Por Rolando Rojo Redolés
El cuento tiene una larga tradición en mi país. Escuelas, movimientos y generaciones literarias lo han cultivado desde sus propias tendencias, normativas, y características.
Entra con pantalones largos a la escena literaria con Baldomero Lillo (1867-1923) y sus libros de cuentos Sub Terra y Sub Sole que entrañan una renovación del género, tanto en los motivos de inspiración como en la técnica, y con Federico Gana (1867-1926 ) y sus “Días de Campo”, cuentos que sin abandonar sus incursiones en el modernismo, se orientan definitivamente hacia el criollismo de motivos campesinos. Su aparición señala el punto de arranque de esa corriente tan fecunda en las letras chilenas. Continúan elevando el nivel de esta breve y difícil forma narrativa, Manuel Rojas, Mariano Latorre, Oscar Castro, María Luisa Bombal, Francisco Coloane, Fernando Alegría, Nicomedes Guzmán, Juan Godoy. Y más recientemente, la llamada Generación del 50 (nacidos entre 1920 y 1934) con José Donoso, Enrique Lafourcade, Jorge Edwards , Guillermo Blanco, Armando Cassigoli, Claudio Giaconni,, Enrique Lihn, José Miguel Varas, Alberto Heiremans, Margarita Aguirre, por mencionar a los más emblemáticos.
La llamada Generación de los Novísimos, que empiezan a publicar en la década de sesenta, lo cultiva entusiastamente y el cuento logra, con ellos, un reconocimiento nacional e internacional. Aquí se debe mencionar a Poli Délano, ganador del Premio Casa de las Américas (1973), el Premio Internacional de Cuento en México, 1980, y la mayoría de los premios literarios otorgados en mi país. Pertenecen a su generación, cuentistas de la talla de Fernando Jerez, Luis Domínguez, Cristian Huneeus, Ariel Dorfman y la figura emblemática de Antonio Skármeta, que en 1968, publica un conjunto de cuentos títulados “El Entusiasmo” que consagra una forma de narrar acezante, en lenguaje coloquial, de acciones rápidas, de gran intensidad verbal donde no se rehuye el lirismo ni el lenguaje coloquial. Los autores norteamericanos constituyen las lecturas favoritas de estos escritores nacidos entre 1935 y 1946. Hemingway, Faulkner, John Dos Passos, Erskine Caldwell, Jack Kerouac. De quienes, Délano dice: “Ellos me enseñaron que el lenguaje no tenía por qué ser engominado, impostado. Que de alguna manera se podía escribir con la fluidez y sencillez con que se habla, que no había necesidad, en un texto, de usar la retórica y que lo fundamental era contar”. La mayoría de estos escritores tienen una sólida formación universitaria, títulos y grados. Son profesores universitarios a diferencia de las generaciones precedentes más autodidactas y bohemios. José Promis, un estudioso de nuestra literatura, los califica como la Generación de la desacralización, cuya propuesta es el “entusiasmo”. Dice Promis: “Se pretendía fundar un discurso narrativo basado en la voluntad de colocar la literatura al servicio de la representación de la épica cotidiana donde reapareciera la confianza en las capacidades individuales y colectivas para instalarse triunfalmente en el mundo y constituir una sociedad mejor”. Veamos un párrafo de “El Ciclista del San Cristóbal” de Antonio Skarmeta : “… Y de un encumbramiento que me venía desde las plantas, llenando de sangre linda, bulliciosa, caliente, los muslos y las caderas, el pecho y la nuca, la frente de un coronamiento, de una agresión de mi cuerpo a Dios, de un curso irresistible, sentí que la cuesta aflojaba un segundo y abrí los ojos y se los aguanté al sol, y entonces sí las llantas se desprendieron humosas y chirriantes, las cadenas cantaron, el manubrio se fue volando como una cabeza de pájaro, agudo contra el cielo, y los rayos de la rueda hacían al sol mil pedazos y los tiraban por todas partes, y entonces oí, ¡oí, Dios mío! A la gente avivándome sobre camionetas, a los muchachitos que chillaban al borde de la curva del descenso, al altoparlante dando las ubicaciones de los cinco primeros puestos…”
