Microcuentos navideños

Navidades, nunca –Lina Meruane

Acaba de cerrarse la pesada puerta metálica llevándose a los vecinos y yo sigo aquí, con la palabra navidad entre los labios, balbuceando la navidad ante este umbral que clausura ahora el vacío. El ascensor, los vecinos. Este incómodo paréntesis que se repite bajando en compañía  del huraño armenio y su perro blanco, o subiendo junto al rabino ortodoxo pero antisionista que aparece muy de vez en cuando con el correo acumulado bajo el brazo. La incomodidad al subir o bajar o casi chocar de frente con la vieja rusa, esa que sigue preguntándome, cinco años después, si soy nueva en el edificio y desde hace cuánto. De la maestra de Nueva Inglaterra no sé más que los conflictos matrimoniales que me confidenció una tarde camino a las lavadoras para luego fingir, dentro del ascensor, en los pasillos, que no me conoce. Tampoco la cantante japonesa que queda a cargo de nuestras plantas este diciembre sabe cómo me llamo ni qué celebro. Todos esos vecinos, toda esa mezcla de credos y ateísmo emprendiendo juntos breves viajes hacia el último piso o hacia el subterráneo, pienso con la navidad todavía atravesada en la garganta. Toda una comunidad dispersa: acabo de constatarlo. Hace apenas unos minutos veníamos cargando bolsas que podían o no contener paquetes para poner debajo de algún árbol, que quizá llevaran dentro cajas de pasteles para acabar la gran cena del 24. Pero quizá no. Quizá yo estuviera equivocada. Guardé silencio ante el misterio de esos bultos. Aguanté el aliento y ascendimos apretados y mudos tras accionar los desvencijados botones –el 6 todavía lustroso, el 5 desgastado por el continuo roce de los dedos, el 4 ya completamente desvanecido. Aquí me bajo, pensé, con mis bolsas llenas de regalos. Pero al abandonarlos quise despedirme, y lo que surgió fue un educado aunque posiblemente equívoco deseo de felicidad. Porque mientras pronunciaba la palabra feliz los miré y advertí sus rostros distraídos, demacrados, unas caras que no hacían presagiar ninguna fiesta. O quizá sí, quizá otra fiesta que no sería navideña. Y entonces me detuve y vislumbré que aquí en Nueva York nadie me desea jamás una navidad ni alegre ni desgraciada sino más bien unas felices fiestas, unas felices vacaciones, incluso muchas, muchísimas felicidades. Navidades, nunca.

(Publicado en Artes y Letras, El Mercurio, Navidad del 2007)

 

La anunciación –Pedro Guillermo Jara

(ANSA. Belén, ¡Urgente!,  Mateo 1: 20) “…he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es”.

Ejercicio: Recurra al Sí mágico o Si Condicional de Konstantin Stanislavski, en “El arte escénico”:

a) Asuma el rol del Ángel e ingrese al sueño de José, en puntillas.

b) Después de una pausa salga desde el sueño de José e ingrese nuevamente, pero ebrio.

c) Después de una pausa salga desde el sueño de José e ingrese nuevamente, pero cantando a toda voz.

d) Después de una pausa salga desde el sueño de José e ingrese como un Ángel del Señor.

Anote la experiencia.

 

Solsticio de inviernoJosé María Merino

En el cielo del amanecer brillaba con fuerza aquel insólito lucero que la gente común contemplaba con asombro, pero el capitán sabía que era uno de los satélites de comunicaciones que permitían a su ejército mantener la supremacía en aquella guerra interminable.

-Mi capitán- transmitió el cabo. -Aquí solo hay varios civiles refugiados, unos pastores que han perdido el rebaño por el impacto de un obús y una mujer a punto de dar a luz.

El capitán, desde la torreta del carro, observaba el establo con los prismáticos.
-Registradlo todo con cuidado.

-Mi capitán -transmitió otra vez el cabo-, también hay un perturbado, vestido con una túnica blanca, que dice que va a nacer un salvador y otras cosas raras.

-A ese me lo traéis bien sujeto.

-Mi capitán -añadió el cabo, con la voz alterada-, la mujer se ha puesto de parto.
-Bienvenido al infierno- murmuró el capitán, con lástima.

A la luz del alba, aparecieron en la loma cercana las figuras de tres camellos cargados de bultos y montados por jinetes de raras vestiduras, y el capitán los observaba acercarse, indeciso.
-Abrid fuego -ordenó al fin. -No quiero sorpresas.

