Por Lina Meruane

Sobre la burra el viejo se asoma, viene a echarme su mirada de hambre. Montado al revés de su bestia famélica se estaciona en la esquina, y dicen las taberneras que todo por mirarme. Aldonza, aúlla el viejo quiltro, Aldonza, sacudiendo las mechas como perro cautivo.

No soy yo ésa: me llamo Lorenza pero no se lo digo. Me agria la sangre que me hable sin apearse. Empuña un palo al que llama su lanza, y al acercar la punta al ruedo de mi falda le quedan las costillas al aire. Le va a dar la ciática al caballero si no le muestras las nalgas, me gritan las taberneras en la calle. En este ayuno nada importa: que no me hayan crecido tetas todavía, que todavía no sangre. Que todavía de noche me meta en la boca los dientes de leche, y los chupe y chupe, y alguno me trague. En mis encías rotas no engorda ni una muela. Las taberneras me lo advierten: ya le han visto la cara al hambre que arranca los dientes. (Dicen:) Miren qué mañosa es esta cabra (la del bigote). No te hagai la mosca muerta (la del tajo que le parte la frente). Se está haciendo (al resto) la tonta. Chúpale la plata cabra no seai lesa (la colilla del cigarro le cuelga). Y después te largai. (Y la otra:) Y te dejai de andar lavando sábanas ajenas. Las taberneras me juran que así como se ve, flaco y enclenque, el viejo carga su botella de leche. Dicen esto las taberneras y se dan de codazos. Las taberneras aplauden, las taberneras apuestan sus melenas sobre la mesa. Pero yo no le muestro las piernas. No me agacho a recoger las sábanas desmayadas en la vereda. Qué voy a mamar de ese pellejo. Yo lo que tengo es hambre. Hambre es lo único que poseo: hambre. Por un mendrugo blando, por esas uñas negras gusto a salame te chuparía sin asco hasta los huesos. Pero no le hablo. Me niego a conversarle, rotundamente a descubrirle el secreto de mis labios. Tapado por su bacinica el miserable masculla palabras que no entiendo. Palabras desvaídas que arranca de sus libros y lanza por los aires. Que se lleve sus ojos saltones, su lengua amarga, sus arengas de escupo. El viejo se deshace bajo el sol de la tarde, a lo lejos me parece que veo ubres derramando su leche de burra y carne. Ubres, y mi lengua babea sobre las sábanas sucias que cargo hacia la pileta en el medio del parque. Las sábanas se empapan. El hilo de agua se va llevando al sumidero las noches mugrientas, el ácido tufo del desagravio, los sesos derretidos, la tinta negra. Que no regrese el ingenioso a ojeame. Que cumpla su oferta, me digo, de andante, y se largue a pie por los caminos. Que me deje en prenda esa burra, que ya le exprimiré yo con mis encías las ubres y toda su sangre.

(Este cuento fue publicado en Micro-Quijotes, antología de micro cuentos dedicados a la novela de Cervantes. Thule Ediciones, Barcelona, 2005.)

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Lina Meruane (Santiago, Chile, 1970)

Es escritora, periodista cultural y candidata a doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Nueva York. Ha publicado el libro de cuentos Las Infantas (Chile 1998 y 2007) y las novelas Póstuma (2000, y traducida al portugués en 2001) y Cercada (Chile, 2000). En el 2004 recibió una beca de la Fundación Guggenheim para escribir Fruta Podrida, que acaba de obtener el Premio a la Mejor Novela Inédita del 2006 del Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes. Relatos suyos han aparecido en diversas antologías chilenas y las españolas Pequeñas Resistencias y MicroQuijotes, así como en revistas en español e inglés.