Por Domingo Hraste

Lucila Godoy Alcayaga, abandonada por su padre a temprana edad, tuvo que templar su carácter con los valores del  estoicismo. Eso fue sólo el principio: el rigor de la vida rural de una familia modesta de Montegrande; la severidad  de una Biblia que en vez de prodigar la dulzura de Dios era la promesa de un inminente y feroz castigo si le daba un poco  de largueza  a su cuerpo;  el fallido amor con Romelio Ureta, el suicida; la autopercepción  de su rostro poco agraciado y su ademán hombruno;  y otros más que detallan los biógrafos como Raúl Silva Castro o Roque Esteban Scarpa, tendrían que traducirse en una poesía  en donde el dolor sería la temática recurrente.

No hay caso más claro en  donde se aplica la idea de Taine que asume ineludible la coyuntura existencial del poeta y su contexto, para explicar su obra.

Carente de una educación sistemática vemos como su poesía varía según la influencia del autor que por casualidad llegó a sus manos en ese momento(porque son escasos los libros en el campo). La coincidencia de su proclividad a mostrar casi impúdica su sufrimiento ,con la lectura de un autor mediocre como Federico Mistral, en donde la sangre corre caudalosa y los desdenes de la amada levantan cuchillos, secan los ojos el tanto llanto y revientan las venas; resulta tan gravitante que asumirá el seudónimo de Gabriela Mistral; Mistral por Federico y Gabriela por la influencia de D’Anunzzio o el arcángel Gabriel. Luego se apacigua después de la lectura de Tagore y Kayam y vuelca su mirada sobre la Naturaleza, adentrándose y participando en ella de tal forma que muchos que la conocieron decían de su profesión budista u oriental más que cristiana y católica.

Luego son Darío y Nervo los que refuerzan la contemplación del entorno y descripción del mismo ,no alcanzando a contagiarle la musicalidad         y el artificio del Modernismo;, pero fijando el principio que la Mistral declara en el décimo de su decálogo: la Naturaleza como el sueño maravilloso de Dios.

De la condición de “maestra”, hay mucho paño que cortar, puesto que el único antecedente es el de la niña un poco más despierta que ayudaba a su profesora haciendo lo que hoy llamaríamos tutorías, con los menos dotados del curso. Luego unos escritos en el Diario Coquimbo y el Premio “Juegos Florales” con la fama que ello le trajo, la posicionaron como Directora y profesora de Castellano de un importante Liceo en Santiago; no sin las legítimas protestas de docentes titulados que cuestionaron agriamente el nombramiento. Gran salto este el de pasar de “Profesora de Higiene” a Directora y más tarde Embajadora en España y otros cargos diplomáticos posteriores. Momento importante el del premio a sus “Sonetos de la muerte”, que son el lamento por la muerte de Ureta; porque conoce a un integrante del jurado quien será el gran amor de su vida; como se advierte en las encendidas cartas a Manuel Magallanes Moure que nunca se tradujeron en una relación, por el miedo a la sexualidad que la Mistral deja entrever, o por el lesbianismo no completamente constatado por los estudiosos.

                       

Dolor, pasión y muerte acota su poesía en el monocromatismo del rojo de las “carnes abiertas”, los “cuajarones de sangre”, las heridas que florecen en el crepúsculo en los hendidos árboles,etc. Estos conceptos la asimilan a una condición mesiánica en donde su periplo sufriente por el mundo es un sino de expiación de los pecados del Hombre; le permiten una relación coloquial con Dios en un juego de increpaciones que la pasión provoca, interrogaciones estilísticas cuya respuesta es su autopercepción como la única que sufre y es capaz de soportar el sufrimiento, para troquelar el poema con la respuesta de Job:

“que así sea”: porque ese libro bíblico se transformará en la historia de su vida, y su moraleja, una exigencia que la Mistral creyó satisfacer.

Sobrevalorada su obra por un premio Nobel  que la valida hasta en sus más modestos escritos , sólo Silva Castro se atrevió a revelar la falta de vocabulario, el constructo defectuoso, la ausencia de estilo propio y otros negativos que sin duda son los más en la obra de la Mistral. Sin embargo, ninguno de sus detractores pudo negar la potencia de su verso, el impacto y el oyente temblando en el alma; porque el gran milagro o pecado de la poetisa consistió en mostrarnos la Naturaleza a través de los ojos de su ánimo, ya sea porque animiza el entorno para trabar diálogo con él o simplemente lo usa para mostrarnos su temple siempre sufriente, con una  intensidad poco común.

