Metapoesía y política

Por Ignacio Rodríguez

Este libro de Julio Espinosa Guerra obtuvo el IX Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz. Es decir, llega hasta nosotros provisto de un importante reconocimiento, lo cual, de una manera u otra, pesa sobre nuestra lectura. Tres epígrafes, además, le dan una orientación precisa.

El primero es una «Llave con letras», de Joan Brossa. El segundo, un texto de Henry Miller: «Tras la palabra está el caos. Cada palabra es una raya, un barrote, pero no hay ni habrá nunca suficientes barrotes para hacer reja». El tercero, una cita de libro de Maxine Lowy, Memoria y justicia: «A partir del golpe de 1973, la política de exterminio comprendía el establecimiento de sectores dentro de los cementerios donde se enterraban cadáveres no identificados bajo la sigla NN». Ya se ve entonces, por dónde irá el libro mismo: por la metapoesía y por la denuncia, por una permanente indagación del lenguaje y por una esclarecida conciencia del genocidio. Claro que la primera vertiente se funde en la segunda, de tal manera que podríamos hablar de una metapoesía política: de una desconfianza radical en las palabras y de una melancólica sospecha en la memoria. Léanse al respecto estos dos poemas: «1983: Si vienen preguntando por tu padre/ tú no conoces a ese señor// Recuerdo íntegra la frase/ y recuerdo/ el estremecimiento// Afuera/ 1983// Nunca más/ las palabras fueron lo mismo que hasta entonces// Y menos la realidad». «1991-1996-2005: Sus nombres se olvidaron con facilidad/ y más rápido, sus sobrenombres: El Negro, la Flaca, el Chincol/ ¿Lo recuerdas?// Al documento le pusieron amnistía o informe no sé qué/ Después hicieron una procesión re-grande/ con hartas flores/ discursos/ grabaron en piedra las palabras/ y los enterraron// Hoy/ ni gusanos quedan/ en la memoria». En ambos, bastante representativos de todo el libro, se puede apreciar la técnica de una poesía-narración-ensayo, desprovista de todo recurso lírico, y verificar el proceso de enajenación de un país al que después de la muerte le impusieron el olvido, que es otra muerte, la redundancia del exterminio. Pero lo más logrado de este libro es el poema «agüa» (de Heráclito, Manrique, Paz y Virilio, casi), donde con una precisión asentada en los mejores delirios de la inteligencia se nos dice que nadie se bañará dos veces en el mismo río; que todos nos ahogaremos en él. Todos los que sobramos, se entiende. Cito uno de sus pasajes: «Al fondo de este océano/ hay otra ciudad/ que se construye/ y en la ciudad/ otras palabras/ que nos ciegan// Rejas de un mismo presidio/ cortándonos la vista al exterior// En este océano/ lleno de ventanas/ de luces y lentejuelas/ hay algo oscuro/ blanco y acechante/ que se abalanza/ hacia nosotros// Sólo el que naufraga/ y sobrevive a esta red/ sabe que hay otro reverso/ acechándonos en el reverso/ de lo real». Inmersos en el lenguaje, asfixiados en él, yacentes en el alfabeto como enesenes (NN) en un cementerio con un cartelito colgándonos del dedo gordo del pie, le damos a Julio Espinosa Guerra otro galardón: el de los cinco tinteros llenos de tinta viva que hace ya algún tiempo desaparecieron de las críticas de este semanario. De tinta viva, porque sólo es eso lo que corre por las venas de nuestro poeta de hoy.

Julio Espinosa Guerra

 Editorial La Calabaza del Diablo, Santiago, 2008,

92 páginas, $5.800

Poesía

En: Revista de Libros de El Mercurio