Por María Eugenia Góngora. Universidad de Chile.
En esta ocasión quiero presentar un material perteneciente a las colecciones de poesía popular chilena impresa, iniciadas a fines del siglo XIX por el filólogo alemán Rodolfo Lenz (1863-1938) y por el chileno Raúl Amunátegui. La primera de estas colecciones se encuentra actualmente en la Biblioteca Nacional y la segunda, en el Archivo Bello de la Universidad de Chile.
Se trata de colecciones comparables en ciertos aspectos a la de literatura popular argentina, realizada por el antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche (1872-1938) desde 1897 y durante las primeras décadas del siglo XX y que actualmente se puede revisar en la biblioteca del Instituto Ibero-Americano de Berlin; las colecciones de Lenz y Amunátegui son de menor envergadura que la importante colección de Lehmann-Nitsche, quien reunió y estudió las adivinanzas, chistes, y la literatura erótica rioplatense, así como una abundante folletería gauchesca, e incluso algunos cancioneros populares chilenos. Es interesante relacionar estas colecciones con la literatura de “folhetos” brasileños y, por cierto, con la importante producción iberoamericana de la llamada “literatura de cordel”, conocida en España desde los inicios de la imprenta.
Para presentar este material, he escogido, a modo de ilustración, las publicaciones de la poeta chilena Rosa Araneda, recogidas en el volumen n° 5 de la Colección Lenz y en el Tomo n° 11 de la colección Amunátegui. Rosa Araneda publicó, además de sus “hojas de versos”, algunos folletos como, por ejemplo, “El Cantor de costumbres”, en 1893.
No conocemos la fecha exacta de su nacimiento, pero según algunos versos autobiográficos suyos, la poeta nació en el pueblo de San Vicente de Tagua Tagua, al sur de Santiago; sabemos que murió en Santiago el 4 de junio de 1894. Fue la compañera del poeta Daniel Meneses, el autodenominado “poeta nortino” nacido en 1868 y muerto a comienzos del siglo XX, autor de folletos y de numerosas y polémicas “hojas de versos”, entre ellas, varias “de provocación” a otros poetas populares de su tiempo.
Al igual que otros autores contemporáneos suyos, Rosa Araneda adhirió al partido Democrático fundado en 1887 por el periodista y poeta popular Juan Rafael Allende, entre otros; en los años más difíciles del gobierno de José Manuel Balmaceda y durante la Guerra Civil que culminó con el suicidio del presidente, Rosa Araneda publicó numerosos poemas contra el regimen, del cual fue ardiente opositora, así como lo fue también, posteriormente, del duro gobierno de Jorge Montt, el presidente que sucedió a Balmaceda.
Otros nombres de poetas que conocemos a través de las colecciones Lenz y Amunátegui son, en primer lugar, el del gran Bernardino Guajardo (1812-1886), el más antiguo y admirado de los populares; los nombres y poemas de José Hipólito Cordero, Adolfo Reyes, Juan Bautista y Juan de Dios Peralta, Rómulo Larrañaga (Rolak), Juan Rafael Allende (El Pequén), Nicasio García y Abraham Jesús Brito están también representados. Los poemas de estos autores se imprimieron entre los años 1865 y 1920 aproximadamente.
En cuanto a la difusión posterior de las hojas, podemos mencionar que desde la década de 1930 hasta 1970, aparecieron estudios, antologías y ediciones facsimilares de la Colección Lenz. En este sentido, hay que recordar la obra de Antonio Acevedo Hernández y los trabajos de Juan Uribe- Echeverría, quien estudió la obra de los poetas del siglo XIX así como de los cantores y poetas más recientes. Otros autores que conocieron bien la colección Lenz y que acogieron también a poetas y cantores más recientes, fueron Inés Valenzuela y Diego Muñoz, quienes dieron a conocer esta poesía al gran público a través de antologías y de un trabajo de difusión de la obra de los nuevos poetas; lo hicieron en la sección llamada “Lira popular” del Diario El Siglo, y gracias a la organización del importante Congreso de Poetas y Cantores Populares realizado en la Universidad de Chile, entre el 15 al 18 de abril del año 1954.
Un poco más tarde, el sacerdote Miguel Jordá, y particularmente los historiadores Maximiliano Salinas y Micaela Navarrete han dedicado su reflexión a esta poesía como una manifestación significativa de la religiosidad y la cultura populares en el Santiago de fines del siglo XIX. Micaela Navarrete, en particular, realiza hasta el día de hoy una labor de difusión de la poesía del siglo XIX y de los poetas y cantores actuales, en el ámbito de las actividades de la Biblioteca Nacional de Chile.
