Minificciones de Eduardo Vardé

La totalidad de estas piezas narrativas breves proviene del libro Felicidonia de Eduardo Vardé, publicado por la editorial peruana Micrópolis en 2017. Eduardo VArdé nació en 1984 en Buenos Aires. Microcuentista y poeta. Fue premiado en varios concursos literarios, editó LCDA (2009) y Dos Veces Breve (2013), además participó en antologías de Argentina, Chile, México y España.

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Enojado porque no compartían nada, eliminó a todos sus contactos de Facebook. Todavía hoy lo busca la policía.

Felicidonia
En un barrio cualquiera, el nene se cuelga de la ventana del kiosco y, estirando un bracito a través de la seguridad de las rejas, abre la palma de su mano mostrando al kiosquero las monedas brillantes que los tíos le regalaron. Pregunta: «¿Cuánto me alcanza con esto?». Luego, vuelve a su casa con todos los caramelitos juntos en la boca, creyendo ser feliz.

Escribnesis
Cuando todo comenzó era oscuridad. Cuando era oscuridad no había nadie. Cuando hubo alguien no tenía nombre. Cuando tuvo nombre no pudo escribirlo. Cuando pudo escribirlo inventó el punzón. Cuando vio que era difícil tallar la roca, inventó el papiro. Cuando el papiro le resultó incómodo, lo cortó y dobló. Cuando le costó copiar sus grandes cantidades, creó la imprenta. Cuando creó la imprenta, los libros circularon más rápido. Cuando los libros comenzaron a ocupar más espacio que la gente, inventó la biblioteca. Cuando las bibliotecas se llenaron de polvo, inventó el computador. Cuando el computador fue para todos, finalizó su creación y se echó a dormir. Cuando despertó, todo era oscuridad.

El regreso
La hormiga regresa con algo sobre su lomo. Eso pesa casi doscientas veces lo que ella. Desciende del árbol esquivando las telarañas. Hace fuerza para no dejar caer su encomienda. Antes de tocar el suelo, camina sobre el pasto cruzando de hoja en hoja. Acortar el camino la protege de depredadores. Llega a tierra, circunvala un charco. Se mete por un agujero y baja. Llega hasta una madera, busca el hueco para pasar y se mete. Trepa un pedazo de carne. Esquiva el pegamento que une lo que supo ser un círculo negro e ingresa por una ranurita llena de gusanos hambrientos. Adentro alguien sonríe.

Crea nomás
El tipo cree que descree. No está seguro. Muere. Va a la morgue. Nadie lo reconoce. No se sabe si ahora cree o descree. Resucita. Nadie lo reconoce. Profesa su palabra. Nadie le cree. Cree.

La lejana
Aquella, la lejana, era una pinturita, un hecho artístico. Tenía los labios carmesí, los ojos miel, la cintura delineada, el pelo casi dorado. Podría describirla de pies a cabeza, si no fuera porque, con el tiempo, cuando había pasado años de tenerla cerca, comenzó a desteñirse hasta transformarse en unas líneas deformes que también se fueron borrando.

Web del autorhttp://eduardovarde.blogspot.com