Ya dentro del lagar no puede no impregnarse del orín pegajoso del racimo y su poesía se le escapa en una intuición de lo que más tarde Neruda consolidaría como la solución del “retorno a las raíces”, en una intuición de lo sagrado que no es la capilla ni la lectura permanente de la Biblia sino un encuentro con el «logos» continente de Verdad. He aquí un ejemplo:

                        Tres árboles caídos.

                        quedaron a la orilla del sendero.

                        El leñador los olvidó, y conversan

                        apretados de amor como tres ciegos.

                        El sol de ocaso pone

                        Su sangre viva en los hendidos leños

                        ¡y se llevan los vientos la fragancia

                        de su costado abierto!

                        Uno, torcido tiende

                        su brazo inmenso y de follaje trémulo

                        Hacia otro, y sus heridas

                        como dos ojos son, llenos de ruego.

                        El leñador los olvidó. La noche

                        Vendrá. Estaré con ellos.

                        Recibiré en mi corazón sus mansas

                        resinas. Me serán como de fuego.

                        Y mudos y ceñidos,

                        nos halle el día en un montón de duelo.

Este trozo que pertenece a “Paisajes de la Patagonia”, se encuentra en el libro “Desolación”, en el capítulo referido a la Naturaleza. Por ello la lectura no debería exceder de un reconocimiento plástico o visual de un entorno particular: tres árboles talados vistos a la hora del crepúsculo, como una relación emotiva de tres personas caídas en desgracia. Mi lectura cree estar frente a Cristo y los dos ladrones. Cristo es el árbol que exuda la fragancia de su “costado abierto” por el lanzazo del centurión. El ladrón bueno es el que implora por el perdón y su brazo de follaje trémulo no es otra cosa que la petición “acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Visto así, el leñador es la Humanidad inconsciente de la barbarie cometida y que ha olvidado el sacrificio redentor; esto es, nos hemos olvidado del mensaje cristiano. Imposible es que la Mistral no ceda a la tentación de un protagonismo en el “estaré con ellos”, como un crucificado más que se ha inmolado por la Humanidad (deplorable vanidad, a mi juicio). Así, ella, Cristo y los ladrones esperarán el día del “montón de duelo”, que es, a mi entender, el del Juicio Final, en donde el Hombre pagará por su indiferencia y olvido.

Esta religiosidad o la mención permanente de Cristo, ha hecho pensar a algunos que la Mistral es una poetisa mística, como asegura fervientemente el crítico mejicano Eduardo Colín y más todavía, Francisco Donoso, chileno; quien cree ver en todos los poemas de la Mistral  un acento de plegaria. Sin embargo, si nos ceñimos a las particularizaciones que hace Menéndez y Pelayo  respecto del misticismo, la Mistral no se ajustaría a esas categorías que son: a)una efervescencia de la voluntad y del pensamiento dirigido únicamente a la unión con Dios.  Está muy claro que gran parte de su obra está dedicada al amor carnal , embozado o no asumido como tal: fuerte es la pasión por el empleado de ferrocarriles que, temeroso que se descubriera su desfalco, opta por suicidarse. A él le vaticina que “dormirán sobre la misma almohada”, aunque el pudor o el trauma disfrace este sentimiento con “te acostaré en la tierra con una dulcedumbre de madre…”. Ya hice mención de las cartas a Magallanes Moure en donde se lee: “Carta que nunca llegas…/ carta que se ama tanto…/ por ti se vive, hasta por ti se canta…”. Por otra parte muestra una desesperación por realizarse como madre, que vehiculiza en las rondas infantiles y en su oficio de maestra; puesto que, como ella misma declara que “no place al hombre tener cerca un cuerpo sereno en que la fiebre no prende…”Incapaz de asumir su sexualidad siquiera en la décima parte en que lo hacen sus coetáneas Storni, Ibarbourou, Agostini(que fueron mujeres orgullosas de su sexo), recurre a la adopción de un adolescente (Yin Yin) quien al cabo de tres años se suicida, como resultado de una vida desordenada y licenciosa.

No, no es cierto que haya en ella mansedumbre o un estoico silencio levado a la sublimación de una relación con Dios. No. Hay demasiada pasión humana. Me atrevería a decir :una pasión primaria que se manifiesta en los celos, en la frase desatinada que le costó su relevo como embajadora en España (los trató de colonialistas); en su menguada capacidad autocrítica en la práctica ,que se vio de manifiesto cuando virulenta,  rechazó las legítimas críticas de los profesores respecto de sus nombramientos docentes. Demasiado  humana; tanto que la pasión se desborda en un verso, luego el arrepentimiento, luego la pasión, la increpación a Dios, la aceptación, la rabia, etc.: todo en un poema.

