Mara LondonPor María London

La poesía se murió. El Papa ya se está pudriendo en su tumba. El amor es más fuerte dijo, y la Camila se terminó casando con el príncipe Charles. Hubo que pagar millones de millones por el retraso de un día causado por los funerales vaticanales. La poesía se murió. Llegué de viaje a Chile y no se me remeció el alma como me sucedía antes. Antes, mucho antes, se podía soñar y creer, ahora sólo se cuenta y se descuenta, que mientras comía en el Giratorio del Panorámico, contemplando de una mirada plácida Santiago de arriba a abajo y de ancho a largo, con el vientre repleto de machas a la parmesana, congrio ensalsado y postres de castaña, mi amiga Luisa, que anduvo cesante y más triste que nunca, con esto que se le murió la madre vieja y enferma, pero querida como una santa, estaba feliz de haber encontrado por fin trabajo, ya que el trabajo dignifica. Dignifica no sé a quién, que la Luisa, desde el paradero no sé cuánto de la Gran Avenida, necesita dos horas y media para llegar a su trabajo, Colón arriba. Dos horas y media por la mañana – entra a trabajar a las doce para hacer aseo – y dos horas y media de vuelta, para regresar a pasadas la medianoche con el vientre casi vacío a dormir dignamente gracias a los ciento veinte mil pesos que gana al mes, porque es chilena, que a las peruanas les pagan sólo ochenta, y que por eso de la mundialización y de la libertad de circulación de los nuevos esclavos, quizás la Luisa pierda su trabajo. Tiene cincuenta y ocho años y va a ser bisabuela. Qué hermosura como ama a sus hijas y nietos, qué regalo de la vida tanto cariño, nunca he visto algo igual. La hija le guarda media zanahoria o una papa, para que algo coma. Con el sueldo de un mes, de su digno trabajo, quizás le alcance a Luisa para pagarnos un almuercito de domingo a nosotros cinco, para festejar con mi familia nuestro reencuentro. Lo digo por comparar, que la comida se me atraganta y me indigesta, pero no puedo ofender a mis padres, que son gente buena y honrada; no es pecado haber trabajado seriamente y tener jubilación correcta, la culpa no es de ellos, y quizás tampoco mía, aunque tan segura no estoy de nada. Tranquilita vivo en mis europas y, aunque quiera, no sé cómo cambiar el mundo y entonces más fácil es no hacer nada, no es dando una limosnita que arreglaré algo, lo sé, ganaré una sonrisa de agradecimiento y qué hipócrita me siento.

Que ya no se puede soñar, porque los sueños de los pobres terminan siempre en pesadillas, con fusiles de generales que se llenan los bolsillos, y como ya no les cabe más, reparten los dineros en cuentas ocultas en bancos de los gringos que los apoyaron en su sucio trabajo. Que ya no se necesita generales, les salen muy caros a las multi (nacionales), y ahora ya no vale la pena, porque igual hacen lo que quieren, el mundo entero les pertenece, amén. Que el Papa quizás era bueno, pero conocí a muchos que amaban al Papa y al General y que tenían, o tienen aún, fotos de uno y otro, colgadas en los muros, los dos santos preferidos de los chilenos de fines del XX y de principios del XXI.

Criminal resulta despertar sueños, pensar en la justicia resulta peor: los que pagan siempre son los mismos, viviendo más y más abajo, mientras los otros comen más y más arriba. ¡Y todo tan natural! Esto no tiene nada que ver con la poesía, pero es que no sé de dónde inventarla, y no sé si la poesía es cosa buena o peligrosa, que quizás sea subversiva, que mejor se quede allí donde está, muerta para siempre.

Santiago, 15 de abril 2005

María London es chilena, ingeniera matemática de la Universidad de Chile, actualmente jubilada. Desde hace años reside en Grenoble, Francia. Ha publicado los siguientes libros: El Hilo del Medio, Ril Editores, Chile, 2001, narrativa. (Francia 2003); El libro de Carmen, Ed. Forja, Chile, 2008, novela. (Francia 2007); Cuatro entraron al Paraíso, Ed. Forja, Chile, 2011, relato testimonial. (Francia 2012); Piedras Blancas, Ed. Forja, Chile, 2016, novela.

En la opinión del juez Juan Guzmán Tapia, Piedras Blancas “constituye un hito muy importante en la reconstrucción de la memoria del país en uno de sus períodos más dramáticos ». Acerca de la mismo libro, José Promis escribió: “un acierto indudable de la autora de Piedras Blancas es la forma enmarcada que ha otorgado al texto para cumplir sus propósitos narrativo”.