Por otra parte, las “hojas de versos” han sido también objeto de estudio para algunos autores que se han preocupado de la cultura chilena en términos más amplios. Me parecen particularmente sugerentes en este sentido los estudios de Bernardo Subercaseaux ( Fin de siglo. La época de Balmaceda, de 1988 y su Historia del Libro en Chile, de 1993); asimismo, ha sido de gran utilidad para mi propia reflexión el análisis del sociólogo Guillermo Sunkel en su libro Razón y pasión en la prensa popular, del año 1985. A nivel latinoamericano, son quizás los planteamientos de Jesús Martin Barbero (De los medios a las mediaciones: comunicación, cultura y hegemonía, 1987) sobre la “literatura de cordel” algunos de los que nos abren perspectivas amplias sobre algunos problemas y características específicas de la literatura popular.
Por cierto que para un acercamiento a las “hojas de versos” sigue siendo indispensable el trabajo que el propio Rodolfo Lenz publicó a comienzos del siglo XX: su estudio Sobre la poesía popular impresa de Santiago de Chile, apareció en la Revista de Folclore Chileno y en los Anales de la Universidad de Chile en el año 1919. En este trabajo, redactado ya en gran medida en 1894, encontramos datos interesantes sobre los poetas, los lugares de venta y la frecuencia de aparición de las hojas, además de un estudio de las formas métricas y la música que acompaña el canto tradicional chileno. Sin duda, tan interesantes para nosotros como esta información, son las opiniones expresadas por Lenz con respecto a esta poesía popular y sus autores. Su perspectiva es inevitablemente la de un académico alemán ilustrado, quien estudia y recoge cuidadosamente esta poesía marginal.
Los ya mencionados Bernardino Guajardo, José Hipólito Cordero, Adolfo Reyes, Rómulo Larrañaga, Nicasio García, Daniel Meneses y Rosa Araneda, fueron en su gran mayoría campesinos emigrados a Santiago; poseemos muy pocos datos biográficos sobre ellos, aunque algunos nos los proporcionan el propio Rodolfo Lenz, así como más tarde , lo hicieron el autor costumbrista Antonio Acevedo Hernández y el profesor Juan Uribe Echevarría en sus escritos. Algunos de estos autores de las hojas de poesía fueron cantores y poetas al mismo tiempo, y en ocasiones vendían sus versos a otros cantores de fondas famosas en su tiempo como la de la Peta Basaure, en Santiago. Sabemos que los poetas vivieron en las calles del antiguo centro: Bandera, Zañartu, San Pablo, Huemul, Andes y Sama, gracias a que la mayoría de ellos indicaba su nombre y dirección al pie de cada hoja de versos de su autoría.
Si pensamos por otra parte en los receptores de esta poesía popular, parece claro que formaban parte de una población urbana de origen principalmente campesino, al igual que los mismos poetas. Se trataba de un público con crecientes índices de alfabetización, compuesto por obreros y artesanos, sirvientes y vendedores ambulantes, pequeños comerciantes establecidos en mercados y “ferieros”, soldados y también por mujeres de todos los oficios.
Por otra parte, en cuanto a la impresión y distribución de las hojas de versos, Lenz afirma en su estudio que la impresión de las hojas era costeada por los mismos poetas y era realizada en pequeñas imprentas, muchas veces sin nombre, y de las que solo tenemos el registro de su dirección; estas imprentas poseían un buen número de clichés de diversa procedencia y también poseían los toscos grabados de madera que servían para ilustrar, de preferencia, las hojas de poesía imprentada, como la llamaban también sus autores.
Sabemos que el poeta Adolfo Reyes confeccionaba para su propio uso, o para vender a otros poetas, unos grabados de madera de raulí que representaban, en la mayoría de los casos, escenas de crímenes o de fusilamientos, y que eran usadas reiteradamente para ilustrar muchas hojas de versos, por ser estos acontecimientos uno de los temas favoritos de los poetas populares y de su público.
En cuanto a la frecuencia y el tiraje de las hojas, el poeta ciego José Hipólito Cordero informó a Rodolfo Lenz que las hojas salían cada dos semanas, aproximadamente, y en un tiraje mínimo de 3.000 ejemplares; según el mismo Cordero, sin embargo, nuestra poeta Rosa Araneda solía vender entre ocho y diez mil ejemplares de su poesía.
