Claudio Magris, Otro mar

Por Miguel de Loyola

Claudio Magris escribe acerca de lo cual sabe y domina, el mundo del conocimiento. La geografía, la lingüística, la filología. Los personajes de Otro mar, no son individuos comunes y corrientes, hombres masas, seres marginales, drogadictos, alcohólicos, los prototipos clásicos de la narrativa actual, no, en lo absoluto.

Los personajes responden a otros estereotipos, tal vez ignorados por la novela actual, por ignorancia de los escritores para encarnizar héroes culturalmente más sofisticados,  o bien por el desinterés de la Industria Editorial por dar a conocer libros de este tipo. Los personajes de Magris son  profesores, académicos, seres que arrastran siglos de cultura en sus mentes, seres que dominan la esfera del conocimiento, que discurren, filosofan, pero aún así, tan débiles y abandonados como los otros, acaso por falta de compromiso intelectual por alguna causa concreta. La decepción, la falta de fe, los abandona, y el nihilismo hace su obra.

Otro mar, cuenta la historia de Enrico Mreule, joven profesor, brillante filólogo, lingüista, poliglota. Habla y escribe en griego, latín, alemán o dialecto, quien repentinamente decide abandonar su mundo de origen para librarse del servicio militar. No porque estuviera en completo desacuerdo con la milicia, por el contrario, está de acuerdo con la existencia del ejército y la policía “para mantener en su sitio a la canalla”. Sólo por su aversión a los uniformes y las botas, en 1909 se embarca en el Columbia con destino al extremo sur del mundo, a la Patagonia Argentina. A Enrico le gusta pasar el día descalzo, sin obligaciones, sin recibir órdenes, libre de todo compromiso. Allí pasará un tiempo criando animales, abandonado a la soledad más absoluta de la pampa, pero sin dejar de discurrir mentalmente sobre su pasado, sus amigos, sus estudios, sus libros, para regresar al cabo de un tiempo, en 1922, al reencuentro  con su ciudad de origen.

La narración permite al lector tomar conocimiento de la realidad cultural del centro de Europa. Un punto radicalmente distinto, donde la mescolanza  étnica y cultural es bastante más confusa para cualquiera que pertenezca a otro lugar del mundo. Allí las lenguas, la confusión de dialectos, dan origen a un universo todavía más complejo y desconocido. El cual, gracias a la apertura mundial a un pluralismo cultural apoyado en el imperio de la técnica, comenzamos recién a conocer. Mucho se habla, se dice y se escribe acerca de los países vinculados por la conquista con América, a la llamada vieja Europa, pero poco  o nada sabemos del pueblo y países de la llamada centro Europa. Punto neurálgico, y escenario principal del saber durante el siglo XX. Recordemos, sin más: la mayoría de los grandes filósofos del siglo XX provienen de allí, de las riberas o cercanías del Danubio.

La estructura gramatical de Claudio Magris puede resultar críptica para el lector acostumbrado al fraseo continuo y encabalgado de la novela actual. Las ideas no discurren en sus estrechas páginas al estilo conocido, precisamente, porque entramos a Otro mar, a una literatura que nos aleja de lo clásico y popular, y nos interna a un lenguaje y a una forma que obliga a releer, a repensar las frases, remitiéndonos al estilo propio de las lenguas clásicas, como el griego, y, naturalmente, el alemán. Sobre este mismo punto el narrador acota: “el griego y el alemán, los dos idiomas indispensables, tal vez los únicos con los que podemos preguntar donde nacen y desaparecen las cosas. Con el italiano es diferente, esa no es la lengua para nombrar las cosas, para contemplarlas al tiempo que nos quedamos atónitos con su luz o con su vacío, sino la lengua de la dilación y de la conciliación con lo insostenible, buena para divagar y para confundir un poco el destino a fuerza de cháchara. La lengua de la vida, en suma, y por tanto conciliadora e insolvente como él, todo lo más un traje como es debido.”

