Poemas de Ramón Gil

Ramón Gil

Nacido en A Coruña, España, en 1964. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Salamanca. Profesor de Filosofía en el IES Monte Neme (Carballo – A Coruña). Actualmente, asesor de Sistemas Informáticos en la Consellería de Educación, Xunta de Galicia.

Colaborador en prensa escrita, Diario El Ideal Gallego, en la sección de comunicación durante el año 1992. Autor de uno de los textos seleccionados para del catálogo de la exposición “Plantando Libros”. AGPI –Asociación Galega de Profesionais da Ilustración- con motivo del VII Salón del Libro Infantil y Juvenil de Pontevedra (2007).

 

Metamorfosis

En el desierto hecho de huellas que sueñan los despiertos,

haber nacido no obliga.

 

El sol tiene la anchura de un pie de hombre.

Una cadena de trigo madura su codicia.

 

Resta la despedida, la huida

adonde una sombra desunida

hace colección paciente de certezas:

más vale ciento que uno,

uno solo, uno,

dos veces en una sola piedra,

una piedra, una.

 

Nadie comprende lo que significan las palabras

“es verdad, morirás”.

 

Un será reciente da relieve,

alcanza, sin querer, a quedarse

con dolor, con inmenso dolor, con amor propio.

 

Se alza lo que cesa, los párpados, la duda.

Es la distancia que hay que recorrer,

pero haber nacido sólo

no obliga.

 

 

Entrecruzados (dos poemas)

 

El tiempo de los sueños

He soñado con una mujer esbelta. Había luz, besos.

Aquella mujer disfrazada de hombre pensaba en un niño.

En un puerto del Norte el niño miraba los barcos.

En sus manos guardaba el cadáver de una alondra.

La mujer me miró. No tenía labios.

El niño se asustó. Las alas quebradas de la alondra se levantaban.

 

Es anterior al sueño

Nadie puede dudar que las agujas tienen un solo cuello,

que la ceniza madura y duele en nuestra frente

y despierta a la altura de los ojos

con unos ojos de la misma altura.

Nadie puede dudar que hay llaves que no tienen puertas,

que dos labios ajenos son dos labios,

que una lágrima es materia.

Un niño juega y gana y vuelve a la entrada,

y pierde y vuelve, intacto, a la salida.

Un niño -aquel niño-

sueña con las alas de una alondra.

 

 

Dos poemas

 

Un Dios sin Homero

Es el tiempo en el que cocino mis últimas habas,

el tiempo de la tarde en esta tierra de la tarde.

Sé que no volveré a ver las rosas que cultiva Europa,

ni volveré a Delos donde yo prohibí morir.

La menta que siembro trae la noche.

Mi suerte será la misma de Aquiles.

Mi verdad la que sabe Midas.

Mi memoria la de Ulises cuando no era Ulises.

 

Las lenguas del azar mendigan mi nombre.

Me abro el vientre,

contra mí mi alma es insaciable.

 

 Un Dios de Homero

Camino solo. Mi hambre es sola.

Mi metamorfosis, mi tejido, las órbitas

que teje el azar, nada

me es grato. Igual que tú seré nada.

Viajo en el fuego

o soy pupila de tigre sólo para saber quien soy.

Me disfrazo de lluvia y canto himnos

y me abandono en una tierra sin sol ni movimiento.

Y me arrepiento y duelo y destino

mi sombra a perseguir un nombre,

el tuyo.

 

 

Miradas (dos poemas)

 1.

Siendo huésped que yo amé

sin duda, simultáneamente en mucho y en nada,

siendo válido hasta lo humano

y de tristeza única.

 

Siendo, inexplicable, el mundo

haciéndonos,

huella en el presente y breve nostalgia

futuro.

 

Siendo sin límites en la codicia, sin cura

ni hacer la cuenta, ni razones a partes iguales.

 

Siendo sin detalles, sin metáforas

ni sobrenada, sin afanes

que heredan cada treinta días su salario,

su barniz, su fátiga, su corazón tan grande.

 

Siendo la misma, despertada,

engordada luz y una rabia que nos construye rápido.

 

Siendo al pesar los pesares, la mirada oblicua,

la herida en la que aprendemos

ayer

regularmente.

 

Siendo inútiles las súplicas y la verdad

en este instante.

 

2.

Las multitudes que me nombran,

la tristeza que me adorna,

las demostraciones de la existencia de Dios,

los átomos, la mecánica que da paz a nuestra sangre,

lo imposible que mantiene nuestra gana

o lo idéntico que nos falta.

La felicidad que amante observas.

Hasta aquí, desheredado, seduce sólo la mentira

como la risa cuando la sueñas,

como la infancia que se inventa,

y nada nos doliese menos

que saber que si la memoria es exacta al olvido

ninguna vida nos alcanza.

 

 

keith holmesEn: Textos ocasionales.

 

Ilustración: Mooring ring, de Keith Holmes.