En cuanto a los lugares de distribución y venta, las hojas eran vendidas por los propios autores en lugares concurridos, como la Estación Central de Ferrocarriles o el Mercado, o bien por los mismos suplementeros que vendían los diarios de Santiago, tanto los periódicos serios como los humorísticos de la época. Las hojas de los poetas más famosos eran llevadas en tren a las provincias. Su precio de venta, en la década de 1890, cuando Lenz inició su colección, era de cinco centavos, y todas ellas llevaban impreso en letras mayúsculas y muy visibles, un titular referido al contenido de uno de los poemas de la hoja.
Afirma Rodolfo Lenz: “[El título] debe ser sensacional y llamativo: “Combate entre bandidos y carabineros, dieciocho bandidos muertos”_”Desgracia: Una hija que mata a la madre”_”¡Viva la oposición! ¡Ya cayó el tirano!”_”Fusilamiento del reo Núñez”, etc. Los suplementeros que venden las hojas gritan en voz alta estos títulos, a veces precediendo su letanía con una introducción: “Vamos comprando, vamos pagando, vamos leyendo, vamos vendiendo…” (La poesía popular impresa, p.95)
Las hojas mismas eran de diversos tamaños, y la parte superior de las hojas está normalmente ocupada por una ilustración, debajo de la cual se puede leer el titular y luego, una cantidad variable de poemas, cada cual con su propio título. La mayoría de estos poemas impresos son décimas, de las llamadas espinelas por los mismos poetas chilenos, y que tradicionalmente han sido atribuidas al poeta cortesano Vicente Espinel (1550-1642); en ocasiones encontramos asimismo otras formas poéticas, como la cueca y la cuarteta. El número habitual de poemas en cada hoja es de cuatro o seis composiciones dedicadas a los temas más diversos, salvo cuando todos los poemas se dedican, excepcionalmente, a un solo tema particularmente significativo.
En relación a los temas, quisiera referirme a algunos problemas de comprensión y de interpretación textual que me parecen importantes al abordar la lectura de las hojas de versos.
Como se sabe, los poetas populares chilenos han agrupado tradicionalmente su poesía –cantada o impresa- en dos grandes grupos de temas o fundamentos: a lo humano y a lo divino. Ahora bien, en las hojas de versos encontramos lado a lado, sin una jerarquización aparente, poemas amorosos, las últimas palabras de un reo antes de su ejecución, los versos por la pasión de Cristo y diversos episodios provenientes de la Biblia, el desafío a un poeta rival, un episodio de las batallas de Carlomagno, el poema satírico contra el gobierno, contra otro poeta o contra una vecina escandalosa, los versos por literatura o por astronomía junto a las décimas sobre asesinatos, accidentes y otros acontecimientos extraordinarios.
Creo que es importante considerar esta contigüidad de textos de temas fundamentalmente heterogéneos, este “descentramiento”, esta aparente falta de jerarquía en la disposición de los “versos”. Quizás la única jerarquía que se puede a veces observar es la de la disposición gráfica, y este es un elemento importante, por cierto: los poemas relacionados con juicios y fusilamientos suelen estar en el primer lugar, a la izquierda del pliego en que está impresa la “hoja de versos”. Las ilustraciones, por su parte, se refieren de manera más o menos directa a los temas más sensacionales o violentos que aparecen poetizados en una hoja, en correspondencia con los titulares.
Por otra parte, la heterogeneidad, la variedad y aparente contradicción de registros no se manifiestan solamente entre los poemas de una determinada hoja; en ese caso, podríamos justificarla por razones técnicas, de formato y economía de espacio, las que tendrían como efecto involuntario la heterogeneidad de los temas.
Lo más significativo es, a mi parecer, que la contradicción está presente al interior de los mismos poemas en el juego que se produce, por ejemplo, entre el tono y el lenguaje de la cuarteta que precede a las décimas que constituyen el poema completo. Así por ejemplo, en un poema amoroso de tono elevado, casi cortesano, la cuarteta puede jugar con el doble sentido sexual y a veces obsceno; en un poema sobre la pasión de Cristo, la cuarteta puede ser cómica y, en algunos casos, amorosa y picaresca. Por otra parte, en un contrapunto o en un poema de debate, las frases y palabras con las que se afirma de modo altisonante el saber de los poetas se mezclan con ofensivas brutales entre los contrincantes.
