"Firmamento y olas", poemas de José Paredes

Firmamento y Olas, poemas de José Paredes, Ed. El Juglar, Agosto 2008, 141 pp

Otros libros de poemas del autor: Autos de Fe, La separación de los amantes, Viaja a Ithaca.

La gente se sorprenderá cuando vea mis poemas

alzarse mientras yo desciendo a mi tumba.

Isaac ben Jalfón (España, Córdoba 960-1030)

1

Un fragmento, sí.

Un árbol abierto en brazos paralelos.

Ventana traslúcida, la del ahora

y la anterior.

Voz de negro que ilumina.

Afuera el sol, adentro la luz

— lumbre y albur — que viene de lejos,

de otros puertos y otras llegadas,

de otras partidas y misterios,

de otros martirios y magisterios.

Su voz no es la suya; es las otras,

las de ayer, las de hace un instante

que estuvo, que pertenece, que ya no es.

Desde su resonancia de alfa y omegao Aleph

llega el relámpago a la pequeña nave

donde aprenden a leer los navegantes

de otros cielos, de otras pasturas y esferas,

los de las estrellas fugaces

— tan fugaces como una muerte temprana —

las coordenadas del tiempo y el espacio,

la velocidad de la luz,

que va a la par del pensamiento

en expansión

como el universo o las galaxias,

o la sabiduría de lo humano

más allá de la luz y su oscuro.

Éstos sabían al pie de la letra, o de la leche

de aurora, que también eran forasteros,

mas en otra arena, en otro paisaje.

Por eso medían el tiempo en el Libro

que les fue revelado en un lejano ayer,

o presente, el que algún día llegará a puerto:

es el sueño o la quimera que aún persigue

al pensador, al que sueña, a la poeta herida.

Las categorías en el Libro de Horas

estaban enunciadas en letras divinas:

eran las palabras del Dios que se hacían verbo

o poema, historia rediviva a través de su voz

de medium o de oráculo moderno y arcano

o un Tiresias de estas modernas edades.

Las palabras y su evidencia son las que acompañan

— son el son, el sóngoro cosongo

y no descuidan al Maestre de aqueste barco

que camina desde hará tanto con su proa

hermosa rompiendo el horizonte incierto,

dirigiendo el Arca de sus Libros

a través de mares, penumbras y desafíos,

con maestría de naviero insigne.

2

Tiempos felices y de horas duras;

de cilicio y recompensa; de rezos

y paz o pastoral de carne intranquila,

que perdura con su aciago.

Otro atravesar de aguas es aquel pasado

en expansión constante, desde el ayer,

más allá del ojo que otea desde lo alto y la sima,

que anuncia la palabra, su ardor y su silencio.

La visión de Ella es Carmen sublime y terrenal,

y placer de templos, para salvarse de la espina

que la arde y la parte y la conjura,

del naufragio y el aleluya,

del martirio y su incógnita.

No desesperes por la pérdida de los libros,

Yo Soy El Libro, le murmuró al oído y le hizo caso:

se hundió más en su carne,

en el placer de su misterio.

3

Desde ese instante o eclosión,

anduvo de claustro en claustro,

rodando y en rondas, buscando

al cuerpo Santo y el ardido:

la hostia era la carnalidad

por la que tentaban en las horas

del reposo y en lo súbito

de acusarse a los vicarios

que velaban por las leyes,

por el horno y la fragua

o el nido de las feligreses

para que no extravíen el camino

y pierdan el tesoro y los secretos

del tajo sublime y el Credo,

para que no hubiera desamor,

la impureza del asalto,

el quiebre de la memoria.

 4

La luz de una mañana amable

rompe el vidrio, su límite

y su infinito memorable

y agrega más encanto al cautivo

aroma de la rosa

y a las pupilas gosozas

y alertas, prestas a surcar

melgas, olas, páramos y lejanías.

La luz cayendo a la mesa

antigua abre e ilumina

a las mentes prestas a saltar

al vacío o a la plenitud de la ola.

Cual aurora, o aureola,

sobre las tablas,

el saber

es ley inevitable.

Las palabras revolotean

sobre las cabezas,

y dominan:

son el conocimiento,

su luz y su inminente.

5

Se llevaron el oro

— el arte y la memoria,

el metal precioso que hablaba —

y nos dejaron las palabras.

