En la muerte de David Lagmanovich, maestro del microrrelato

Por Fernando Valls

Ayer falleció en Tucumán, el escritor y crítico literario David Lagmanovich, sin cuyas importantísimas contribuciones no puede entenderse el auge del microrrelato en estas últimas décadas. Se inició como periodista, pero fue decantándose hacia la Filología, el ensayo y la crítica literaria, dándonos sus mejores trabajos cuando ya contaba con una edad avanzada, en pleno siglo XXI.

Había nacido el 19 de agosto de 1927 en Huinca Renancó, provincia de Córdoba (Argentina), pero pasó su infancia saltando de un pequeño pueblo a otro, siguiendo a su padre, nacido en Rusia, que era vendedor ambulante y padecía de “brotes psicóticos”, entonces llamados arrebatos, como comentaba David con ironía. Un vez sola, dados los diversos abandonos que sufrió, la madre se trasladó con los hijos a Buenos Aires, para instalarse definitivamente en Tucumán. Provenía de una familia trabajadora, humilde, donde -me lo recuerda su discípula más querida, Laura Pollastri- todo podía faltar, menos los libros. Todas estas historias de la infancia, que luego he visto escritas en sus microrrelatos, me las relató en Tucumán, una tarde de agosto del 2007, en la cafetería del hotel en el que nos hospedábamos.

La semana pasada, mientras se celebraba en Bogotá el VI Congreso Internacional de Minificción, que cada dos años reúne a diversos especialistas en la materia, aquellos de nosotros que tuvimos la fortuna de tratarlo y conocerlo, echamos de menos su bonhomía, su sensatez y profunda sabiduría. No había podido acompañarnos, aunque estaba prevista su participación, al estar pendiente de que el médico le diera una fecha para operarlo.

Lagmanovich tuvo que ganarse la vida desde muy joven en diversos oficios, sufriendo además los embates del peronismo, como luego padecería los de la dictadura militar. Se había licenciado en la Universidad de Tucumán y había estudiado con beca en la de Columbia. De allí pasó a Washington, donde vivió entre 1962 y 1977, doctorándose en la Universidad de Georgetown. Tras finalizar la dictadura, regresó a su país, a la Universidad de Buenos Aires, donde fue designado director del Instituto de Literatura Hispanoamericana, para reincorporarse definitivamente a su querida Universidad de Tucumán. Su último reconocimiento le llegó en el 2008, tras ser nombrado miembro de la Academia Nacional de Ciencias. El año próximo estaba previsto que la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza, de la mano de Miriam di Geronimo, le concediese un doctorado Honoris Causa, además de rendirle homenaje durante el congreso del microrrelato argentino.

Sus mayores aportaciones, dentro del campo de la creación, del microrrelato, quizá hayan sido libros como La hormiga escritora (2004), Los cuatro elementos (2007) y la reciente antología Por elección ajena. Microrrelatos escogidos, 2004-2009 (2010). En cuanto a la crítica literaria, además de sus pioneros estudios sobre Cortázar, como ha recordado Will Corral, sus contribuciones principales se encuentran en los siguientes volúmenes: El microrrelato. Teoría e historia (2006), El microrrelato hispanoamericano (2007) y La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (2005), en donde recoge la obra de todos los grandes del género, desde Rubén Darío, Julio Torri, Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna, hasta clásicos como Arreola, Borges, Cortázar, Monterroso y Denevi, sin olvidar a los mejores representantes españoles, tales como Ana María Matute, Max Aub y Antonio F. Molina, al tiempo que recogía también a sus más ilustres contemporáneos, como Luis Mateo Díez, Guillermo Samperio, José María Merino, Javier Tomeo, Gabriel Jiménez Emán, Luisa Valenzuela, Ana María Shua, Juan Armando Epple, Pía Barros y Raúl Brasca.

Hace unos pocos días, me comentaba en un e-mail que en su último libro, que acaba de aparecer en Argentina, en la editorial Macedonia, de Fabián Vique, titulado Memorias de un microrrelato, intentaba encarar el género desde “una actitud distinta con respecto a la temática; por lo menos, un intento de salir de los caminos más trillados”. David, a pesar de su edad avanzada y de su quebrada salud, esperaba con entusiasmo e ilusión el próximo congreso en Berlín, durante el 2012. No en vano, se trataba de la ciudad en la que había vivido por un tiempo con una beca de la Biblioteca del Instituto Iberoamericano, y durante su última visita a la ciudad, en el 2007, tras acogerlo en nuestra casa, y recorrer su antiguo barrio, Schöneberg, donde aún se conserva la pequeña tienda de música clásica que solía visitar, pudimos ver el gran aprecio y el profundo respeto que Lagmanovich sentía por la cultura europea y alemana; no en vano, guardaba también un gran recuerdo de su estancia en Colonia y Augsburg. De igual modo, la elección de México como sede del congreso del 2014 le había producido una gran alegría.

En ese último correo, al que antes aludía, me decía: “Esta tarde, los médicos dictaminarán cuándo pueden operarme, de modo que el largo período mío de forzada inactividad está llegando a su fin”. Pero ayer por la mañana, mientras caminaba por la calle, sufrió un paro cardíaco que acabó con sus existencia.

Tuve la inmensa fortuna de ser su editor en la editorial Menoscuarto, donde le publicamos tres de los libros citados, y de poder recurrir a sus inmensos saberes siempre que me surgía una duda o necesitaba una opinión ecuánime. Creo que, para todos los que nos hemos dedicado a estudiar el microrrelato, David fue una referencia imprescindible, un maestro muy respetado y querido al que no olvidaremos jamás.

 

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«En la noche»

Esa noche estaba despierto, rememorando las circunstancias de mi vida, ficcional para otros y muy real para mí. Pensaba en mi autor, a quien debo el haber dejado de ser sólo palabras en un párrafo para convertirme en uno de los mejores microrrelatos que ha escrito. Me levanté sigilosamente, y me deslicé hacia su estudio. La luz de la luna alcanzaba para distinguir los objetos que había sobre su escritorio. En un retrato aparecía mostrando un libro: era el volumen donde por primera vez me había incluido junto a otros compañeros. La fotografía mostraba su felicidad. Me incliné y besé el rostro que parecía mirarme del otro lado del vidrio. Después pude volver a dormir.

Este texto forma parte de su último libro, Memorias de un microrrelato, Macedonia, Buenos Aires, 2010, p. 33.

 

En: La nave de los locos. Bitácora de Fernando Valls .