Macedonia Ediciones, Buenos Aires, Argentina, 2015, 76 pp.
Por Diego Muñoz Valenzuela
Fabián Vique es profesor de Lengua y Literatura, editor y -sobre todo- escritor, un tremendo escritor en el terreno de la microficción. Desde 2008 al frente de Macedonia Ediciones -la editorial argentina más importante del género brevísimo- ha hecho una labor extraordinaria de difusión y sensibilización, mucho más allá de las fronteras de Argentina, haciendo gala de auto ironía y modestia (en el último Congreso Internacional de Neuquén describió a Macedonia, su propia creación, como “dispositivo contracultural”).
Considerando la tradición argentina del género, con autores tan relevantes como Ana María Shua, Raúl Brasca y Luisa Valenzuela en plena producción, y una pléyade de autores muy activos y talentosos, no es fácil destacar. No obstante, Vique ha creado una impronta claramente identificable, donde confluyen el humor (especialmente el negro, pero no de manera única), lo fantástico (ya sea invadiendo la cotidianidad, enrareciendo conceptualmente la realidad, o alejándose de forma radical de ella), así como también recurriendo a un minimalismo de considerable belleza.
Fabián Vique ha publicado dos libros del género: La vida misma y otras minificciones (2007), y Variaciones sobre el sueño de Chuang Tzu (2009). Ha obtenido varios premios con sus microficciones. Resalta lo notable de su lúcida opinión sobre el tema en una entrevista en la Internacional Microcuentista: “La recomendación que les daría a quienes participen en concursos es que, si no ganan, no se desmoralicen ni piensen que son genios incomprendidos. Y si ganan: que festejen con champagne y que no se crean nada. En cualquier caso, no pasa nada y hay que seguir laburando. Siempre hay que seguir laburando. La escritura no es como el deporte donde si perdés bajás de categoría y si ganás te llevás la Copa Libertadores”.
El primer texto incluido en esta reseña de alguna manera nos recuerda a Borges abordando a la entelequia del gaucho desde el poder absoluto y divino, con toda la potencia de la filosofía. Vique agrega con maestría el sarcasmo a la historia, cerrando con un minimalismo que la engrandece.
Señal
Abrumado por la caída del precio de los granos en Chicago y por el tiempo que roe, don Rudecindo Michel Anchorena Azcuénaga abrió la tranquera, miró hacia el cielo e imploró:
-Dios, si realmente existes, te ruego me envíes una señal clara e indubitable.
Un rayo cayó sobre la humanidad de don Rudecindo y lo pulverizó.
Los chacareros amigos organizaron el velorio. Compartieron expresiones de sorpresa por la muerte del hombre al que algunos, pocas horas antes, lo habían visto rebosante de salud y proyectos de vida.
Se habló de los problemas con la cosecha de girasol, de las próximas elecciones legislativas, de los caprichos del Destino, del reparto de la fortuna del finado. Avanzada la noche llegó lo mejor: relatos, anécdotas y chistes sobre gauchos caídos en desgracia.
La segunda minificción escogida es de corte fantástico, pues humaniza un pez, convirtiéndolo en sujeto de una suerte de fábula moderna. Su existencia es un tránsito por la ciudad de Buenos Aires donde vive auge y decadencia, en un símil de nuestra historia personal o colectiva. Con gran precisión y destreza Fabián Vique hace sus trazos narrativos, y nos deja la incógnita profunda de la trascendencia superior que habita los subterráneos de la trama.
El pez porteño
Nació en el Río de la Plata, a metros del aeroparque metropolitano. Dos semanas después salió a la superficie ante la mirada atónita de los pescadores. Con las aletas anteriores los saludó y con las posteriores caminó, al principio con dificultad y luego con aire arrabalero. La respiración, a estas alturas, no presentaba inconvenientes. Conoció las torres de Retiro, la Recoleta; vio el firmamento en el cielo y en el planetario, donde, además, tocó un meteorito. Conoció la calle Corrientes y el obelisco. En San Telmo bailó un tango. Derramó una lágrima sobre las aguas contaminadas del Riachuelo. Apoyado en una pared de Caminito, blasfemó. Allí, ya sin vida, lo encontró un barrendero y lo metió en una bolsa negra. Hoy se descompone en un vertedero de la Provincia de Buenos Aires.
En la tercera microficción, el autor sintetiza con ironía y especial agudeza la historia de un escritor prototípico. En breves líneas, con excelente humor, ironiza con las coincidencias y lugares comunes en la fragua de una persona destinada por el destino o el Olimpo al oficio de la escritura. Al final, el sarcasmo sin contemplaciones.
Biografía general
Todos los escritores nacieron en las afueras de una pequeña ciudad. Su infancia estuvo signada por la pobreza, la magia y la tragedia. Sus padres murieron en circunstancias penosas. Criados por los abuelos, tuvieron dificultades en los estudios y trabajaron en oscuras oficinas, en hojalaterías y en librerías de viejo. Fundaron revistas y fueron ávidos lectores de Faulkner, Joyce, Borges y Dostoievsky. A los veintidós años viajaron a Europa, donde conocieron a Celine, Picasso, Ernst y Bretón. Escribieron novelas, cuentos, ensayos, crónicas y poemas. Sus primeros textos fueron rechazados por las mismas editoriales que años después se sacarían los ojos por publicar sus obras completas. Se casaron algunas veces. Recibieron premios. Pasaron los últimos años entre el olvido y el desconocimiento. Murieron una tarde de otoño, rodeados de unos pocos parientes.
“Big brother is watching you” nos advierte el último texto de esta selección, que poco y nada tiene ya de futurismo en esta era donde la hiper información habita el globo: la Big Data que elabora expedientes acuciosos que dan cuenta de nuestras preferencias como consumidores, ya que de ciudadanos -en el sentido de la revolución francesa- poco nos va quedando. Golpe maestro al final.
Vigilados
Una cámara te apunta al levantarte. Una máquina graba todos tus movimientos, todas tus conversaciones, todos tus silencios. Vayas a donde vayas un ojo electrónico te sigue. Tus palabras, tus gestos, tus pensamientos están registrados en un archivo.
Hay miles de millones de archivos. El tuyo no le interesa a nadie.
La narrativa hiper breve de Fabián Vique revela a un autor muy crítico y consciente de las veleidades del mundo que nos rodea. Desconfía de las formalidades, penetra las capas de significado, ironiza desde un rol de iconoclasta, y ejerce su labor narrativa con esa aparente simpleza que revela auténtica maestría en el oficio. Esperamos sus nuevas contribuciones muy pronto, a sabiendas de su alta calidad. Y también de su generosa labor como editor en Macedonia, un pilar importante para la microficción hispanoamericana.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…