Por Branka Kalogiera

Zagreb-Croacia

Cuando me pidieron que presentara la novela El Contagio de la Locura del escritor chileno Juan Mihovilovich, literato de nuestro origen, tercera generación en Chile, esperaba una novela que tuviera alguna relación  con Croacia, tal como lo hace la mayoría de los escritores y poetas que escriben fuera de la patria.

Me equivoqué. Para mí que, por demás, me dedico a la  investigación de las obras de los escritores de origen croata, mayormente de los países de habla inglesa, la atmósfera surrealista, introspectiva y, ante todo, fuera del tiempo de la novela El Contagio de la Locura, fue una sorpresa, considerando el origen étnico del autor y las tendencias modernas de la literatura de los emigrantes, pero no me puedo quejar por ello. El mundo de la pequeña ciudad de Curepto, un  lugar olvidado, que contiene todo el  input sensorial y output intelectual y emocional del protagonista, no provoca en el lector ninguna clase de nostalgia, sus habitantes no son personajes con los cuales el lector quiera fácilmente identificarse, no obstante este hecho, que podría, a primera vista, comprenderse como exclusión del lector – instalación de barreras – pronto se convierte en interés, precisamente por su estilo fragmentario, pero explícitamente vigoroso  que obliga al lector a adivinar y a buscar respuestas hasta que él mismo se encuentre involucrado, casi por contagio, en el pequeño mundo del protagonista, es decir, del juez que actúa como alter ego del autor, porque con él comparte  esta  invitación.

A una novela que registra el camino hacia la locura es  aparentemente muy fácil describirla como kafkiana, sin embargo, en el caso de El Contagio de la Locura, este término es exacto. La primera cita con el fenómeno surrealista  recuerda a Metamorfosis, porque el juez, mientras se encuentra  en la fase de resolver un caso, comprende que no está condenando a una persona, sino a un enorme colibrí. El pájaro consigue librarse, pero la atmósfera opresiva de la pequeña ciudad y de la vida burocrática enajenante con su falsa importancia, – temas que perseguían a los escritores desde Kafka hasta G.Marquez – se observa durante toda la novela.

El argumento se desarrolla en el lapso de tres días, pero estos son suficientes para que conozcamos  toda una variedad de conciudadanos de nuestro paranoico magistrado. Junto con ellos, los sucesos en la sala del tribunal a continuación de  la metamorfosis, nos introducen en el campo de los sueños, fantasías, locura. El ritmo de una cotidianeidad calmada, incluso monótona, se convierte en una realidad verdaderamente  amenazante a través de una red de irregularidades e incidentes nuevos que se advierten ahora. La vida del juez, en el marco del desarrollo de El contagio de la Locura representa, parafraseando  a Kundera, una convincente “insoportable levedad del ser.” La fragmentación de la comprensión de la realidad y del razonamiento del protagonista, está  expresada mediante la fragmentación del texto mismo;  hojeando el libro se pueden casi imaginar  los cortes de luz que separan una escena de la otra, es decir, una  impresión de la otra. Están escritas en un ritmo veloz, mientras que el diálogo está reemplazado mayormente por el monólogo interior con el cual el autor consigue experiencias sensoriales fuertes y visiones múltiples de la interpretación del comportamiento de sí mismo y de sus conciudadanos.

Caminando por las calles de Curepto – y según dicen los filósofos, el comportamiento y el modo de caminar de un ser humano nos dicen a veces más  que las palabras – el juez de la novela de Mihovilovich se encuentra con los mismos personajes varias veces al día, y cada vez los  experimenta  y describe de manera algo distinta.  Su creciente aislamiento de la gente comienza con la observación  de que vive solamente con sus perros y gatos, y  continúa, cada vez más frecuentemente, comparando a la gente que encuentra, y especialmente sus ojos, con los conejos y otros animales y pájaros aparentemente inofensivos. El fin de la novela nos hace presentir también su  propia metamorfosis. La naturaleza y  el mundo animal original se convierten – ciertamente de modo paradojal, pero casi obligatorio,  tomando en cuenta el permanente doble sentido e  inseguridad impregnada en la novela – en un contrapeso del delirio padecido por el protagonista, ofreciéndole  temporalmente  la sensación  de paz, incluso, de ternura.