Esta conjunción de lo cómico y lo serio, de lo alto y lo bajo, de lo sublime, lo picaresco y aún lo obsceno apunta sin duda, y en primer lugar, a la pertenencia de esta poesía chilena a una larga tradición literaria. Podemos pensar, por ejemplo, en los contrafacta, los poemas de sentido espiritual basados en poemas profanos; asimismo, y de modo más general, podemos percibir en esta conjunción “contradictoria” una adscripción de esta poesía a una tradición popular que ha sido entendida ampliamente como de resistencia a la llamada “alta cultura”.
Así, esta es una poesía que puede tomar elementos de la cultura letrada y reformularlos libremente. En este sentido, Lenz postuló algunas posibles lecturas de los poetas como fuentes escritas de la poesía popular : las novelas de caballería publicadas a fines del siglo XIX en Santiago de Chile, así como los libros de gramática, astronomía y geografía mencionados por los mismos poetas como fuentes de su saber. Los principales episodios del evangelio y los personajes del antiguo testamento figuran en muchos poemas y las preguntas sobre sus historias son obligadas en los debates entre poetas. Por otra parte, sabemos también que la prensa y los periódicos más populares eran una fuente permanente de información para los autores de las hojas de versos. Muchos de los versos “patrióticos” y, desde luego, toda la poesía relacionada con la coyuntura política se puede relacionar con la prensa popular de la época.
En relación con el carácter “noticiero” de muchos poemas, encontramos en las hojas un tipo de textos cuyo estatus no es claramente “literario” en el sentido habitual. Me refiero a los poemas que relatan juicios, sentencias a muerte o las últimas palabras de los condenados a ser fusilados. En este aspecto, las hojas de versos chilenas están claramente emparentadas con la “literatura de cordel” española, y en cuanto a su tono general, a su visión de la justicia y de la condena a muerte, los poemas chilenos se pueden comparar fácilmente con la abundante poesía popular europea que abordó los mismos temas.
Para el caso de España, el historiador Jean-Francois Botrel ha investigado bien el papel jugado por los ciegos de Madrid en la distribución, difusión y creación de la “literatura de cordel” y en particular de esta poesía que podemos llamar de “los condenados a muerte” (Botrel, J-F. “Les aveugles colpolteurs d’imprimés en Espagne”, Mélanges de la Casa de Velásquez, IX, 1973 y X 1974, esp. Pp 440 y 441). La Hermandad de Ciegos de Madrid obtuvo en 1748 la exclusividad de la difusión de los testimonios judiciales, textos de sentencias y últimas palabras de los condenados. Según el decreto de enero de ese año, los ciegos de Madrid podían obtener un extracto de las causas, “a partir de la cual la Hermandad hará o hará componer una relación en versos de sus delitos para que los hermanos ciegos, como es uso y costumbre, la puedan vender al público para que sirva de universal escarmiento” como señalaba el decreto (Botrel:441).
Al igual que sucede con tanta literatura de cordel latinoamericana y europea, la poesía de los “condenados a muerte” chilena muestra una ambivalencia significativa con respecto a su tema. Si observamos el corpus de los textos dedicados a relatar juicios y fusilamientos, se puede constatar que existió una actitud crítica frente a la pena de muerte por parte de un número importante de poetas populares. Daniel Meneses, Rómulo Larrañaga, Adolfo Reyes y Rosa Araneda, entre otros, apoyaron claramente la abolición de la pena de muerte en Chile, además de criticar la evidente desigualdad entre pobres y ricos frente a la administración de la justicia.
Escribió Rosa Araneda en uno de sus poemas:
“Al fin tendremos que ver
Otra nueva ejecución;
Yo pido la abolición
De la pena, en mi entender.
Si esto llega a suceder
Todos lo tendrán a mal.
Decirlo es mui natural.
Con un sentimiento pródigo,
Que barren (sic) de nuestro Código
La ejecución capita.l
(Col. Lenz, vol. 5, 27, 3)
Estos versos fueron escritos a propósito de un padre que ultimó a su hijo y fue condenado a muerte. Sin embargo, y frente al juicio de Ismael Vergara, el joven de familia acomodada que mató a su padre y cuyo largo proceso y posterior fusilamiento inspiraron a tantos poetas populares, la misma Rosa Araneda escribió la décima que citamos a continuación, dando cuenta del crimen y del alegato de los defensores de Vergara:
Al fin, yo soi de opinión
Que el jovencito Ismael
Victimó a su padre él.