En el cielo del amanecer brillaba con fuerza aquel insólito lucero que la gente común contemplaba con asombro, pero el capitán sabía que era uno de los satélites de comunicaciones que permitían a su ejército mantener la supremacía en aquella guerra interminable.

-Mi capitán- transmitió el cabo. -Aquí solo hay varios civiles refugiados, unos pastores que han perdido el rebaño por el impacto de un obús y una mujer a punto de dar a luz.

El capitán, desde la torreta del carro, observaba el establo con los prismáticos.
-Registradlo todo con cuidado.

 -Mi capitán -transmitió otra vez el cabo-, también hay un perturbado, vestido con una túnica blanca, que dice que va a nacer un salvador y otras cosas raras.

-A ese me lo traéis bien sujeto.

-Mi capitán -añadió el cabo, con la voz alterada-, la mujer se ha puesto de parto.
-Bienvenido al infierno- murmuró el capitán, con lástima.

A la luz del alba, aparecieron en la loma cercana las figuras de tres camellos cargados de bultos y montados por jinetes de raras vestiduras, y el capitán los observaba acercarse, indeciso.
-Abrid fuego -ordenó al fin. -No quiero sorpresas.

(En El Cultural )

 

El gorro de Santa Claus Diego Muñoz Valenzuela

Entró a la casa por la chimenea apenas, dificultosamente. Se ensució el traje rojo: lo dejó repleto de manchas horribles. Su aspecto era lastimoso, hasta la blanca barba la tenía emporcada. Seguí sus evoluciones agazapado en la oscuridad. No esperaba lo que iba a suceder. Empezó a llenar su bolsa con mis juguetes predilectos. Después agregó los mejores libros y discos con una precisión extraordinaria. Me estaba despojando en serio. Cuando comenzó a guardar las joyas de mi madre entré en sospecha. Y la certidumbre llegó cuando se pudo a probar suerte en la caja fuerte.

Entonces salí, armado con un garrote capaz de volarle la cabeza al propio Hércules. Apenas me lo podía. Lo perseguí mientras blasfemaba. El viejo miserable imploraba piedad. Entre chillidos argüía que todo iba a repartirlo entre los pobres. Ándate al carajo, viejo de mierda, le dije y le aticé un trancazo. Soltó la bolsa y salió por la puerta corriendo como alma que lleva el diablo.

Se le cayó el gorro. Lo conservo como trofeo. Si quieres, te lo muestro.

Papá Noel –Álvaro Ruiz de Mendarozqueta

En mi casa nunca pasó Papá Noel, me decían que no existía. Que venía el niño Jesús sólo si me portaba bien. Algunas veces encontraba caramelos al otro día. Mi amigo me dijo que no les diga nada a los niños, que vea sus caras de felicidad y que filme. Él aparece imponente enfundado en el traje rojo y la barba, los niños saltan de alegría y se abalanzan sobre los paquetes. No dejo detalle sin filmar. Papá Noel se acerca; mientras lo abrazo hundo el cuchillo en su vientre. Nunca me trajiste nada, le digo al oído.

 

(En Internacional Microcuentista )

 

Liquidación navideña Claudia Sánchez

Un hastío visceral la llevó a vagar aquella Nochebuena con la esperanza de encontrar algún cliente solitario. Las últimas luces se hacían acuosas en la noche londinense, a la hora en que ratas y cucarachas corren libremente por las calles. El aroma a galletas de jengibre brotaba de los hogares envolviéndola con recuerdos de una niñez para olvidar. No podía llorar, se correría su maquillaje. Debía apresurarse si quería encontrar algún rezagado de los bares que le diera un poco de olvido. Retocaba el bermellón de sus labios cuando lo vio en el espejo. El taciturno Jack caminaba a pocos pasos detrás de ella. Se sintió dadivosa. Pensó en ofrecerle compañía al costo de una sangría.
– Hola, Jack…, tengo un obsequio de Navidad para ti.

– Yo también, Polly.

 

(En Químicamente impuro)

 

Sic transit gloria mundi Lilian Elphick

Y cuando despertó, Dios le dijo: «Quiero que estés en el pesebre». Entonces, el dinosaurio fue y se acomodó como pudo entre la vaca y el burro.  El Niño nunca más olvidó esa bucólica escena.