El problema que tiene el juez con la gente se gesta  en la naturaleza de su trabajo y en su mundo limitado física (también mentalmente) que en este caso puntual es Curepto, pero representa, en esencia, el símbolo de todos los ambientes  cerrados. Es inevitable que la gente de un pueblo pequeño se encuentre frecuentemente. Sus caras determinan  la cotidianeidad común; si usted forma parte de la autoridad y, además, las ve en el tribunal, llega a conocer su lado “oscuro”,  incluso tratándose de personas que son sus amigos. Tarde o temprano empezará a preguntarse con qué razón precisamente usted es el que administra la justicia. Pero esto es válido también fuera del sistema: ¿con qué derecho un ser humano condena a otro?

En una de las escenas escasas en la cual el juez es quien está en la mira, además, de un indigente, quien al igual que Diógenes,  despierta en un viejo barril y descubre que por culpa del juez no ve el sol, y por culpa del sol no ve al magistrado, nos enteramos de lo siguiente: La mirada me da indicios de su mundo interior, (…) No tema, usted y yo estamos ligados por algo más que esta conversación y la casualidad de este  encuentro. Aunque también, y entre nosotros, las casualidades no existen, ¿no es cierto? Cuando sentí la presencia de la sangre de sus perros en mi cara, supe que usted era de los nuestros. Con una identificación como esta, estarán de acuerdo también otros personajes.

Los habitantes de El Contagio de la Locura parecen grotescos  desde el punto de vista del juez, pero, nombrándolos no por su nombre sino  por sus profesiones, Mihovilovich nos hace recordar que  ningún segmento de la jerarquía social está inmune al rompimiento del contacto con la realidad y, lo que es más importante, con el sentido del orden. Y si todos somos  trasgresores potenciales de la Ley, desterrados voluntarios de la comunidad, sana o enferma – ¿nos conoceremos en absoluto alguna vez? La idea de la desintegración del sistema, contenida en la novela, no se  limita sólo al  nivel simbólico, sino también, material: el mismo cuerpo del juez se deshace en pedazos independientes y antagónicos, idea presente mediante la visión insistente  de una mano que se separa del cuerpo y obtiene vida propia.

Ya he dicho que el lenguaje de la novela es descriptivo en gran parte, dedicando más tiempo a las  evocaciones de las impresiones impulsivas del juez sobre el ambiente. Diálogos hay menos y están presentados exclusivamente con letras cursivas, resultado de una  decisión tipográfica y estilística insólita, pero acertada, como si no fueran parlamentos sino recuerdos o visiones. Con la compresión de monólogos y diálogos se consigue que muchos pensamientos  pronunciados puedan tomarse como refranes o poesía.  Las expresiones como la del título “el contagio de la locura” o “bacteria del pensamiento”,  confirman la naturaleza de la psiquis y de la atmósfera del mundo del juez; el “comienzo de la oscuridad” es una metáfora para el miedo, “pabellón de perversiones” representa la descripción de la cárcel, como si se tratara del proscenio shakesperiano de la vida (del juez), mientras tanto, el conflicto entre el orden y el caos se contrae en una observación, según la cual la desgracia es también cuestión de costumbre.

Considerando todas estas observaciones, considerando los encuentros y crímenes en que terminan, tomando en cuenta la búsqueda permanente del significado y de los  mensajes secretos que efectúa el juez, ya sea en la arena, en los  ladrillos o en los gritos de los borrachos, se impone la pregunta: ¿tiene sentido buscar el significado de la vida tal como lo hace nuestro magistrado en su manera desarticulada?

En Curepto, ciudad infectada con la locura, eso no se puede recomendar, pero se puede intentar, sin compromiso, por medio de la psiquis de sus habitantes. Las preguntas sobre la condición humana que encuentren ahí,  estarán vigentes durante mucho tiempo todavía y con ellas también el valor de la novela de Mihovilovich.