¡Hoy solicita el perdón!.
Pero su indigno corazón
No debe ser perdonado,
Según lo que ha declarado
No hai que tenerle clemencia,
Que pague con su existencia
En el banquillo sentado”
(Col. Lenz, vol. 5, 30)
Se hace evidente aquí un sentimiento de indignación ante un mismo crimen, el de parricidio, y se pide la pena capital para el acusado, y de igual manera que Rosa Araneda en este caso reaccionaron otros poetas populares. Por otra parte, y en aparente contradicción con el texto anterior, al acercarse el momento de la ejecución de Vergara, la poeta compuso aún otros poemas en los cuales el sentenciado se despide tiernamente de su hija (vol. 5, 27), ofrece sus condolencias a la madre (Amunátegui n° 333) y, significativamente, critica también la desigualdad de ricos y pobres ante la ley (vol. 5, 29, 3). Si nos atenemos a lo expresado en los poemas y si aceptamos que estos textos se pueden leer como testimonios de las opiniones personales de los poetas populares, se trata de textos gobernados por distintas emociones en cada momento: en mi lectura, la solidaridad con las víctimas parece ser el sentimiento predominante en cada caso, aunque ello pareciera llevar a evidentes contradicciones.
Esto nos lleva a observar, por último, que existe un rasgo expresivo que une los distintos tipos de poemas, y es el lenguaje y el tono dramático, a veces pasional con el que se poetizan muchos temas, y no solo los de crímenes y fusilamientos. Este tono dramático y pasional de la poesía popular (y de la literatura de cordel desde sus inicios) ha sido abordado en general con distanciamiento cuando no con ironía por muchos de sus críticos. Se puede observar que, después del interés romántico por la poesía popular, ha predominado en general una actitud crítica que podemos llamar “ilustrada” frente a los temas y a las características estilísticas de la literatura de cordel, de la poesía popular y, por cierto, de la llamada prensa popular, también en nuestros días. La palabra más usada para describir su tono y su estilo ha sido la de “melodramático”, y esta expresión ha servido también para calificar el llamado “gusto popular”. Constituyendo una de las excepciones en este sentido, podemos observar que, en Colombia, Jesús Martin Barbero ha trabajado con una orientación muy creativa el tema del gusto popular por el melodrama como género dramático, con sus protagonistas y conflictos más relevantes. En Chile, por su parte, Osvaldo Sunkel planteó las bases de una exploración de las relaciones entre las hojas de versos del siglo XIX y la prensa popular del siglo XX. Para este autor, en ambos medios los temas son tratados explorando el aspecto más personal de las situaciones, y se apela de este modo a la subjetividad de los lectores, utilizando para ello un lenguaje que muestra las situaciones con imágenes, en tanto representaciones dramáticas, con diálogos o monólogos muy probablemente imaginarios, y usando sólo en mucho menor medida conceptos abstractos. En las hojas de versos y en la prensa popular, propone Sunkel, predomina una matriz simbólico-dramática frente a la matriz racional-iluminista o ilustrada.
Podemos resumir nuestras observaciones sobre las hojas de versos y su temática, recordando en este punto que en ellas se produce una contigüidad no jerarquizada de poemas con gran diversidad de registros, y que se produce en ellas –como en la prensa popular- una equivalencia entre hechos políticos y crímenes pasionales, entre historias medievales, sátiras personales, debates poéticos y poesía religiosa. Así, como lo observamos al comienzo de esta presentación, lo serio y lo cómico, lo alto y lo bajo, lo que normalmente vemos separado y discriminado, aparece aquí reunido y superado. Es fácil comprender en este contexto que la heterogeneidad, que ha sido señalada como un rasgo fundamental de la cultura latinoamericana, se puede convertir en uno de los conceptos determinantes en nuestra lectura actual de la poesía popular del siglo XIX, y nos permite avanzar más allá de la descripción de sus temas.
Para concluir, podemos apuntar que los temas que se elaboraron y poetizaron en las hojas de versos del siglo XIX siguen siendo importantes para el gran público chileno, y actualmente son el periodismo popular y la televisión y, quizás la escritura y difusión textual abierta por Internet los que, en formatos y medios muy diferentes, se expresa, se elabora y se recrea una cierta matriz cultural de características complejas.
(*) Ponencia presentada en la Feria del Libro de Buenos Aires, 2008.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…