Otra vuelta de tuerca, Henry James

Miguel de Loyola

La pluma refinada de Henry James (1843-1916), configura en Otra vuelta de tuerca una historia inquietante, capaz de poner los pelos de punta al lector, quien una vez informado de los pormenores de la historia, se verá en la necesidad imperiosa de llegar hasta el final del relato. Se trata, sin duda, de una obra maestra. De una obra genial, y como tal, se agota en sí misma, al decir de Heidegger. Tal vez sea la más perfecta creación de este autor de nacionalidad norteamericana, pero de alma profundamente inglesa.  

Una joven institutriz  es contratada para hacerse cargo de la educación de dos niños confinados en la mansión de su tutor, ubicada en una localidad lejos de la ciudad  llamada Bly.  A juicio del ama de llaves de la mansión (la señora Grose), la profesora anterior ha mellado la moralidad de ambos niños ( Miles y Flora), y la nueva –a quien fantasía no le falta- interpretará y reordenará en su cerebro los supuestos acontecimientos vividos por los niños en manos de la señorita Jessel , la ex institutriz y el señor Quint, su amante, y a quienes verá con sus propios ojos, a pesar de estar ambos muertos.

La historia alcanza momentos de gran fantasía fantasmal, estimulada por la intriga y el suspenso creado magistralmente por el narrador. Sin embargo, se trata de una novela que lejos de ser una historia de suspenso banal propiamente tal, como muchos han catalogado las obras de Henry James, dado su origen y sus temas vinculados a la clase alta, en Otra vuelta de tuerca, como en la mayoría de sus obras,aborda de manera muy particular la psicología de sus personajes, desde la conciencia de la institutriz hasta el alma insospechada de los niños, con la delicadeza y sabiduría del psicólogo para indagar los reticulados más sombríos y sórdidos del alma humana, transformando el relato en literatura, y muy por encima de una novela de fantasmas, como algunos livianamente sostienen.

La supuesta perversidad atribuida a la ex institutriz y su posible amante, conjuntamente con sus perturbadoras apariciones, quedará sutilmente cuestionada, sumida en la duda y en la incertidumbre. La obra hace referencia directa con aquella concepción de Nietzsche de la verdad: “no hay hechos, hay interpretaciones.”

Destaca en la obra la calidad de la prosa, el juego de palabras y sobre todo el manejo magistral del narrador. Materia en que sin duda Henry James era un maestro, no en vano sabemos, fue el discípulo mas sobresaliente del taller literario de Flaubert. Un formalista a quien  en Chile, recordemos, José Donoso recomendaba a sus alumnos leer.