Por José Promis

En malos pasos, de Ramiro Rivas R.

Algunos de nuestros narradores actuales sienten una indudable atracción para describir los ambientes más sórdidos o marginalizados de nuestra realidad contemporánea desde los lenguajes característicos de tales espacios, que podríamos llamar periféricos por su relación con centros donde se acumula el poder del dinero y sus secuelas, educación, bienestar y consecuentemente «buen gusto».

Se ha producido así una literatura de bajos fondos que persigue alterar la comodidad del apoltronado lector tanto con la violencia de sus imágenes como con la agresividad lingüística de sus discursos. Si bien es cierto que tales intereses no eran desconocidos en nuestra literatura, pensemos en ejemplos de nuestra antigua narrativa de conventillos, sorprende la violencia que en ocasiones tienden a adquirir hoy estas representaciones, violencia que pone en jaque los conceptos de mal y buen gusto literario y asimismo trasluce una actitud muy diferente al espíritu combativo que exhibía el realismo social del pasado.

Los cuentos que Ramiro Rivas ha reunido en el volumen En malos pasos constituyen un ilustrativo ejemplo de esta narrativa de la desilusión: ambientes de oscura agresividad, personajes que se mueven como marionetas o por funestos designios, actitudes de violencia gratuita, remordimientos por antiguas deserciones, descritos por narradores cuyo lenguaje revela un temple de ánimo desengañado y exhausto, incapaces o desinteresados por mostrar otra cosa que no sean escorzos de conductas, gestos aislados que al no conducir a ningún desarrollo funcionan sólo como un flash que ilumina sorpresivamente episodios sórdidos de la realidad. Varios cuentos se desarrollan en ambientes prostibularios; otros, en piezas de pensiones baratas, en hoteles de dudosa reputación o en bares de mala muerte donde asisten los parias, los abatidos o los desesperanzados. Cuando los espacios no definen la sordidez de los comportamientos, son las acciones de los personajes o los recuerdos de episodios ya vividos los que enturbian la atmósfera. Cuentos que escapan a estas categorías contribuyen de otra manera a crear el mundo de oscuras traiciones y engaños que domina el volumen. «Mi señor y mi verdugo» está relatado por Juan de Jaramillo, el capitán de Hernán Cortés que recibió a la Malinche como regalo cuando la muchacha dejó de ser útil a los propósitos del conquistador. En «Pecador y testigo», Fray Juan García de Vargas es testigo y relator de las felonías cometidas por los Pizarro con Diego de Almagro, y el «asesinato» de Roberto Arlt es relatado por el responsable nacido de las mismas palabras de aquel («Rigoletto»).

Si, como a veces se ha afirmado, entre otras cosas la literatura sirve para balancear los desequilibrios de la realidad, los relatos de En malos pasos serían un excelente mentís. En ellos encontramos mayoritariamente imágenes repudiables, la sordidez de oscuros engaños, traiciones, castraciones y homicidios. Sin embargo, sus escenas se apoderan de nuestro interés no por la violencia de los comportamientos que encierran, sino por las cualidades literarias de su composición. La brevedad de cada texto, por ejemplo, contribuye notoriamente a aumentar la intensidad que de por sí tienen los episodios, o el carácter sorpresivo de sus desenlaces. Existe asimismo una adecuada correspondencia con la actitud de las voces narrativas encargadas de comunicarlos. Aunque todas pertenecen a individuos periféricos que relatan hechos inscritos en los márgenes de la normalidad, y cuyo temple de ánimo varía de manera ostensible según sea su condición de partícipe, de testigo o de observador, su compromiso con los episodios es tan intenso que por momentos son capaces de otorgar a su lenguaje un ritmo musical apropiado a la violencia de lo que cuentan, como sucede, por ejemplo, con el ritmo tropical que exhibe el relato «Quintrala caribeña», o el ritmo evocador de los versos compadritos de Edmundo Rivero en «Cuento malevo» o «No era tiempo de boleros».

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En malos pasos

Ramiro Rivas

Bravo y Allende, Santiago, 2009.

123 páginas.

Cuentos.

En: Revista de Libros de El Mercurio.