-Mire joven, lo que más tiene que andar mirando aquí usted, claro que con discreción, porque a los clientes no les gusta verlos así como pacos, muy encima de ellos,  es a los ancianitos, esos que parecen medio voladitos incluso, porque ¿sabe usted? Aquí son los que más roban.

-No me diga.

-Sí pues. Y no hay que tenerles compasión a esos viejos ladrones. Oiga y pueden ser hombres o mujeres ah?

– En serio, viejitas también?

-Claro que no roban mucho, pero lo que pasa es que esto es como el cuento del hormiguero, pasó una hormiguita y sacó un quesito, pasó otra y sacó otro quesito, pasó otra y se llevó una crema, un poquito de carne molida, qué sé yo, son robos chicos me entiende, pero que a la larga para esta cadena son pérdidas mi-llo-na-rias, Delgado, ¡millonarias!

-Así que ahora, a trabajar, y que no lo vean débil ni me lo engrupan.

Delgado, moreno, de crines paradas y mirada que quiere parecer muy atenta pero servicial a  la vez, se para en el pasillo de los quesos. No sabe muy bien si sonreir, mal que mal es su primer día, y se siente buenmozo con su uniforme nuevo, o si parecer adusto y serio. Debería ser una mezcla como le dijo el supervisor de vigilancia, pero qué difícil era parecer esa mezcolanza de dos personalidades. Opta por sonreir a ratos, tipo joven servicial  y en otros momentos mirar un punto fijo entre  las oficinas de los jefes y los reclamos. Pero después de media hora ya no aguanta el cansancio de estar tan tieso. Su uniforme le aprieta un poco el estómago y siente que necesita respirar, reirse, sentarse…

Entremedio ve pasar a una reponedora joven que le sonrie, con otra mayor más robusta y más alta que lo saluda:

-Usted es el nuevo guardia, bienvenido.

-José Delgado para servirlas damas.

-Uy qué atento. Ya pues, hasta luego.

José Delgado se pasea pues así le duelen menos los pies a las dos horas de estar parado. Hay que aguantar dos horas más hasta el rato del almuerzo y después cuatro horas de un paragüazo. Pero sabe que hoy tiene que parecer un guardia perfecto, quién sabe si después lo contratan de fijo.

-¿Está nervioso en su primer día?

Delgado da un respingo. No le gusta tanta familiaridad con sus pensamientos profundos porque está en su rato de seriedad, así que contesta marcialmente, casi sin mirar a la joven reponedora de las colonias.

-Para nada., señorita…

-Celia Ramos…

– No señorita Celia, además  no me ha tocado nada sospechoso hasta el momento.

-Puff son más astutos oiga. Roban en las narices de uno mire.

-¿Y es cierto que los ancianos son los que más tienen dedos largos?

-Sí. Me da una pena verlos, apenas compran fideos, pan, azúcar…usté los ve una o dos veces por  semana por acá y de repente les brillan los ojitos, se quedan, usté sabe, haciéndoseles agua la boca con un queso crema por ejemplo, o un jamón rico, y ya ni les importan las cámaras ni nada a algunos, ni se dan cuenta que los pueden pillar. Pobres.

-Bueno sí, pero son robos que a la larga, son importantes para la empresa, y robar es un delito y un pecado pues señorita …-Delgado carraspea un poco incómodo con la conversación que le hace quedar un poco descentrado, se balancea de un pie al otro, se arregla la corbata.- Son ladrones nomás. Viejos, pero ladrones al fin de cuentas, señorita…

-Celia. Sí bueno, es su trabajo, yo le digo no más lo que uno ve y siente a veces…

-Si fuera uno tan sentimental…se acabarían los supermercados señorita.

– A lo mejor, quién sabe…en fin, no lo interrumpo más. -Celia Ramos se arregla un poco un moño hecho con una traba celeste. Tiene una mirada de niña traviesa esta Celia-. Hasta luego.

-Hasta luego, señorita Celia.

Delgado se dispone a iniciar una ronda por su  sector favorito, el de detergentes. Algunos le parecen olores agradables, como el de la cera o los fósforos o los  perfumados para las  lavadoras…Olores que le recuerdan la casa de su tía Herminia cuando él, su hermano y su madre vivían allí, en la pieza del fondo y su mamá hacía el lavado en la pieza de guardar. La tía Herminia tenía manía por la higiene, y el parquet del corredor o el living brillaban por las mañanas… claro que tenía que tener limpia la casa porque como  daba pensión… A ellos no les cobraba nada  eso sí, sólo las cuentas. Era tan linda la tía con sus ojitos celestitos y su delantal de flores rosadas. Delgado se sonríe solo, recórdandola cuando aparecía con un” trencito” y se lo ponía en la cabeza.

Delgado lucha contra el entumecimiento de los pies y el aburrimiento a ratos que lo hace aparecer desmañado, lo sabe. Abre bien los ojos y respira.

