MAULA, Autor: Héctor Labarca Rocco; Ediciones Puerto Crea; Talca, Chile, 2008

“¿Sabe usted si conviene más conversarle a un sauce que a un cactus? Hace rato que yo debería haberme largado de este lugar. Ya me estoy acostumbrando a los cricris.”

-Manuscritos encontrados en un hostal de Bramadero-

¡Ah, la engañifa, el artificio, la imaginería, la trampa para los tramperos, la astucia ladina del perezoso y negligente! ¡Ah, la idiosincrasia, singracia, carente de motivos y de motivaciones…! ¿Cómo pretendo entender a los Cureptinos si son Cureptanos, a los Pencahuenses si son Pencahuinos, a los Clementinos, a los Maulosos, en suma?

Desde el mundo estrecho y variopinto de una escenografía apocalíptica, Chaitén emerge entre la bruma… ¿Dónde estaba antes del holocausto? ¿Y Longaví y Huaquén y Quebrada de Reyes y la desembocadura del río Maule y Corinto y Llongocura?

¿Era Hugo Correa un Altísimo que vino a despercudirnos ataviado de “guaso campechano” y un buen día apareció en Polonia vestido a la usanza europea sólo para despistarnos?

¡Y las heridas abiertas de Augusto Santelices o la bohemia maldita de Pedro Antonio González despreciando a Rubén Darío, y González Bastías y el trencito arramalado que sirve porfiadamente a los turistas inexistentes por los bordes de un río contaminado que muere en Constitución bajo el alero de las celulosas!

¿Y Anguita es una deformación de “Agüita” y Quevedo, el Franklin, algún taciturno semiciego de un mercado Persa?

¿Y Pablo de Rokha es una estatua de madera que avizora la Planta de Licancén antes de que el peso y paso de los años la astille contra el suelo?

¡Ah, y la taquicardia irreverente de los viejos bandoleros que cruzaban los valles, los ríos y los arroyos…!

¡Y la fogosidad Lautarina atrincherada en los últimos vestigios acuosos del Huenchullamí mientras a lo lejos sombras humanas disfrazadas de centauros se empantanaban en las dunas…!

¡Y cómo navegan hoy por las tierras del nunca jamás campesinos a la moda, mimetizados sobre los “Buey Scout”, todavía lentos, cansinos, dolidos y doloridos, comunicados con las vacas sagradas de la India o de Malasia vía celular, vía cable o Gps trasportado entre los chícharos!

Y la literatura, ¿qué es la literatura? ¿Acaso no es imagen, acaso no es una fotografía pálida de una realidad que se nos esfuma triste y provinciana, que aúlla cual Ginsberg atónito frente a los desperdicios del Río Claro o el magma creciente de El Descabezado? ¿No es, por ventura, la palabra, una erupción volcánica que nos quema por dentro y por fuera en tanto nuestros dedos calcinados y cenicientos intentan el rasguño de la historia, de la idea, de la forma, de la vida y de la muerte?

Y entonces, la imagen, y entonces el verbo y los seres y las cosas….Y entonces la provincia, un asteroide apenas, un meteorito y otro y otro que asciende y cae siempre en medio de la ciudad, de las ciudades, de las capitales, de los indolentes, de los remolones que están en todas partes, de las cosas inútiles o despreciables, que están en todas partes, de los desechos sigilosos, que están en todas partes….

Y que las fotografías de Héctor Labarca nos traen como desde un sueño y las palabras de Mario Verdugo nos sacuden la vigilia…nos sanan y salvan, –lo intentan, al menos- para estar atentos, siempre listos, siempre dispuestos, siempre asombrados en este viaje errante y herrado que… ¡Sepa Dios a dónde nos conduce…!