La dictadura militar, en 1973, interrumpe dramáticamente esta propuesta optimista que se oponía a lo que Promis llama la narrativa del “escepticismo” de la generación anterior. Es decir, la del 50, caracterizada por: “Configurar un narrador inseguro, precario, limitado y herido existencialmente. Seres que extendían la mirada desde su propia debilidad vital y para quienes los órdenes imperantes se tornaban laberínticos, arbitrarios, dolorosos y absurdos”. Son obras que transmiten un mensaje de desesperanza. Enrique Lafourcade, uno de los antologadores y fundadores de esta Generación ha dicho de ella que es: “Una generación individualista y hermética que pretende realizar una literatura de élite, egregia. Que pretenden concebir la literatura por la literatura, por lo que ella misma significa como hecho estético, desentendiéndose de llamados, mensajes y reivindicaciones. Es una generación culturalmente más amplia que las anteriores. Su formación ha sido sistemática. Conocen de literatura tanto como de filosofía e historia. Es -dice el antologador- una generación abierta, sensible e inteligente. Todos los que la integran conocen a fondo la literatura contemporánea y la problemática fundamental de esa literatura. También es una generación “antirrevolucionaria”. Su beligerancia consiste en realizar a conciencia las posibilidades de su obra creadora. No escriben para combatir, negar, afirmar algo en el orden social o histórico. Comprometidos con su oficio, cada uno de estos escritores se desentiende de todo aquello que vulnere su actividad.” De “Ana María”, de José Donoso, una muestra: “…”Pero mañana, cuando su mujer ya no existiera, iría a despedirse de la niñita. Después nada importaba. Quizás lo mejor fuera irse a algún sitio desierto, a un cerro, por ejemplo, y esperar la noche para morir. Estaba seguro de que con solo encorvarse en el suelo y desearlo, la muerte vendría. A la mañana siguiente tomó el último pedazo de pan y caminó más lentamente que nunca hasta el jardín de Ana María. Era domingo. La gente que en los parques se refugiaba a la sombra de los árboles no lo miraba, porque era como si ya no existiera…”
Por esas cosas afortunadas que a veces ocurren en la educación, los que estudiamos hace ya varias décadas, pudimos, a través de los textos de estudio, conocer, admirar y querer lo más representativo de los cuentos chilenos como: “El Vaso de Leche” de Manuel Rojas, “La Compuerta Número 12” o “El Chiflón del Diablo” de Baldomero Lillo, “El ärbol” de María Luisa Bombal, “Paulita” de Federico Gana, “Cazadores de focas” de Francisco Coloane, “Adiós a Ruibarbo” de Guillermo Blanco.
¿Y qué ocurrió con la literatura en los largos diecisiete años de la Dictadura Militar en mi país?
En primer lugar, el efecto traumático de una represión feroz que se instala desde el primer momento del golpe de Estado, desde el ataque y bombardeo a la Casa de Gobierno, desde la quema de libros en las calles, desde la muerte del Presidente Constitucional, Salvador Allende. Muchos artistas y escritores van a dar a los campos de concentración. A la Isla Dawson, el poeta Aristóteles España, a la Isla Quiriquina, Floridor Pérez. A Chacabuco, un campo de concentración enclavado en el pleno desierto de Atacama y donde pasé un año, llegan Jorge Montealegre, Franklín Quevedo, Alberto Gamboa, Angel Parra, Rolando Carrasco, Santiago Cavieres, Eugenio García, Rafael Salas, además de decenas de periodistas, profesores y músicos.
Algunos, como Víctor Jara, tienen menos suerte y son asesinados en los primeros días del golpe.
Gran parte de la intelectualidad que había apoyado al Gobierno Popular, parte al exilio. Se van centenares. Entre otros, Poli Délano, Ariel Dorfman, Skarmeta, Coppola, José Miguel Varas, Volodia Teitelboim (el Golpe lo sorprende en el extranjero) Fernando Alegría, Isabel Allende, Carlos Cerda, Claudio Giaconi, Patricio Manns, Fernando Quilodrán, Carlos Droguett, Naín Nómez, Gonzalo Rojas, Armando Uribe, Hernán Miranda y muchos, muchísimos más.