Vida y sepultura,

renacimiento, verbo y magisterio

son las estalactitas en el pliego,

en el papiro, en el amate,

en el papel de arroz

o en las pieles que hablan

de lo que estuvo

de lo que perece

de tierras baldías

de pasturas olvidadas.

Rústicas y preciosas:

perlas de perfección

y memorial de ínsulas estelares,

las palabras.

Con ellas llegamos de lejos

y atravesamos mares y lo incognoscible,

por más de cuarenta incendios.

Los libros de arena son las perlas

de perfección que vuelven a estar vivos

después de los variados viajes

hacia el firmamento y su mar áspera y voluble;

hacia los glaciares inmarcesibles:

el conocimiento y su derrota.

6

El orgasmo era la cercanía con Dios.

Para eso fue el rezo místico, o mítico.

Para poseerlo y liberarse

en su inmaterialidad que no dejaba culpa,

que no hacía cárcel y libertaba a la llaga,

que transformaba a la sangre en algo vibrante.

Los pies relajados de la Santa dan testimonio

de las pasiones, o posesiones divinas:

el placer de poseer el estro de su dedo.

Su savia era la salvación,

la manera de llegar a poseer su sabiduría

que estaba detrás de los altares

y bajo sus faldas,

o en sus idas al monte o a la ladera,

a pacer bajo las sábanas de la noche

en los tiempos del estío

o bajo la sombra de lo amado

desde el primer silencio.

7

La mística tenía otro sentir o gemir

en aquellos años de nebulosas

y el despertar.

Los cuerpos movíanse

alrededor de sí mismos:

eran el epicentro

del conocimiento, del placer y su riego

y a la vez cosmo o estrellas o astros

de el ser y la nada.

Un existencial sin timón, éramos

un embrujo, un ritual de la especie

predispuesta para crear y aventurarse

más allá del equinoccio,

del océano, del horizonte y su sinfín.

Parto, llanto, extrañamiento y sangre,

la felicidad de ser unánimes, somos.

Firmamento y olas y travesías,

cántico y estravagarios, fuimos

en las marejadas, buscándole sentido

a la lágrima y su incógnita reflejada

en el cosmos y su incierto.

Somos vía y final,

la solución y su fotograma,

la síntesis que viaja dispersa

hacia el ser, su albur y la nada.

Somos existencia sin retorno,

sin eternidad, pero sí perplejos.

Llegamos, germinamos

y volvemos al polvo celeste.

No hay más:

música del silencio,

o el ruido del silencio,

seremos.

Balbuceo. Habla. Enigma.

Rezo. Erial. Rastro. Paradoja.

Firmamento y olas.

8

El Maestro enseña a leer la arena,

y señala la ruta y el arte de amar

y del morir, que son y no son

el mismo son o puerto,

según sus coordenadas marinas,

y las existenciales.

Las amapolas son puro cuento,

decir piadoso, para ocultar

el verdadero llamado de la mística:

la verdad de la carne y su dominio.

Sin esa verdad, señala incierto,

no puede haber espíritu, ni trances,

porque materia somos, siempre listos

para un polvo y para el polvo,

mas no para el polvo enamorado.

9

En aquellos tiempos míticos

no andaban con rodeos las beatas

en sus amores y arrebatos que tenían

con Dios y con los bárbaros o entre ellas.

Ansiaban la llegada de los místicos

para hacerse presas de sus fuegos.

Sus ardores estaban lejos del pecado

original, porque se dejaban llevar

por el animal y por la conciencia

de ser almas para el amar y la muerte.

Pensaron ese acertijo sin pasado

conocido antes que el gran negador

escribiera en el humo su plegaria

que libertó al hombre de las amarras

divinas dejándolo en la intemperie

del firmamento y olas y su complejo

cuando oscureció su presencia de Sol

al negarle el hálito divino al profetizar

sin solemnidad al bajar de la montaña:

Dios ha muerto.

10

Las palabras, que son perlas,

aquel tiempo, aquellas horas

de papel piedra, por medio

del Maestre que guía su aula

como ninguno, vuelven a estar

vivas, retoman — desde su voz

de Alfa, Omega y Aleph —

el camino de una perfección

que tal vez no perdieron a pesar

de tantos ritos y olas y brevajes.

Han sobrevivido y no, en las cuevas,

después de las idas y venidas;

de las travesías en el desierto

y en los océanos humanos y sus redes.

De estar en los odres que siguen

madurando ideas antiguas

y venideras, místicas ypaganas,

las bendecidas y las malditas.

Ora pro nobis.

Arre y arreboles.