La minificción chilena e hispanoamericana

Por Paulina Bermúdez Valdebenito

Insidiosos, misteriosos, irreverentes, a veces traicioneros si es que juegan a desmentir las expectativas del lector, los microrelatos han llegado a ocupar un espacio importante en la literatura contemporánea.

En la edad antigua de su crítica –hará unos veinte años – lo que se decía de ellos giraba alrededor del obvio rasgo de la brevedad; hoy preferimos pensar que lo breve es lo dado, y que para entrar en el mundo de la minificción tenemos que percibir la metáfora fundante, el gesto paródico, la pasión emblemática, muchas veces la agresión al lenguaje y el desapego a toda restricción genérica.  Lo vemos, en definitiva, como un género que se burla de los géneros.  El microrelato sigue ahí, enroscado sobre si mismo, remoto y entrañable, aguardando un descuido nuestro para desmentir las convenciones antiguas y también las últimas, las que hoy nos esforzamos por formular[1] .

 

Para empezar a hablar de minificción debemos tener en cuenta que es el género más reciente de la historia de la literatura. En  El Boom de la minificción y otros materiales didácticos Lauro Zavala plantea que la minificción es la escritura experimental cuya extensión no rebasa una página impresa, es decir, tiene (aproximadamente) 250 palabras.  Punto que ha sido discutido en innumerables ocasiones, y que fue uno de los trabajos de los primeros teóricos que se dieron la tarea de clasificarla.

La minificción surge a principios del siglo XX con representantes como Rubén Darío, Amado Nervo, Juan José Arreola y Enrique Anderson Imbert, quienes marcan un precedente en su época ya que ellos nos estaban concientes de lo que escribían.  Posteriormente, la minificción fue considerada un género autónomo.

Ya en los años sesenta y setenta, autores como Jorge Luis Borges y Julio Cortázar también son seducidos por la ficción breve, al igual que Augusto Monterroso, Eduardo Galeano, Adolfo Bioy Casares y Marco Denevi.  Más aún, es en estos momentos en que se sitúa en el canon, coincide por otra parte con la aparición de la Antología “La mano de la Hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas”, de Antonio Fernández Ferrer, junto con la “Antología del Microrrelato Hispanoamericano”, de Juan Armando Epple como una primera llamada de atención sobre la producción del microrrelato en lengua española[2].

La minificción chilena surge en un escenario como el siguiente: en la primera mitad del siglo XX un precursor como Vicente Huidobro incursiona y se relaciona con los cuentos breves como una forma de experimentación, en 1939 da a conocer tres textos que los hace llamar Cuentos Diminutos entre los que se encuentran: La joven del abrigo largo, La hija del guardagujas y Tragedia.

En las décadas siguientes, entre los 40 y fines de los 60, sólo encontramos minificciones aisladas, incluidas en colecciones de relatos de mayor extensión. Pero a partir de 1970 la minificción comienza a aparecer como una preferencia diferenciada en al menos cuatro escritores chilenos: Adolfo Couve, en Los desórdenes de junio en 1970, Hernán Lavín Cerda, en La crujidera de la viuda en el año 1971 y El que a hierro mata en 1974, Raquel Jodorowsky, en Cuentos para cerebros detenidos. Con licencia de los superiores, en el año 1974 y Alfonso Alcalde, con Epifanía cruda, también en 1974.

En el año 1987 aparece la Antología Cien Microcuentos Hispanoamericanos, de Juan Armando Epple y Jim Heinrich, como un primer intento antológico y recopilatorio del tema.  En dicha publicación aparecen antologados varios escritores chilenos que en esa época daban sus primeros pasos en la minificción.

En la década de los ’80 además de gestan importantes talleres literarios que funcionan como semillero, de muchísimos escritores que se dedicaron exclusivamente al género de la brevedad.  Este es el caso de la escritora Pía Barros, quien se ha destacado en Chile por su labor pionera como directora de talleres literarios, donde privilegia el ejercicio de escritura creativa de minificciones. Bajo el sello Ergo Sum ha publicado una decena de antologías con estos trabajos, diseñados como libros-objetos.

A partir de la década del noventa la minificción nacional comienza a consolidarse, al publicarse una serie de libros originales o microcuentos insertos en un libro de cuentos de mayor extensión, que nos demuestran que la minificción va ganando terreno como género autónomo y se establece ya en el canon. Entre estos autores y autoras podemos señalar a Gabriela Aguilera, Alejandra Basualto, Ana Crivelli, Lilian Elphick, Jorge Díaz, Carolina Rivas, Pedro Guillermo Jara, Alejandro Jodorowsky, Juan Mihovilovich, Diego Muñoz Valenzuela, José Paredes, Pía Barros, Ramón Quichiyao, Hernán Rivera Letelier, Max Valdés, Virginia Vidal.

La minificción ha sido caracterizado por la crítica como un discurso híbrido, transgenérico y proteico, permeable -por su apertura- para incorporar en sus narraciones lo heterogéneo de la sociedad multicultural y postmoderna. Adopta y adapta textos y modalidades propios de la cultura popular, como los chistes, refranes, grafitties, etc., de la literatura y también del discurso historiográfico.

También podemos encontrar dentro de la minificción, pequeños textos extraídos de otros géneros literarios de más larga extensión, de una manera que nos hace redescubrir variantes narrativas, e incluso, como plantea Violeta Rojo, pequeñas historias escondidas en poemas, ensayos o novelas que conocemos bien.[3]

A partir de esto, podemos decir que algunas características de la minificción son, entre otras, una intensa intertextualidad con textos literarios y extraliterarios, una tendencia a la ironía (cuya intención depende de cada relectura) y un final anafórico. Pues entonces, cuando nos referimos a un final anafórico queremos decir que el título o el mismo texto entrega un antecedente o nos anuncia lo que va a ocurrir.

Termino citando a Violeta Rojo: la minificción la hacemos los críticos.

 

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Presentación de Paulina Bermúdez V. a la actividad Carrusel de Microcuentos del día 6 de noviembre de 2010, en la  30ª Feria Internacional del Libro de Santiago.


[1] Lagmanovich, David. Para una poética. Ciempiés, los microrelatos de Quimera.  Rotger, Neus y Valls, Fernando. 2005

 

[2]Cáceres Milnes, Andrés y Morales Piña, Eddie. En Prólogo de Asedios a una Nueva Categoría Textual: el Microrrelato.  Actas del III Congreso Internacional de Minificción 2004 en Valparaíso.

Pág. 12

[3]Rojo, Violeta. “De las antologías de minicuento como instrumentos” en Escritos disconformes. Nuevos modelos de lectura. Noguerol, Francisca (Ed.). II Congreso Internacional de Minificción. Universidad de Salamanca. 2004. Pág 132