Por Gonzalo Robles Fantini

Esta segunda edición de “Lacrimal”, con ilustraciones y por Editorial Trizadura, se compone de una selección de 15 poemas de la primera versión del poemario de Tamara Orellana. El presente libro constituye una delicada muestra de poesía amorosa y erótica, de estilo enunciativo gótico y elegante, donde el deseo emerge tan impuro como en pugna, objeto de encuentro y desencuentro, y su consumación es a la vez idealizada y remota.

 

La visión del erotismo es contaminada, el deseo se torna culposo: “Tómala,/ eres libre./ Pero está maldita” (Belleza). Esta sensación de impureza en el amor marca una pauta en el poemario: “Pero no me pidas el corazón.// Prometo hacerte infeliz,/ porque sólo en la infelicidad/ puede amarse correctamente” (Prometo, propongo).

Se evidencia un miedo a la intimidad en las operaciones lingüísticas del texto, mediante el recurso del desplazamiento: “Acordamos tácitamente/ movernos al ritmo de la ambigüedad,/ dirigirnos la palabra sin mencionarnos,/ respondernos sin nombrarnos.” (Ambigüedad). Y la desconfianza en el lenguaje es justamente el desenlace que determina la solución: “y te daré a probar dos reservados favores:/ te silenciaré/ con uno de mis dedos sellando tus labios/ y levantaré mis ojos/ hacia ti”.

El deseo entra en pugna y se resiste a consumar: “Entre tu piel y yo / la tela infinita de mi guante” (Guante). Y el proceso amoroso es un misterio en sus raíces: “Ahora tenemos todos los cómo / y ningún por qué” (Nuclear). Hay un sentimiento funerario respecto al amor, un duelo patente: “Y yo sigo aquí / al borde / de estas ruinas heladas” (Poniente).

La intensidad de la pasión amorosa constituye, en el poemario, un serio riesgo, como lo expresa el poema “La amenaza del sol”. Sin embargo, el ansia del deseo surge por momentos, fiel a la identidad del sujeto poético: “Bebe de mí, / esta noche no puedo ser más / yo misma” (Bebe de mí); o en una nostalgia cercana a la saudade: “Me duele en todo tu ausencia, / en todo me duele tu inexistencia. / Y tardas tanto, tanto…” (Cánticos de neblina).

El duelo amoroso también se manifiesta por la pérdida del ser amado: “Ultrajo tu memoria con estas pasiones vanas, / me engaño a mí misma / y te traiciono a ti” (Arrebato). Surgen imágenes del amanecer y el ocaso, en oposición, como obstáculo para el amor: “Tú me aguardas desde la mañana,/ mientras que es en el crepúsculo/ donde yo me abandono a evocarte./ Es una noche y un día/ lo que nos separa” (Amaneceres).

Tamara se refiere a un desencuentro, a un coexistir con el ser amado en otro lugar o escenario, objeto de deseo ausente y cuya ontología se construye por el propio anhelo: “Hermoso mío/ desde mi vereda yo te seguiré besando/ en la ilusión infinitamente verídica,/ infinitamente compasiva de mi imaginación”. (Lluvia sobre la ciudad); incluso con un deseo hacia un ser aún inexistente (Luz: dulce agonía).

El poemario culmina con el deseo purificado en la tristeza (“Lloro lágrimas de encaje”), e implica una disolución de los límites corporales para adquirir el tono inmaculado: “Voy tomando el imperio del blanco,/ me envuelvo en un velo nival,/ y aguardo extinguirme/ entre la niebla” (Éxodo de niel). Hay un sentido de dejar huella en la transfiguración en la niebla, tanto por su pureza alba como por su estado vaporoso. Niel es un labrado en piedras preciosas, que en este poema es representada como el curso de éxodo, y en el poema Labrado de lágrimas también alude a la evasión en virtud de la metamorfosis en otra materia: “Me confío a la complicidad del alba/ y sus neblinas/ para ocultar mi extravío por el bosque”.