Entre los que se quedan en el país, algunos adhieren al régimen de Pinochet como el escritor José Luis Rosasco, Fernando Emmerich, Enrique Campos Menéndez, Germán Becker, y otros. Para ellos se abren las páginas de “El Mercurio”. Hay reconocimientos públicos. Pueden publicar sin problemas y ocupan posiciones que nunca antes habían tenido. Otros que son opositores y que por diversas razones no abandonan el país, como Fernando Jerez, Carlos Olivárez, Ramiro Rivas y Francisco Rivas, no publican y viven casi clandestinamente. Jerez logra publicar diez años después su novela “Un Día con su Excelencia” cuando se había derogado la Ley de Censura. Con dicha Ley, ningún opositor al régimen se atrevía a presentar un libro, porque sabía que lo iban a censurar y, era muy probable, que le ocurrieran cosas peores. Jerez dice: “Nos quedamos en Chile por diversas razones, pero fue como si no existiéramos. No podíamos aparecer en ningún lado, porque no había un lugar para nosotros. Ni siquiera la Sociedad de Escritores de Chile que era la entidad más representativa, pero dirigida por una directiva conciliadora, para que el régimen no terminara con ella. No teníamos ninguna posibilidad de publicar ni de participar en ninguna aventura cultural. Señala, además, que en su primera aparición pública, una escritora amiga, lo abrazó con lágrimas en los ojos a la vez que le susurraba, “Volviste, Fernando, volviste”. Jerez nunca había abandonado el país.
En este cuadro de represión, censura, miedo y cesantía, surge un grupo de escritores jóvenes, nacidos en la década del cincuenta que se agrupan en talleres literarios, que se juntan en recitales y lecturas públicas, que fundan revistas, que crean “La Unión de Escritores Jóvenes” UEJ (1976-1979),. “La Agrupación Cultural Universitaria” ACU (1977-1981), “El Colectivo de Escritores Jóvenes” CEJ (1982-1985)
Al quedar sin maestros, guías ni la presencia de los mayores de la Generación anterior, se forman literariamente en lecturas ávidas y omnívoras donde se mezclan los rusos clásicos con el boom latinoamericano, la novela negra y la novela de ciencia ficción. Lo sorprendente es que parten escribiendo bien. Con un manejo eficiente del idioma y un conocimiento maduro de las técnicas narrativas. Su actitud hacia la literatura es seria, profesional y consciente en la búsqueda de la perfección formal. La mayoría estaba en la adolescencia o saliendo de ella, cuando presenciaron las quemas de libros en las calles, las persecuciones, las delaciones y las torturas. Aunque esta situación histórica no los determina unívocamente en sus expresiones literarias. Los modos con que reflejan la realidad son múltiples. Esta pluralidad- como ellos mismos señalan- configura una considerable cantidad de tendencias narrativas, con grandes diferencias de temas, estilos y lenguajes que vienen a enriquecer el panorama de la literatura. Los críticos coinciden en la heterogeneidad de esta generación que emplea un lenguaje que va desde el estilo directo y punzante hasta el lenguaje poético y alegórico. Recogen vivencias testimoniales o las transforman a un lenguaje encubierto en parábolas que permita burlar la censura.
En 1986, aún en dictadura, dos integrantes de esta joven generación, Ramón Díaz Eterovic (1956) y Diego Muñoz Valenzuela (1956) publican la antología “Contando el Cuento” en la Editorial “Sinfronteras”. El objetivo: “Presentar una muestra del trabajo cuentístico de los narradores pertenecientes a aquella generación que comenzó a escribir regularmente después del golpe militar de 1973” Ella reúne 34 cuentos de diecisiete autores nacidos entre 1948 y 1960.
