Por Miguel de Loyola

Parafraseando a Nietzsche: El libro ha muerto. Parece que lo mataron los hombres. Esos hombres masa que, como los bárbaros ayer, arrasaron con templos y palacios por placer. ¿Cuántos lectores van quedando en el mundo? ¿Cuántos lectores van quedando en Chile? Pero hablemos en serio, sin vendas en los ojos. El libro ha muerto, ha nacido la nueva era audiovisual, me comentaba hace unos días un viejo amigo librero, cansado de luchar contra los molinos de viento.

La gente ya no compra libros, concluía, la gente tiene dinero para todo, salvo para comprar un libro, puede gastarse el sueldo completo un viernes por la noche en un centro nocturno, pero el libro siempre lo encontrará caro para su presupuesto.

Y es cierto, caramba si no es cierto. Hoy la masa compra de todo en las multitiendas y supermercados, se endeuda, paga con tarjetas de plástico, pero a la hora de comprar un libro se da mil vueltas y al final sale de la librería sin comprar nada. Cada día hay menos librerías en Santiago, ni siquiera o escasamente existen ya esas otrora famosas librerías de viejo de la calle San Diego. Se trata, en suma, de un mundo moribundo.  Los lectores pertenecían a otra generación, cuando no existía la magia de la televisión, cine, sexo, internet… Si los hay, se trata de una minoría insignificante, segregada y discriminada por el poder omnipotente de la masa, por el hombre masa creado mediante la publicidad mercantil de las grandes industrias de productos utilitarios.

Se podría exigir a los ministros de educación un cambio radical en las políticas educativas, pero como viven sujetos a la voluntad de la mal llamada democracia, se deben a la masa y tienen el deber de darle en el gusto a fin de mantenerse salvos en su puesto. La educación dependiente del oficialismo imperante, estará siempre sujeta al poder de la masa, y a ésta, lo sabemos desde los tiempos de la gloriosa Roma, le gusta el circo. Y aquí lo tenemos diariamente por televisión, por el canal estatal y por cualquier otro. Y tampoco es un problema de precio, en los últimos veinte años han venido a Chile los grupos musicales más increíbles, y el precio de la entrada para ver el espectáculo excede en mucho el valor de un libro, y sin embargo, todos estos espectáculos han sido a estadio lleno, a nadie le ha faltado para pagar su entrada, nadie ha reclamado tampoco la necesidad de rebajar el iva del dicho importe para ver el espectáculo. Como suelen exigirlo al libro, apelando como una de las causas cruciales de la falta de lectura de los chilenos. Nada más falso. Nada más equivocado. Para el hombre masa el libro no tiene valor alguno y por eso deberían regalarlo. Esa es la cuestión. Pertenece al pasado, a un objeto que ha perdido interés, a una bagatela sin ninguna importancia.

¿Qué hacer entonces, cómo defender al libro de los bárbaros? La pregunta queda abierta a los lectores, a ese reducido círculo de amigos de las letras que día a día visita estas páginas buscando lo que nosotros también buscamos: libros, nuevos y viejos libros, a pesar de la masa.