Menéndez Pelayo agrega que, para ser un poeta místico es necesaria una “contemplación ahincada y honda de las cosas divinas…”. Tampoco encontramos esto en la Mistral. Lo primero, porque para que haya contemplación debe haber silencio, dejar un espacio para que las cosas nos hablen y nos digan de su sustancia. La Mistral no puede ver el árbol túrguido con sus hojas relucientes; ella ve el árbol mustio, que es el mismo, pero mediatizado por su temple de ánimo o su último sufrimiento.

Carente de formación sistemática, sobre todo de los clásicos ;la Mistral  no conoce del concepto griego de la “sofrosine”, que es el de filtrar el sufrimiento por medio de la razón para, finalmente , entregar belleza al lector y que de alguna manera hace exclamar a algún lector :¿qué derecho tiene esta Sra. al imponerme su sufrimiento, cuando con el mío tengo bastante? ¿ella cree que es la única que sufre?. Sin embargo, esa pasión descontrolada y primitiva es su capital, es lo que nos conmociona. Independientemente que en su soneto I de la muerte, repita varias veces la palabra “tierra” y afines como “polvo” o “espolvoreando” en una forma métrica de apenas catorce versos…; que invente la palabra “dulcedumbre”, a falta de vocablo; que no respete la métrica endecasílaba del soneto ni su rima encadenada,etc.  Alone, cauto y cobarde, advirtió  de algunos  “problemas” en la poesía de la Mistral, pero ya la fama de la poetisa la había vuelto intocable y peligrosa de criticar. Pero son esos sonetos los que la hicieron acreedora al Premio Juegos Florales, ante un jurado idóneo que no pudo no conmocionarse ante tanta fuerza expresiva  y verosimilitud  del discurso.

¿De dónde le viene esa fuerza?.. De un conflicto interior que es la eterna lucha entre materia y espíritu; algo así como ser el campo de batalla de la dialéctica. Al respecto, la Mistral es bien explícita: “No tengo sólo un ángel con ala estremecida…/ el que da el gozo y el que da la agonía…/ el de las alas tremolantes y el de las alas fijas…” (“Dos ángeles”):son la tesis y la antítesis que nunca lograrán resolverse en una síntesis; aunque ella diga, en el mismo poema: “sólo una vez volaron juntas sus alas enemigas…/ el día del amor, el de la epifanía…”. Idea que se repite en “La otra”: “Una en mí maté/ yo no la amaba…/. Conflicto nunca resuelto porque ya sabemos  que no fue ni madre ni monja; no fue esposa ni amante ni hizo votos de castidad, y al igual que Machado “amó cuanto los otros puedan tener de hospitalario”. Sólo que le faltó fortuna y algo de terapia.

Se equivocan los que piensan que la lectura de la Biblia, impuesta a sangre y fuego por su abuela, fue el derrotero de su vida. Más de alguno la coloca entre las filas católicas.

No fue así. Los que la conocieron supieron de su gran afición a los juegos de naipes y su asistencia regular a grupos de inspiración budista. De allí nos queda un legado importante: la visión de la naturaleza. Al principio fue burda y escandalosa copia de Tagore y Kayam:

Silva Castro se divierte malévolamente colocando frente a frente algunos poemas de la Mistral con los de los mencionados autores y entre ellos sólo media el papel calco. Baste el ejemplo de la vasija de barro que en los Rubaiyat se desarrolla del siguiente modo: el hombre muere, sus cenizas y la tierra son la argamasa para construir la vasija; por tanto en la vasija está contenida el alma de una persona,,, Más rudimentaria, la Mistral reconoce que la humanidad está hecha de la misma materia prima de los árboles, las aves, las rocas y, por tanto, la Cordillera es la “madre yacente y madre que anda…”. Este mismo sujeto será en Neruda  el “alfarero en tu greda derramado…”. Hay que reconocer, entonces, que esta visión “pan-teísta” (todo es dios) ya estaba en la Mistral antes que Neruda la tradujese en la solución de “retorno a las raíces”. Es un cambio y una ganancia pasar de la naturaleza decorativa del Modernismo, a una naturaleza que es potencia genesíaca y respecto de la cual no cabe otra relación que la religiosa (en el sentido prístino del concepto); la vuelta al rito, la sacralización del entorno, la reconciliación con el orden de la creación.; que no es otra cosa  que un redescubrirse en lo que realmente somos y una clarificación del sentido.