Largo ViajePor Claudio Aguilera

Al ser un género híbrido, cercano a la literatura y a las artes visuales, sin llegar a ser ninguno de ellos, pero siempre relacionado con ambos, el libro ilustrado tiene una vitalidad y una plasticidad que le permite cuestionar en cada momento sus propios límites, estrategias y discursos.

Una de esas fronteras es la del público. Durante mucho tiempo se ha dicho, y se sigue diciendo, que el libro ilustrado es un formato exclusivamente dirigido al público infantil, lo que trae consigo dos nefastos supuestos: que los textos de un libro ilustrado deben ser piezas literarias menores y que toda obra ilustrada es necesariamente para niños.

Por fortuna en el último tiempo ese límite se está moviendo. Percibo en la creación reciente de libros ilustrados algunas obras que buscan escapar del corsé impuesto por el mercado y algunos sobreprotectores mediadores de la lectura, y que ante todo tienen la ambición de constituirse simplemente como libros que pueden ser, como todos los libros, leídos en distintos momentos vitales y sin que su formato cierre sus posibles lecturas.

En el libro que presentamos hoy siento esa ambición. Por fortuna y a diferencia de otros escritores, Diego Muñoz no se impuso la tarea de escribir para niños. O al menos no lo hizo creyendo, erradamente, que escribir para niños significa despojar a la prosa de su profundidad, eliminar sus ambigüedades y transformar lo que debería ser un espacio para la aventura y el encuentro, en un anodino, edulcorado y confortable parque temático.

Por el contrario, creo que lo que hizo Diego, y la que hace especial a este libro, es hacer lo que mejor sabe hacer: esbozar historias intrigantes, cargadas de imágenes y misterio, que dejan al lector atrapado en una inquietante Dimensión desconocida, para hacer una referencia cinematográfica. Referencia que no es para nada antojadiza porque al recorrer estas páginas lo que hacemos es justamente ir adentrándonos en un territorio que se rige por reglas propias y desconocidas, donde como en la serie, “todo es posible”, o como dice el mismo texto es su inicio es “…un mundo parecido al nuestro, aunque también muy distinto…”

Ese ambiente lyncheano, para seguir con el cine, que lleva al desosiego, que incita a una sensación de extrañeza no está tan alejado del mundo infantil. Pensemos en los amigos imaginarios, en los cuentos clásicos de hadas o en obras como Alicia en el país de las maravillas, los cuentos de Wilde, Peter Pan, Charlie y la fábrica de chocolates, Donde habitan los monstruos, y Los viajes de Gulliver. Qué más inquietante que enfrentarse a una reina de naipe, conocer a un príncipe que se arranca los ojos y a una golondrina que muere de frío, vivir en un mundo en el que estás condenado a no crecer, ser devorado por ardillas, irse de la casa para ser rey de los monstruos o llegar a un mundo de caballos.

Libros que hoy son leídos por niños, pero probablemente ninguna editorial para niños se atrevería a publicar actualmente, pero que más que ser aventuras infantiles nos hablan de la experiencia de ser niño y de dejar de ser niño, vivencia que como este libro resulta ser un largo, extraño y a veces doloroso viaje.

Virginia Herrera se hace parte de esta sensación. Como pocos ilustradores chilenos, posee una increíble capacidad para construir cada plano, para tensionar las escenas con perspectivas originales que parecen inspiradas más en cineastas como Miyazaki que en otros libros ilustrados.  Al ver sus imágenes, sentimos que algo va a pasar, porque algo que no vemos acecha, se esconde y nos obliga a imaginar lo que viene, pero nunca sucede en el papel.

Hablando de la obra de Virginia, la cual he seguido con atención y admiración durante los últimos años, tengo una teoría.

Pero no me pidan que la compruebe, porque no responde a ninguna metodología científica. Incluso puede ser que alguien ya la haya dicho antes, dicen que no hay nada nuevo bajo el sol.

Creo, quiero creer, que hay ilustraciones de aire, de fuego, de agua y de tierra.

Supongo que no hay que ser muy imaginativo para agregar algunos adjetivos a cada una de estas categorías.

Así las ilustraciones de aire son etéreas y livianas, las de fuego son intensas y apasionadas, las de agua fluyen con vitalidad y constancias, mientras que las de tierra profundas y duraderas.

No me pidan ejemplos, que cada uno saque sus propias conclusiones, ya que ni yo me voy a ganar el Nobel por esta teoría ni ustedes son de la academia sueca.

Pero sí les diré que para mí las ilustraciones de Virginia Herrera son de tierra. Desde ese magnífico hallazgo que fue Bobú, pasando por el maravilloso y sonoro Cuento de Canto hasta llegar a este Largo Viaje que hoy presentamos, en cada uno de sus trabajos la naturaleza se despliega en el esplendor de sus tonalidades, deja de ser escenario para transforme en protagonista, un personaje silencioso que sin pretender robarse la película es el centro de las miradas.

Para llevarnos hacia esa tierra, hacia ese mundo natural que describe Virginia con tanta soltura, no necesita dibujar cada árbol, flor o nube, a ella le bastan algunas pinceladas ligeras para lograr traernos la esencia de las cosas. Porque ella no ilustra la naturaleza, ilustra una idea de la naturaleza lo que hace que sus dibujos sean aún más potentes y logren hacerse significativos y conectar con las experiencias personales, con ese pedacito de naturaleza que lleva guardado cada uno de nosotros.

Que quede claro, Virginia Herrera no es una ilustradora botánica, porque lo que ella describe es ante todo un paisaje interior, un mundo personal que a medida que va sumando libros se va enriqueciendo con nuevos personajes, nuevos colores y perspectivas.

Es su tierra la que nos pinta Virginia, un lugar en el que el tiempo tiene su propia cadencia, en el que el silencio nos permite escuchar el viento entre las hojas, el zumbido de los insectos en el atardecer, los juegos de los pequeños animales que siempre habitan sus bosques.

Vuelvo al inicio de este viaje: Diego y Virginia no han hecho un libro ilustrado, no han hecho un libro para niños, han hecho un libro donde cada uno ha puesto lo que mejor sabe hacer. Pero tal como en esta obra y todo largo viaje, este un viaje hacia el encuentro de uno mismo: y al escribir e ilustrar lejos de lo que se supone un libro para niños o un libro ilustrado han logrado una obra que TAMBIÉN es un libro para niños y un libro ilustrado, una obra que se funda y no traiciona la esencia de la literatura ni de las artes visuales, pero que se planta desafiante en la intersección de ambas aspirando a ser nueva y atrevida, y por lo tanto fundamental.