Mientras Enrico vive aislado en la Patagonia, el lector se familiariza con su mundo anterior, con su pasado en Gorizia, junto a su grupo de amigos. Un trío de intelectuales inseparables, con quienes Enrico ha pasado no sólo su juventud, sino también parte de su niñez. Entre ellos, Carlo parece ser el líder, el más admirado, el escritor que ha publicado artículos y libros con cierta resonancia, y el único que termina ejerciendo como profesor. El recuerdo de esa relación, está imbricado por pensamientos y reflexiones que denotan la calidad de pensadores de estos nuevos héroes novelescos. Las cuales, por cierto, encuentran eco en el lector: “no hay que quejarse, cualquier deseo destruye al verdadero ser y hay que librarse de la vana fe en el yo.  La muerte sólo mata a ésta, es decir a  nadie, partir es morir un poco, osea nada. ( …)  Enrico ha copiado a lápiz una frase escrita cuando tenía dieciséis años: la libertad está en la nada. Cualquier saber es retórica, y enseñarlo aún peor.”

 El regreso repentino de Enrico desde la Patagonia a Gorizia, lo enfrentará a una nueva realidad. La desaparición de sus amigos y conocidos, lo devolverá a la soledad patagónica, pero ahora en su propia tierra. La realidad política y social ha cambiado, vendrá la guerra, llegará el fascismo, el nazismo, habrá persecución implacable de los judíos. Es decir, la convulsión social será muy grande allí, al centro de Europa. No obstante, Enrico, desencantado de todo, no empuñará fusiles, ni adherirá las nuevas ideologías, persistirá en su escepticismo,  en su adherencia budista, en su manía de pasar descalzo la mayor parte del tiempo posible, en no engendrar hijos, ni comprometerse por amor con alguna mujer en particular, salvo por asuntos meramente sexuales que parecen prescindibles. No obstante, sus sentencias son radicales:  “si todos, hasta un ignorante que no sabe griego, nos creemos con derecho a decir lo que nos parece, estamos frescos.”

La novela carece de un decurso lineal. El personaje extrae más del pasado que del presente. Enrico se aísla en una propiedad de cuatro hectáreas que ha comprado después de dejar las clases en el seminario donde fuera acogido tras su llegada de la Patagonia. Sus pensamientos no apuntan la realidad existencial, sino más bien rondan en torno a las materias que domina. “Mythos significa relato, pero los mitos callan. De lejos creemos oír su voz que narra historias fabulosas, pero a medida que nos acercamos esa voz se apaga, quizá sólo era el viento que pasaba entre las piedras antiguas y ahora también ese viento ha muerto. Quienes charlan son los filólogos que glosan esas historias perdidas y esos silencios. El comentario del mito es la novela de su inexistencia, adornada con cantidad de chácharas. Exceptuando a Tolstoi, a Enrico no le gustan las novelas, puro cotilleo bueno para amenizar una mesa, pero no para escribir, y tampoco para leer. ”

Entre sus tesoros personales, Enrico guarda una carta que ha recibido de Tolstoi, después de escribirle con intenciones de pertenecer a la comunidad tolstiana. En ella el escritor ruso le pide al modo bíblico que regale sus bienes a los pobres para seguirlo. Enrico no está de acuerdo, por el contrario, lo critica por haber regalado los bienes de su mujer y no los suyos propios.  No ve ninguna solución ni grandeza en ese gesto. “Mejor Chopenhauer, que estaba atento a la bolsa y a la mesa.” Su crítica al comunismo es clara:  “De todos modos el comunismo acabará mal, incluso en Rusia, donde además debe ser una pesadilla, todas estas estupideces de sociedad y colectividad, no son más que una cofradía de malvados, un sueño del cual debemos despertar. Cualquier fe es sólo un sueño, una pesadilla del futuro.”

Sus pensamientos vacilan, pero también arremete con frases rotundas: “que tiene que ver la felicidad con las palabras, no es posible negarla ni proclamarla.” “las palabras solo pueden repetir otras palabras, no la vida. La suya además es incolora como el agua, pero de vez en cuando es justo ser sociable.”

Enrico personifica en cierto modo el nihilismo nietzscheano. “Así es la vida, su mutación, rica en golpes de escena, que tanto gusta a lo poetas, a los cantores del mito y la metamorfosis. Enrico cierra los ojos, le gustaría ir más allá de la percepción del mundo, como Buda; estar despierto quiere decir esto, dormir.” Repasa las opiniones de Carlo con las que parece de acuerdo: “pero la civilización es la historia de los hombres incapaces de vivir persuadidos, que construyen la enorme muralla de la retórica, la organización social del saber y del hacer para ocultarse a sí mismos la visión y la conciencia de su vacío.”

Otro mar, es una novela extraña, compleja, pero imperdible.

Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Enero 2010