Entonces la ve. Una viejecilla que camina apenas equilibrándose, titubeando y mirando disimuladamente hacia los lados, de perfil parecida a …no, imposible, imposible. La vieja fresca, agarrando un jamón de pavo, no, ¡dos!, metiéndoselos a los bolsillos. Qué sinvergüenza.

¿Qué hacer?

“-Señora…Señora…si me disculpa, me parece que usted se acaba de echar dos jamones  de pavo al bolsillo de su abrigo. ¿Me acompaña a la oficina?”

Delgado se imagina diciéndolo, pero le falla la actitud policial de moverse hacia la delincuente. Cómo es esto. ¿Por qué no puede moverse? Mientras, mantiene una postura extraña, de repente casi da un paso, después se mira los zapatos, las uñas. Disimula. Pero si tiene los mismos ojos que…

La señora camina ahora hacia una caja, la mirada en blanco, el rostro un poco desencajado y pálido. ¿Es la tía Herminia? No puede ser, no era tan esquelética, ni su mirada tan apagada, ni tan pobre, no saldría así de su casa: de delantal, con chancletas y calcetas y un chaleco viejo. Pero de perfil es igualita, igualita a la tía. Siente ternura y dolor.  Sabe que no debe, pero…  Delgado siente que sólo puede hacer una cosa.

-¿Tía Herminia?

La anciana se detiene en seco, mira como implorando, le fija los ojos tratando de entender algo como con terror, pero luego se sonrie incrédula, relajada.

-¿Eres tú… Josecito, el de la  Mirnita? ¡No puede ser!  Mijito pero qué buenmozo que estás…mira las vueltas que da la vida.¡ Ven para acá para abrazarte mi niño!

Delgado la está abrazando y se da cuenta que el supervisor lo mira y le hace una venia algo serio.

-Tía, estoy trabajando, no puedo seguir conversando con usted, pero me gustaría que nos viéramos, dígame donde vive… el teléfono…

Después de muchas promesas, besos y sonrisas la tía se va hacia la caja, feliz, su rostro arrebolado. Delgado se muerde los labios y ruega que no la hayan descubierto. La cajera no dice nada, la atiende normalmente y con amabilidad…incluso le pone el azúcar y el arroz en la bolsa.

Pero a la salida la detiene el supervisor. Le pide los dos jamones de pavo. La tía altivamente se los da, no sin antes mirar a Delgado como diciendo qué más iba yo a  hacer. El jefe se la lleva, muy discretamente eso sí, para qué hacer escándalo, hacia la pieza junto a la bodega, no sin antes muy formalmente llamar aparte a Delgado.

-Está despedido joven. Puede retirarse enseguida y me deja el uniforme a la entrada con la señorita Liliana por favor. No me de explicaciones ni me suplique. Que no haya durado ni tres horas, por Dios… a dónde hemos llegado.

– Que pase a dejar el uniforme…Ya., perfecto -se compone Delgado-  Pero mire, escúcheme,  yo sabía, entendí lo que había que hacer  pero,  ¿qué quería que hiciera? Gracias a esta señora yo tuve techo y qué comer cuando niño.- le sale hasta heroico el tono a Delgado, pero termina con un hilo tembloroso de voz.

El otro no responde, sólo hace un gesto subiendo los hombros.

-Ya sabía que no me iba a entender. -Está pálido y descompuesto Delgado-

¿Cuánto le debe?

-Tres mil cuatrocientos pesos.

-Aquí están-

Delgado sale serio y digno por el pasillo, pero con una cara de niño serio, un poco colorado, y los ojos algo húmedos.

A la salida ve a la señorita de las cremas y colonias que le sonríe y siente que se ruboriza aún más. Camina hacia los estacionamientos y se sienta a fumar un cigarro mientras espera a su tía Herminia. Está, a pesar de todo, feliz de verla.

-Me sentí orgullosa de usted oiga.

Delgado da un respingo.

-Le contestó tan bien al supervisor, me lo contó la chiquilla de la caja.. Así se hace.

-Gracias. No podía hacer otra cosa. Mi tía es una persona tan linda. Fue tan buena conmigo cuando chico, era así, manos abiertas. ¿Cómo iba a denunciarla?- siente que tiene los ojos húmedos Delgado, pero igual se siente reconciliado y emocionado con el niño que era.

-Tendría que haber sido un desgraciado.  Tome -le pasa un boleto de micro con un número de teléfono- llámeme si tiene ganas de conversar o tomarse una bebida. Uy, tengo que irme al tiro, me están mirando. Gusto de conocerlo.

 

Me llamo Catalina Ruiz Schneider. Nací en Santiago de Chile en 1957. Estudié la enseñanza básica en el colegio Trewhela’s School. Luego, pasé a un colegio de monjas (Universitario Inglés). Comencé a escribir gracias a un diario de vida que me regalaron a los 8 años.  Al salir del colegio estudié Licenciatura en Literatura en la Universidad de Chile. Luego viajé a hacer un Magíster en Literatura Comparada en EEUU (Oregon), más por viajar que por otra cosa. Me casé allá, tuve una hija y luego, volví a Chile, donde trabajo de bibliotecaria en un colegio desde hace 10 años.