Por Juan Mihovilovich

Señor Director:

Ciertas paradojas trascienden lo anecdótico: la entrega cada dos años del Premio Nacional de Literatura se estableció en enero de 1972. Si existieron razones para ello, mantenerlas hoy es injustificable.

Si se pretendió realzar el nivel del galardón ampliando su periodicidad, ello resulta, a lo menos, discutible; los premios nacionales son una respuesta necesaria a un trabajo que ennoblece la condición humana, independientemente de las discrepancias legítimas sobre eventuales candidatos o favorecidos. Además, recurrir ahora al gastado expediente de cuidar las arcas fiscales constituye un despropósito, máxime si otros recursos (Fondart o el Fondo Nacional de Desarrollo Regional) son significativos en múltiples áreas. De ahí que ni siquiera la suma vigente otorgada por una vez ni la pensión mensual son una réplica justa; por norma, se concede a quienes están en el umbral de una madurez declinante. Disminuir luego la cantidad en aras de la anualidad implicaría otro contrasentido. La dignificación del galardón prestigia al Estado y a sus instituciones.

La cultura seguirá siendo el alma de un pueblo en tanto sus escritores -y artistas en general- tengan en vida el reconocimiento que su labor creativa, sacrificios y opciones personales conlleva. Tampoco se trata de privilegiar al escritor por sobre otras disciplinas. Modificar la ley implica poner sobre la balanza sociocultural una dicotomía insostenible: reconocer el valor intrínseco de la literatura y sus cultores, u optar por seguir el curso de lo prescindible o desechable.

 

Juan Mihovilovich

Escritor

Carta al Director, Diario El Mercurio. 21 de febrero de 2010.