanecía cuando el pasajero entró a la estación y se sentó en uno de los escaños a esperar pacientemente que la boletería abriera para comprar su pasaje. Después, a una seña del guarda estación, entró calmadamente al andén y abordó el Buscarril.
Ya amanecía, cuando el tren de trocha angosta inició su marcha. El pasajero eligió uno de los asientos de la hilera izquierda, al lado de la ventana, y se acomodó para observar el paisaje.
Durante la primera hora, pudo observar montañas y cerros en los que destacaba un tupido bosque nativo que acompañaban el trayecto, y grandes extensiones de diferentes viñedos y numerosos árboles de gran altura, de bellas y grandes hojas de intensos colores café, verde, amarillo y rojo, cuya belleza el pasajero comparó con los grandes bosques de Canadá.
Bandadas de mirlos, de plumaje negro reluciente alzaban el vuelo al paso del Buscarril, y se elevaban hacia el cielo para luego descender y posarse en los árboles, buscando confundirse entre las hojas, las que debido a los rayos del sol, adquirían a ratos distintas tonalidades.
De pronto y después de un recoveco, a la vista del pasajero apareció el Maule. El ancho río cuyas aguas bajan lento en dirección al mar y en las que ahora, solo en ocasiones, se puede ver la estela que deja el remo al quebrarlas, pues ya no están las chatas pescadoras que en tiempos del poeta maulino, avanzaban río arriba en busca de su carga de raulí que servirían para construir los faluchos del Maule. El río, silencioso y lento, que al pasar por Infiernillo permitía al poeta, desde su casa junto al río, contemplar sus aguas que serían la fuente de su canto poético, el que ahora parece olvidado…
Un pitazo largo, que rompe el silencio del paisaje ensoñador, anuncia la entrada del tren a la estación centenaria.
El pasajero desciende y se acerca a la placa conmemorativa que indica la historia de la vieja estación y donde se puede leer una breve reseña del poeta oriundo de la localidad de Nirivilo, autor de “El poema de las tierras pobres”.
– Es el río, el que permite que ahora estemos aquí contemplando la casa del poeta, dice la voz de la mujer.
– Sí – contesta el pasajero – y agrega, – el río que albergó a los hombres y mujeres de esta región maulina que el vate retrató en sus poemas. Y, que ha permitido, con justa razón, que a su muerte, esta estación de trenes, lleve su nombre.
– Un río que está aquí desde siempre. El río que ha convocado a otros antes que a nosotros, y que esperamos continúe por siempre trayendo sus aguas hasta el mar. Un río cuya contemplación necesariamente ha de ser lenta, pues el poeta caminaba, silbaba y meditaba al tranco de las estrellas – contestó la mujer – justo en los momentos en que sonaba el pitazo del tren, invitando a los pasajeros a subir y reanudar la marcha río abajo.
Miguel González Troncoso, comenzó su actividad literaria como integrante del Taller literario La Barraca, de La Florida, que dirige el poeta Amante Eledín Parraguez, logrando un exitoso inicio en su trayectoria narrativa, obteniendo importantes premios en distintos concursos y eventos literarios.
La profesora Liliana Maurelli, rectora IFD, Argentina, ha comentado: “Leyendo la obra de este escritor es posible dialogar también con Julio Cortázar, cuando dice que desde una simple anécdota o de un hecho trivial se puede derivar una historia con sentido, que da cuenta de lo esencial en los seres humanos”
Sus obras publicadas por Editorial Amanuense Chile, son:
-Relatos y cuentos breves, 2013
-Helga de Berlín y Otros relatos, 2014
-Cuentos y Relatos, 2015
El relato “El río”, es parte de su cuarto libro que se encuentra en vías de publicación bajo el sello de Editorial Amanuense Chile, como sus otros libros.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…