Seis años más tarde, los mismos escritores publican “Andar con Cuentos”, que se amplía a 36 cuentistas, incorporando, esta vez, a escritores residentes en el extranjero y en provincias. Estos dos textos dan certificado de nacimiento a la llamada Generación del 80 o NN, “ligada a su circunstancia y construida bajo vigilancia y acoso, a contrapelo con la historia oficial, que vivió y vive el dolor del cambio, el ocultamiento y la represión, la vuelta de tuerca que borró violentamente un proyecto social para instalar otro absolutamente opuesto y excluyente”. Como señalara Josefina Muñoz en la presentación de “Contando el Cuento”
En 1977, el Centro Cultural de España impulsó un Seminario llamado Nueva Narrativa Chilena donde un conjunto de críticos, escritores, editores, profesores universitarios, y gerentes de editoriales, discutieron, polemizaron y analizaron las características de estos escritores para “Buscar sus conexiones. Situarlos en el contexto mayor de la literatura nacional y ver si se puede afirmar esto que el renacimiento de la narrativa es un hecho, no ya de la causa, sino de la historia literaria nacional”, como señalara Carlos Olivárez, uno de los organizadores.
La crítica les ha sido favorable. Selena Millares y Alberto Madrid en “Cuadernos Hispanoamericanos” señalan: “Es una narrativa de gran calidad, sustentada por una poética de la sugerencia, lo cual permite lidiar con la censura. Destacan la forma autobiográfica que se presenta desde el monólogo, el soliloquio y el murmullo. Distinguen dos líneas temáticas. Una de orden existencial, ligada al desencanto y otra testimonial de denuncia implícita y concluyen con que es una narrativa desgarrada por la nostalgia donde no hay tonos épicos que canten gestas colectivas. Ignacio Valente, el Crítico de “El Mercurio” señala como rasgos dominantes de esta narrativa, la tendencia de los lenguajes variados, polimorfos y divergentes. De Diego Muñoz “Estás cayendo” “…Caes y llevas puesto un pañuelo que cubre la mitad de tu rostro, sal bajo los ojos y alrededor de la boca, succionas el limón para amortiguar el efecto de los gases lacrimógenos, las bombas caen por todas partes del liceo tomado; arrojas piedras casi a ciegas desde el techo del tercer piso, al lado de tus compañeros estás combatiendo, con rabia tremenda, la rabia que te hace arder cuando recuerdas el callejón oscuro que te obligaron a cruzar en la micro de los carabineros, aún sientes los puñetazos y las patadas bestiales del Grupo Móvil sobre tus pocos años; entonces ya no sientes el ardor en los ojos ni el gas que te ahoga y arrojas con furia las piedras que vuelan hacia el blanco… “…Los tanques se desplazan por la ciudad con su lenguaje de fuego y muerte. Los aviones de guerra bombardean el palacio presidencial. Tú, junto a los demás, esperando en un sótano las armas y los soldados patriotas que nunca llegarán…”
Pero dentro de la Generación del 80 aparece en 1982, una Segunda Imagen Generacional iluminada por la presencia de un guía literario. Un maestro que se reintegra al país y abre un taller literario: José Donoso. El escritor Marco Antonio de la Parra fija esta segunda imagen en un artículo de prensa. La llama Generación Emergente y pone como antecedente central, el Taller de José Donoso y el cultivo de la novela. Propone como rasgos característicos: el retorno a la narración bien hecha, el desprestigio de la experimentación formal, la vuelta al argumento y el descrédito del escritor maldito. “Fuera de boga toda idea de novela demasiado comprometida y de la separación entre géneros nobles y espúreos”. Señala que: “bebemos poco, vamos al supermercado, giramos cheques y nos gusta que nos quieran” “Escribir bien nos parece un trabajo fascinante, pero antes que nada, un trabajo” No tenemos manifiesto alguno y nuestras ideas políticas difieren alegremente. En este grupo se incluye a Gonzalo Contreras (1958), Jaime Collyer (1955), Carlos Franz (1959) Marco Antonio de la Parra (1952) Arturo Fontaine (1952), Carlos Iturra (1956), entre otros.