 

Inocencia perdida Giselle Aronson

Cuando desperté, aquella mañana de Reyes, al mirar mis zapatos, mi padre todavía estaba allí.

 (En Internacional Microcuentista )

 

Nochebuena infernal –Juan Aparicio Belmonte

La cena familiar había sido un desastre. Empachado y enardecido aún por el último alfilerazo irónico de su cuñado, Luis sintió vértigo y un angustioso hormigueo que comenzaba en su mano izquierda y terminaba en su barbilla. Iba a pedir ayuda a su mujer cuando se desplomó sobre el árbol de Navidad, derribando también a su suegra. Al abrir los ojos, creyó encontrarse ante Papá Noel. El calor era delicioso; el silencio, un alivio. “¿Y el resto del mundo?”, preguntó con el rostro beatífico. “Eres el único condenado tras el Juicio Final” le contestó Satanás con frialdad, “el resto de la humanidad ha logrado el Cielo”.

(En El Cultural )

 

Un regalo personal Martín Gardella

Llegó a la casona solitaria tras una agotadora recorrida nocturna a la intemperie. Dejó el raído sacón sobre el sofá, se quitó el gorro invernal y se aflojó las botas pesadas hasta descalzarse. Arrastró sus pies cansados hasta el espejo fastuoso de la sala principal, donde se detuvo para acomodar su enorme barriga sobre el pantalón rojizo. Pudo observar la imagen cansina de su cuerpo anciano, pero con el mismo espíritu de esos niños alegres, que esperan su visita ansiosamente, todos los diciembres. Fue entonces que, viendo consumado una vez más el milagro, sin necesidad de bolsas mágicas, se regaló una sonrisa.

 

El instante Pablo Gonz

Durante todo el año, mi madre preparó la comida de los cerdos, hizo el pan, lavó la ropa, convencida de que Francisco, su hijo y mi hermano, volvería de Alemania en Navidad. Pero por medio de una postal que llegó a mediados de diciembre, él nos comunicaba que en la fábrica había mucho trabajo y que el viaje sería imposible. Lloró la buena mujer durante toda la noche, arropada sólo con una manta, junto al hogar, y al día siguiente me despertó con una sonrisa: «Francisco vendrá el año que viene». «Madre –le pregunté–, ¿por qué se engaña de esa manera?» Ella me miró con sus ojos azules y sacó la lengua lentamente.

 

Cuento Navideño Iván Quezada

Esta Navidad el niño recibió un extraño regalo: cuando abrió el paquete se vio convertido en un adulto, rodeado de otros niños exigiéndole un regalo.

Noche de paz –Sergio Astorga

Cuando llegaron los abrazos, la mirada de su madre aniquiló sus propósitos de año nuevo.

 

Por Fin Cecilia Palma

Comenzó el conteo desde atrás. Ya sabemos todos lo que se viene luego; así que, antes de ese instante, tomé la daga. Sí, era mi esposo, pero lo suyo era morir y yo feliz cumplí la orden que me dictaba la conciencia. Lo único extraño entre la challa multicolor, fue el espeso líquido rojo que corría calle abajo, pero entre tanta algarabía, nadie extrañó al hombre que solía golpear casi a diario a la mujer de la casa lila. Tampoco notaron nada raro en que ella, o sea yo, saliera con una maleta de su casa, minutos después de los abrazos; todos pensaron que era para guardar la tradición de los viajes.

 

Gerontofilia David Baizabal

El padre oye que algo se arrastra en la azotea, se asoma a la ventana y ve a su hijo con el viejo barbón alejarse en el trineo. Ahora sabe quién era ese tal Noel a quien tanto escribía su hijo.

 

Mañana pesada de diciembreHéctor Ranea

—¡Un día de estos terminamos, vos y yo! Todos los fines de año tenemos el mismo dilema, frente a frente. Ya sé que pensamos diferente sobre muchas cosas y que te revienta que para esta fecha me ponga melancólico y quiera hacer balances de cómo fue y qué pude hacer y qué no hice por haraganería, pero déjame que te afeite, aunque sea, ya que tú no quieres, a través del espejo, que si vas con semejante barba te echan del trabajo y vas a ver cómo me pongo si vienes con esa noticia mañana. Aunque sea desde este lado del vidrio te mando un mal rayo que te parta, presumido. ¡Venga acá, pon la cara que te afeito!

Todos los días igual con mi reflejo en el espejo, pero para fin de año se pone demasiado demandante el muy cabrón.