Esta Segunda Imagen Generacional se distingue de la original por reconocer un maestro, privilegiar la novela y proponer un nuevo papel social del escritor ligado a un mercado editorial que les resulta propicio. La actividad literaria se desvincula del ámbito cultural público de orden disidente, centrando la discusión sobre la creación de la obra artística. Arturo Fontaine, en un artículo para “Pagina 12” de Buenos Aires, perfila de un modo nítido el carácter de esta generación Emergente: “El experimentalismo está en franca retirada y se han ido aflojando los mecanismos de represión del gozo en la ficción” “Todos queremos contar buenas historias.
Hacia 1992, estos nuevos narradores tienen notoriedad editorial gracias a Planeta a través de su serie Biblioteca Sur.
A pesar de privilegiar la novela, paradojalmente, en este grupo se da uno de los más logrados cuentistas de la Generación, Jaime Collyer con su elogiado libro “Gente al Acecho”. De “Ultima Cena” de Jaime Collyer. “Había sido, años atrás, miembro activo de la iglesia anabaptista de Amsterdam, un dato que justificaba por sí solo, su historia y sus tribulaciones: una tragedia en cualquier caso menor, de variantes gastronómicas y religiosas. Se había apartado de la iglesia y los Evangelios por temor, la misma razón por la que otros perseveran. Nos relató su aventura entre complacido e inquieto, en algún simposium de etnología al que asistimos Laura y yo, sin conocerlo. Se apellidaba Van der Haag, era delgado, rubio, fibroso, bien parecido. Tendría treinta y cinco años, llevaba espejuelos y evidenciaba, ya entonces, amplia entrada en la frente…Se había diplomado a temprana edad en antropología y teoría lingüística en Lovaina. Hablaba perfectamente el español, algo de italiano y también algo de alemán…”
Los cortes generacionales no terminan aquí. Aparece en escena un grupo más joven, cuya figura principal es Alberto Fuguet (1964) Se conforma así una Tercera Imagen Generacional. La llamada Generación X de gran figuración en los medios. Su discurso se proyecta en un suplemento del diario “El Mercurio” llamado “Zona de Contacto” y sus postulados aparecen en el prólogo del libro “Cuentos con Walkman”. Publicación coordinada por Fuguet y Sergio Gómez. Estos cuentos “No son under, ni vanguardistas, ni marginados. Son cuentos de consumo. Dan ganas de leerlos. Son historias cercanas, rápidas, digeribles, entretenidas”. Según los antologadores. Sus autores- confiesan- “Criados por la cultura de la imagen, saben más de rock y de videos que de literatura. Pero eso no significa que sean del todo incultos. Manejan otro tipo de información y devoran eso que se ha tendido en llamar cultura pop”. “lo único claro de esta supuesta nueva generación es que viene después de las otras. Después del Golpe, de la caída. Son post todo: post modernos, post yuppie, post comunismo, post capa de ozono”
Después de esta antología de cuentos chilenos, Fuguet y Gómez publican una antología de cuentos hispanoamericanos: “Mc Ondo” con diecisiete relatos de escritores nacidos en los años sesenta en diez países, incluido España. El título es un juego de palabras que alude a la oposición entre lo urbano y lo rural y al carácter híbrido de la sociedad latinoamericana. De “Pelando a Rocío” de Alberto Fuguet: “La Rocío en esa época viajaba a cada rato, onda todos los veranos. Su viejo era dueño de una empresa importadora y traía tragos, chocolates, equipos de música. Tenían cualquier plata. Bueno, en esa época todos teníamos. Así que siempre traía cualquier cantidad de cosas de Estados Unidos, cuestiones que aún no llegaban a Chile, revistas, cuadernos con la Farrah Fawcett en la portada, cigarrillos. Era el tiempo de la Donna Summer, los Bee Gees, se comproban todos los álbumes de moda, “Gracias a Dios que es viernes; Grease”, y ropa súper taquillera para ir a bailar onda disco. Como ella tiene ene ropa, me prestaba y salíamos a bailar. Nos veíamos el descueve, dejábamos la tendalada…”
Integrarían esta Tercera Imagen Generacional: Alberto Fuguet (1964) Sergio Gómez (1962) Tito Matamala (1963), Mauricio Electorat (1960), René Arcos Levi y Andrea Maturana., entre otros.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…